'La llamada': Leila Guerriero escarba en Montoneros
La periodista argentina retrata con maestría a una ex militante del grupo terrorista torturada en los 70 y repudiada después por sus compañeros de armas
En este cambalache que es la vida, entreverada con la Historia, hay tiempo para todo: para ser víctima y verdugo, héroe y villano. Las circunstancias y el parecer de los otros nos colocan alternativamente a cada lado de la raya. Silvia Labayru puede ser, contemporáneamente, ambas cosas, según del lado de la Historia desde la que la mires, dependiendo de con qué luz la enfoques: puede ser la niña bien de un ‘milico’ que jugó frívola a la revolución o una precoz idealista (todos los idealistas son precoces); puede ser una mujer rescatada por su gran belleza o presa de ella; una víctima de la represión de la dictadura del general Varela o una colaboracionista.
Anagrama, 432 PÁGINAS
La llamada (Un retrato)
Leila Guerriero supo de Labayru cuando ésta decidió denunciar ya en nuestro siglo las violaciones a las que había sido sometida en la antigua Escuela Mecánica Armada (ESMA) de Buenos Aires durante su cautiverio entre los años 76 y 77. De los ‘vuelos de la muerte’ la salvaron sus orígenes burgueses y militares, sus ojos claros y un embarazo. A su salida se exilió en Madrid, donde se encontró con las sospechas y el repudio de sus compañeros de Montoneros, el grupo terrorista de filiación peronista en el que había militado. Como dijo Hebe de Bonafini, presidenta de las Madres de Mayo: «Los que están muertos eran todos héroes, los que están vivo es porque colaboraron».
A Labayru la acusaban de haber sido amante de un miembro de la Armada durante su cautiverio y colaborar en descabezar a las Madres de Mayo. La historia, como vemos en este libro, es terriblemente intrincada, pero, como señala Labayru, «no encajaba con el perfil de las víctimas que los montoneros en el exilio querían vender al mundo». Así que, ya ven, no basta con ser víctima, además hay que parecerlo, encajar en el relato que otros muñen desde arriba.
Guerriero entrevistó a Labayru de 2021 a 2023 y el resultado es este libro que se lee con una sensación de inverosimilitud, donde los estímulos van saltándole a una al paso como esquirlas de metralla. Encontramos interesantes reflexiones sobre el contexto, esos violentos años 70 en los que el espíritu redentor se empapa en sangre, donde al obrero lo defendía el universitario a su costa y a menudo en su contra, con una saña que, en el caso argentino, contribuyó a precipitar el golpe militar. La propia Labayru asume, sin descargo de los ‘milicos’, que la violencia fue una puerta falsa. Pero eran los 70 y eran jóvenes: «Sentíamos que íbamos a cambiar el mundo. Que nuestra vida era superapasionante. Creíamos que venía el hombre nuevo, todo parecía una coreografía de película. Nos vestíamos con los vaqueros, el pelo largo. Queríamos formar parte de esa mística revolucionaria, de los hermanos latinoamericanos».
Además, está toda la historia de supervivencia de Labayru en la ESMA, tan arbitraria, tan extraña, con sus ramificaciones hacia el síndrome de Estocolmo y una confusión de sentimientos digna de Portero de noche. Una historia de supervivencia pero también de simulación. Y el posterior ostracismo de sus compañeros de armas, el silencio de décadas, el regreso trabajoso a una vida oscura, sin el acicate de la revolución, la vergüenza, la desmemoria…
En La llamada, la memoria es histórica y es personal, con un cruce de recuerdos entre las personas que pasaron por la vida de Silvia Labayru. «Soy una enorme bacteria perturbadora en la vida de un montón de gente que había dejado esta historia atrás», escribe Guerriero. A mitad de libro uno se encuentra enfrascado en una maraña de declaraciones cruzadas sobre cosas aparentemente irrelevantes. Pero de pronto es más importante saber por qué Labayru terminó con el padre de su hija que cualquier detalle de la militancia. Y esto es así porque la protagonista de este retrato (Un retrato, se lee en el subtítulo) es una persona viva, aluvional y contradictoria, gauche y divine, olvidadiza y descuidada, a veces meticulosa y puntillosa, un temperamento de los 70, odiosa y fascinante.
Hay que imputar a Guerriero que su libro esté cargado de estímulos en lo político y en lo privado. Ha dado con un personaje en verdad poliédrico y ha sabido retratarla en movimiento, casi a la carrera. Lo hace de manera detallista, integrando además el proceso de producción del propio libro. Tal vez, como única pega, Guerriero se ceba demasiado en mostrar su agenda de periodista: muchas repeticiones de circunstancias y anécdotas soslayables. Con todo, no supone en absoluto un lastre, pero habrá quien eche de menos algo de tijera.
En resumen, La llamada es un sobresaliente libro sobre las esquinas de una vida y las zonas de sombra, que son siempre las interesantes; sobre esos detalles en los que anida el diablo y hacen que las cosas no sean tan fáciles de etiquetar como quisieran los estúpidos.