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Clásicos / Ensayo

La obra más ambiciosa y profunda de la historiografía española

La magna obra resultado del apasionado debate filosófico-histórico sobre la esencia de España entre Claudio Sánchez Albornoz y su némesis, el filólogo Américo Castro, ambos entonces en el exilio

Portada de «España. Un enigma histórico» de Claudio Sánchez Albornoz

edhasa / 2 vols.

España. Un enigma histórico

Claudio Sánchez Albornoz

Esta obra es el resultado de un apasionado debate filosófico-histórico sobre la esencia de España entre Claudio Sánchez Albornoz, el medievalista más grande que ha dado nuestro país, y su némesis, el filólogo Américo Castro, ambos entonces en el exilio. Este debate puede ser hoy percibido como contaminado de un cierto «esencialismo» nacionalista, pero lo que nadie puede negar, si se leen con atención y sin prejuicios las páginas de ambos humanistas, es la grandeza intelectual de ambos y la profundidad de sus reflexiones.

Ciertamente, no ha vuelto a darse un debate intelectual de semejante calado en torno al ser de España. Pensadores como Julián Marías o Gustavo Bueno no han encontrado una réplica a su altura. En este sentido, en un artículo publicado en el diario ABC, Fernando García de Cortázar (19/9/2016) afirmaba que «provoca tristeza» el «comprobar que hoy a nadie parece importarle aquel debate tan vigoroso, muestra de sabiduría y de compromiso nacional. Mientras se nos aturde con ejercicios de identidad provinciana».

Singularmente, España. Un enigma histórico, es una obra de una ambición, profundidad y alcance como no ha producido otra igual la historiografía española, más proclive al ensayo del especialista. Sánchez Albornoz, con una obra inmensa de investigación sobre el Medievo español que ya había marcado una época y que aún nadie ha podido igualar, decidió escribir una obra al estilo de los grandes ensayos de filosofía de la historia que Oswald Spengler, Christopher Dawson, Johan Huizinga o Arnold Toynbee habían escrito en las décadas precedentes en el ámbito europeo. Es decir, dejó de ser un mero historiador para convertirse en un pensador.

No ha vuelto a darse un debate intelectual de semejante calado en torno al ser de España

Su interpretación del ser de España, leída hoy, nos parece que adolece de un «esencialismo castellanista» de matriz claramente orteguiana, que le lleva a buscar y rebuscar en algún factor una clave permanente que explique la singularidad española dentro de Europa, que para él resulta un dato incuestionable. De acuerdo con esto, postula que «sólo conociendo la historia de la acuñación temperamental del español podremos descubrir el misterio de España» (Prólogo de la segunda edición, p. 38).

Descartados los factores biológicos y geográficos, termina por identificar la «herencia temperamental primigenia» del homo hispanus como un aspecto permanente del ser español, extrayendo para ello ejemplos del pasado prerromano, romano, visigodo y medieval para ilustrar su tesis.

El espíritu intrépido que hizo posible la Conquista de América hundiría así sus raíces en un temperamento español milenario. Pero lo cierto es que, si uno analiza estas citas de fuentes clásicas y medievales sobre ese presunto «temperamento» hispano, se comprueba que otros pueblos del antiguo Occidente fueron caracterizados del mismo modo, no hay en realidad singularidad española alguna, pues la fidelidad al jefe, la bravura en combate y el espíritu intrépido son topoi literarios utilizados con frecuencia en las fuentes clásicas.

Del mismo modo, llama la atención su empeño en subrayar elementos de un «hecho diferencial» de España con respecto al resto de la Europa romana o medieval: «Son incuestionables las singularidades de la contextura vital hispánica. España se distingue de los dos linajes de comunidades históricas con los que lógicamente debería coincidir. No se deja enmarcar dentro de las estructuras funcionales de los pueblos mediterráneos ni de los pueblos del llamado Occidente. Se aleja de cada uno de esos grupos más que se acerca a ellos» (Prólogo de la primera edición, p. 45).

Este Spain is different de Sánchez Albornoz en muchas ocasiones nos parece forzado y artificial. A mi parecer, tan solo la presencia islámica y la Reconquista como elementos de singularidad resisten un análisis comparativo con la historia de otras naciones europeas.

Ahora bien, donde sí coincidimos plenamente con Sánchez Albornoz y nos parece que su reflexión sigue plenamente vigente es en lo referente a su planteamiento respecto al nacimiento de la identidad hispana. Frente a Américo Castro, Sánchez Albornoz señaló que España no era el fruto de la mezcla medieval de las tres culturas (cristiana, islámica y judía), sino que ya existía como realidad a partir del molde romano-visigodo, en el que la dimensión territorial (unidad peninsular), política (monarquía), cultural (latina) y religiosa (catolicismo) ya se habían conjugado en una rica síntesis. En efecto, la Spania de San Isidoro de Sevilla ya era España, la historia española no comienza ni en 711 con la conquista islámica ni en 1492 con los Reyes Católicos. Comienza en el III Concilio de Toledo.

En el prólogo de la obra lo expresa así: «La España anterior a la Invasión árabe cuenta para mí en el nacer de la estructura hispánica de vida. No la juzgo en estado de nebulosa ni la supongo inoperante» (p. 49). Idea que remacharía años después en el prólogo de la segunda edición: «Me he alzado contra la absurda y torpe teoría de que lo español es posterior al 711. Es difícil evitar una sonrisa ante la afirmación de que todo lo ocurrido en la Península antes de la invasión islámica cae fuera de la historia de España» (p. 40).

Sánchez Albornoz señaló que España no era el fruto de la mezcla medieval de las tres culturas, sino que ya existía como realidad a partir del molde romano-visigodo

En definitiva, este libro, en su día muy influyente, ha quedado olvidado porque no encaja en los estereotipos de la España cainita, ya que su autor resulta inclasificable. Su pensamiento sobre España era, sin duda, profundamente conservador. Pero, antes de que algún lector se apresure a clasificarle como un intelectual «reaccionario», conviene recordar que, además de su impresionante obra historiográfica, se da la circunstancia de que estamos ante un hombre poliédrico que, además de ser devoto católico, patriota y abiertamente anticomunista, era sin embargo liberal y republicano. Fue diputado, ministro y embajador de la Segunda República. Vivió un largo exilio durante el franquismo en el que llegó a ocupar la presidencia del consejo de ministros de la República (1962-1971), antes de regresar del exilio y recibir el Premio Príncipe de Asturias (1984). Es decir, no estamos ante un historiador franquista precisamente. Estamos ante un intelectual de la «Tercera España». Una de esas voces que la España de hoy debería rescatar.

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