«Obra maestra»: qué bueno que lo encontraste
Juan Tallón trenza a través de numerosos testimonios una apasionante e inteligente crónica sobre la desaparición de una escultura de Richard Serra de 35 toneladas del Museo Reina Sofía
anagrama / 328 págs.
Obra maestra
Julio Camba, que era tan gallego como Juan Tallón –y aun más, pues un gallego muerto se me antoja más gallego, y no se me malinterprete-, escribió en el prólogo de Aventuras de una peseta que «para la mayoría de las gentes, el desierto es el desierto, y el bosque es el bosque. Para el escritor, en cambio, el desierto es una crónica y el bosque es otra crónica». Y añade: «Nada es como es, sino como nos lo representamos, y el escritor, colocado ante cualquier cosa, o no la ve, o la ve en forma de artículo». O de crónica. O de novela.
Obra maestra, de Tallón, podría haberse titulado Aventuras de una escultura, pero el libro no hubiera ganado mucho, de hecho nada. Lo que está claro es que, como en el caso de Camba, donde usted ve una escultura perdida, Tallón ve una trama. Y, lo más importante –lo que hace relevante al escritor–, encuentra el modo de contarlo para que parezca una novela. Es lo mismo que hace que una peseta o una escultura de acero valgan: no por el metal que aquilatan sino por su valor simbólico.
Es un libro coral que se lee como un flujo continuo y orgánico en primera persona
A menos que Gay Talese se dé prisa (le quedan 10 meses por delante), su mejor libro lo ha escrito este año otro. Concretamente, Juan Tallón. Es Obra maestra, sí, una novela de no ficción que, en América, ya hubieran situado en el anaquel de imprescindibles del Nuevo Periodismo, por más que el Nuevo Periodismo, como el arte contemporáneo, sea mil cosas y no todas buenas. Tallón, que es periodista, ha tomado de la realidad el bruto o el vaciado de este libro: la desaparición de una escultura de acero corten de Richard Serra de ¡35 toneladas! perteneciente al Museo Reina Sofía y custodiada (abandonada, más bien) durante años en una nave industrial en Arganda del Rey. Cuando preguntaron por ella, en 2006, ya no estaba. ¡Chas!
Lo que parte de aquí, de la pura crónica periodística, del mero «salseo», es un libro coral que se lee como un flujo continuo y orgánico (yo también detesto la palabra, pero estamos hablando de arte contemporáneo, ¿no?) en primera persona. Tallón ha recopilado, imaginado a veces, hasta 70 voces distintas. Hay recortes de entrevistas, suyas y de otros, de crónicas del New Yorker, El País, Art Monthly, etc, testimonios judiciales, disquisiciones de artistas y expertos varios. Pero ninguna de ellas atenta contra el desarrollo de la trama. Tallón mueve todos los hilos y ha sabido colocarlos en el lugar preciso. Algo así como esa cajita de música que compraste en Praga en la que, aunque los resaltes parezcan aleatoriamente dispersos, giras la manivela y suena La vie en rose. Es pericia.
El aparatito funciona tan bien que saltamos de estímulo en estímulo. A ratos, Obra maestra es un relato de misterio o un thriller burocrático, algo entre Monsieur Dupin y Sidney Lumet, con políticos y agentes federales; a veces es un ensayo teórico (sin turra gratuita) sobre arte y urbanismo, un perfil biográfico de Richard Serra o un fresco sobre las grandezas y miserias del mundo/mundillo del arte. A nivel general, deja una impresión similar a la de un Sciascia en el que un caso concreto (pienso en La desaparición de Majorana, por ejemplo) sirve para atravesar los resortes de una época. En este caso, a caballo entre los 80 y los 2000, con el auge del arte contemporáneo como expresión de la pujante democracia, la búsqueda de la identidad urbanística de su capital, Madrid, y el mecanismo a menudo averiado de la administración. En este sentido, no deja de resultar patético que la quiebra de la empresa depositaria del Serra se debiera a su predisposición absoluta para con el Estado, que lo ahogó en deudas. Por supuesto, pero eso se da más por hecho, hay también jugosas y sagaces reflexiones interpuestas sobre la idea de arte y mercado, original y copia, creación y pastiche. Como si le hubiera robado el ingenio a De Quincey, Isidoro Valcárcel sentencia: «La obra maestra es robar la escultura de Richard Serra, no hacerla».
Al contrario que otros libros pretendidamente vanguardistas, el perspectivismo y la coralidad no asfixian al lector
Refleja también Tallón unas palabras del influyente galerista Larry Gagosian que atañen a la escultórica del norteamericano: «Como desde cualquier punto de vista solo se ve una parte [de la obra], tienes que caminar, mirar, anticipar y recordar». Así sucede también con Obra maestra, donde el perspectivismo y la coralidad no asfixian al lector, como en otros libros pretendidamente vanguardistas, bajo capas de supuesta brillantez técnica. Da gusto, de la mano de Tallón, dar vueltas y vueltas a un mismo objeto, viajando, sin embargo, a tantos lugares distintos, de la mano de tanta gente.
Hay cosas que sólo se encuentran mientras andas buscando lo que has perdido. En la misteriosa y a ratos esperpéntica historia de la desaparición del Richard Serra de las 35 toneladas, Tallón ha dado con un gran libro. Obra maestra vale su peso en oro, o en acero, o lo que sea.