'La estación del pantano': Benito Juárez, encallado en USA
El mexicano Yuri Herrera parte de un vacío en la historia oficial del político, su año y medio de destierro en Nueva Orleans, para retratar esta urbe caótica
Decía Pessoa que «la literatura es la demostración de que la vida no basta». En esa misma línea, podríamos manifestar que «la ficción es la demostración de que la Historia no basta». Desde antiguo, han ido imbricadas. El mero acto de ordenar y narrar la Historia es ya una forma de ficcionarla. A menudo la literatura busca en los hechos su pretexto. De ahí nació en el XIX la novela histórica clásica y las mil derivaciones que han venido luego, entre ellas, por ejemplo, la ucronía, donde a la Historia se le buscan vericuetos: ¿qué hubiera pasado si…?
El caso de La estación del pantano es particular aunque no novedoso: llenar los puntos ciegos de la Historia oficial, imaginar a partir de un vacío en los documentos. En 1853 Antonio López de Santa Anna se erige en dictador (o Alteza Serenísima) de México y, recordando una afrenta de años atrás, dicta el destierro de Benito Juárez, por entonces gobernador de Oaxaca y posteriormente presidente de la nación (1858-1872). Tras un paso por La Habana, el 29 de diciembre de 1853, Juárez desembarca en Nueva Orleans. En su autobiografía sólo anota que «viví en esta ciudad hasta el 20 de junio de 1855, en que salí para Acapulco a prestar mis servicios de campaña». Estaba ya en marcha la revolución.
periférica / 192 págs.
La estación del pantano
El escritor Yuri Herrera (Actopan, 1970) recoge estas escuetas palabras de Juárez al inicio de La estación del pantano y añade: «No dice ni una sola palabra sobre los casi dieciocho meses que estuvo desterrado en Nueva Orleans, ni una, a pesar de que es en ese período que se encontrará con otros exiliados y se convertirá en el líder liberal que marcará la vida del país durante las siguientes décadas». Finalmente, Herrera señala que «es en ese hueco marcado por el punto y aparte donde sucede esta historia».
Todo apunta a novela histórica, pero no es por ahí donde van los intereses de Herrera. Lejos de llenar ese hueco con luz (o al menos un remedo de historia) lo que el escritor mexicano parece querer es meternos en el tráfago de esta curiosa urbe mixta, mestiza y mixtificadora; confundirnos entre las calles y los sonidos de una ciudad en la que se habla un «francés mejorado», un «pequeño país» de libertad y caos, tirado por el comercio, rodeado de marismas infectas; y una sociedad estratificada por razas, con la esclavitud en plena vigencia. En suma, una ciudad de paso muy capaz de desviarte de tu camino: «Si supieras la cantidad de gente que lleva años aquí solo por unos días».
Prácticamente nunca se nombra a Benito Juárez (sí a sus socios y compañeros de destierro) y Herrera se regodea en esta impersonalidad y fragmentación. La novela avanza a flashazos entre coffee shops, hostales, malas calles y días de Carnaval. Sabemos que Yuri Herrera es profesor en la Universidad de Tulane de Nueva Orleans, lo que refuerza la idea de que Juárez (pese al prólogo que nos pone la historia en bandeja) es un pretexto para glosar el ambiente de una ciudad deletérea. De hecho, todos los datos que orbitan alrededor de Juárez (numerosas son las referencias a anécdotas de la prensa de la época) sí son estrictamente históricos, según advierte el autor.
La estación del pantano es una novela pantanosa, de hecho. Puede ser irritante transitar este terreno poco afirmado buscando una noción sobre Juárez, un atisbo de narración, una conexión histórica. La voluntad de estilo del autor mexicano se come cualquier otra pretensión y el juego impresionista o jazzístico incluso (con elusiones, ritornellos y derivadas) satisfará sólo a quienes valoran por encima de todo «el compromiso con el lenguaje». Queda sí, desde luego, el retrato de una ciudad entre el liberalismo y la barbarie, el orden y el caos. Un hueco, un vacío, en la vida del futuro presidente de México, en el que Yuri Herrera mete una ciudad y un tiempo, más que al revés.