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Andrés Amorós
Lecciones de poesíaAndrés Amorós

Las tres mujeres soñadas por Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)

En una de sus popularísimas Rimas, expresa las contradicciones del amor romántico

Actualizada 09:49

Retrato clásico de Gustavo Adolfo Bécquer

Retrato clásico de Gustavo Adolfo BécquerEuropa Press

En la segunda mitad del siglo XIX, cuando el realismo está sustituyendo a la moda del romanticismo, dos románticos rezagados, Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro, alcanzan la cima de nuestra poesía romántica.

Los dos eliminan la retórica grandilocuente que lastra a buena parte de nuestra poesía romántica: la Canción del pirata, de Espronceda, y Oriental, de Zorrilla, pueden ser claros ejemplos.

La poesía de Bécquer une la intensidad sentimental con la sencillez expresiva. Es una poesía intimista: no es apropiada para declamar con énfasis, sino para decir en voz baja o susurrar. Además, no busca decir todo, sino sugerir: por eso Dámaso Alonso comienza con Bécquer su estudio de los Poetas españoles contemporáneos.

El poeta sevillano recibe la influencia clara de algunos románticos europeos, como Byron y Heine, pero la transforma y la convierte en algo muy personal.

Desdeñan algunos la poesía de Bécquer como cursi y ñoña. Es la misma equivocación de los que rebajan a Murillo como «pintor de estampitas». En realidad, Murillo es un extraordinario pintor, cercano a Velázquez y Rembrandt, pinte Vírgenes o niños sevillanos del mundo de la picaresca.

Del mismo modo, Bécquer es un extraordinario poeta de los sentimientos, algo que nunca puede pasar de moda. Su huella es evidente en los Machado y en toda la gran poesía sevillana posterior.

Ya en su tiempo, don Gaspar Núñez de Arce, poeta «oficial» y político, se burló de los «suspirillos germánicos» de Bécquer, de su poesía «afeminada»; según él, debía haber cultivado la poesía social.

La conclusión es muy clara: hoy, nadie lee a Núñez de Arce. En cambio, las Rimas de Bécquer han sido siempre un verdadero best-seller: su influencia y su popularidad nunca han disminuido.

La biografía de Bécquer es corta —sólo vivió 34 años— y poco feliz, se compone de una sucesión de fracasos: su sensibilidad extremada provoca que todo le hiera y le incapacita para la dureza de «la lucha por la vida». Quizás su mejor autorretrato es una expresión suya: «huésped de las nieblas». La adoptó, en su poesía, Rafael Alberti; en su música, Rodolfo Halffter.

Además de gran poeta, Bécquer es también un excelente prosista. Lo demuestra en sus Leyendas: la otra cara del romanticismo europeo, la historicista; también, en las Cartas desde mi celda, escritas en el monasterio de Veruela.

Los especialistas siguen discutiendo si los hermanos Gustavo Adolfo y Valeriano Bécquer forman parte del grupo de escritores y artistas que, con el seudónimo colectivo «Sem», publicaron Los Borbones en pelota: una serie de estampas en las que aparecen, en actitudes pornográficas, Isabel II, el rey consorte, el Padre Claret, Sor Patrocinio…

A partir de 1854, Bécquer se instaló en Madrid, donde vivió una vida bohemia, en condiciones miserables, que afectaron a su salud. Colaboró en periódicos y revistas; estrenó varias obras de teatro y zarzuelas. Se casó en 1861, pero su matrimonio no fue feliz.

Entregó un manuscrito de las Rimas a su protector, el ministro González Bravo, en 1868; luego, revisó su obra poética en el titulado Libro de los gorriones. La edición príncipe de sus obras apareció póstumamente, en 1871.

En un texto básico para entender su obra, distingue Bécquer dos tipos de poesía. La primera es «magnífica y sonora (…) Es la poesía de todo el mundo». No es esa la que a él interesa. La que él intenta escribir es otra poesía, que define así:

«Natural, breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye, y, desnuda de artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía».

La compara con «el acorde que se arranca de un arpa y se quedan las cuerdas vibrando…». No es una metáfora banal, sino el intento de definir su búsqueda poética. Eso incluye la participación activa del lector, algo muy moderno.

Para Bécquer, la poesía no es algo que se invente el escritor, sino una realidad que existe, previamente y al margen de lo que puedan escribir los poetas. La podemos encontrar en el mundo de las sensaciones, en el de los sentimientos (sobre todo, en el amor) y, fundamentalmente, en el misterio.

Una vez que la ha percibido, el poeta hace suya esa realidad de la poesía. La opinión vulgar creería que ese sentimiento debe arrastrarle inmediatamente a escribir. ¡Nada de eso! Bécquer lo desmiente de modo rotundo, con una sentencia: «Cuando siento, no escribo». Será más tarde, cuando depure ese sentimiento a través del tamiz del recuerdo, cuando surgirá el poema.

Para lograr que sea valioso, el poeta necesita empeñarse en una lucha imposible: dar forma precisa a ese sentimiento; intentar expresar con la mayor exactitud posible algo que, por naturaleza, es inefable, imposible de decir. Lo mismo les sucedía a los místicos.

Por eso, el poeta luchará siempre con el «rebelde, mezquino idioma». De esa lucha surgirá la belleza del poema. Como definió don Jorge Guillén, Bécquer es el poeta del lenguaje imposible. ¿Dónde ha quedado esa presunta cursilería de su poesía?

Los cuatro grandes temas de las Rimas de Bécquer son la poesía, el amor, el desengaño y un dolor que llega hasta la desesperación.

Defiende el muy exigente Luis Cernuda que Bécquer no es un poeta amoroso al uso: debemos valorar, en sus poemas, «el tormento, las penas, los días sin luz, las noches sin tregua que tras esos breves poemas de amor se esconden (…) una pasión horrible, hecha de lo más duro y amargo, donde entran los celos, el despecho, la rabia, el dolor más cruel».

¿Por qué conduce el amor a ese desengaño? Los poetas románticos —incluido Bécquer— suelen idealizar a la amada, atribuyéndole todas las perfecciones: es un ángel, un dios. El simple hecho de su existencia da sentido a nuestra vida; ese amor supone una verdadera religión:

  • «Hoy, la he visto… La he visto y me ha mirado.
    Hoy creo en Dios».

Luego, con la cercanía, la implacable realidad deshace muchos de esos sueños… Lo explica Bécquer en el poema que he elegido con el ejemplo de tres visiones, tres mujeres. En tres estrofas, totalmente simétricas, cada una de esas mujeres se presenta, definiéndose, y el poeta le responde. (Dámaso Alonso subrayó la importancia de las estructuras paralelísticas en la poesía de Bécquer).

La primera mujer que aparece en el poema es morena, apasionada: representa el lado sensual del amor. A pesar de su evidente atractivo, el poeta la rechaza.

Sería lógico imaginar que busca otro tipo de mujer: rubia, tierna, cercana a un ángel; es decir, el lado espiritual del amor. Pero tampoco esta le satisface.

La tercera estrofa nos proporciona la inexorable conclusión: el poeta podrá amar solamente a la tercera, la mujer soñada, la que es «incorpórea, imposible»…

Es este un sueño condenado inevitablemente al fracaso, a la desilusión, pero ha servido para escribir un hermoso poema.

Rimas

-Yo soy ardiente, yo soy morena,

yo soy el símbolo de la pasión.

De ansia de goces mi alma está llena.

¿A mí me buscas? – No es a tí, no.


-Mi frente es pálida; mis trenzas, de oro.

Puedo brindarte dichas sin fin.

Yo de ternura guardo un tesoro.

¿A mí me llamas? – No, no es a ti.


-Yo soy un sueño, un imposible,

Vano fantasma de niebla y luz.

Soy incorpórea, soy intangible.

No puedo amarte. -¡Oh, ven, ven tú!
Gustavo Adolfo Bécquer.

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