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Sonny Rollins en el Puente Williamsburg retratado por Atsuhiko Kawabata

Sonny Rollins en el Puente Williamsburg retratado por Atsuhiko Kawabata para 'Japanese Downbeat'Redes Sociales

La historia de un puente en Manhattan, un saxofón y Sonny Rollins, el último mito vivo del ´hard bop´

Sonny Rollins protagonizó uno de los episodios más memorables de la historia del jazz, y todo gracias a un puente en Nueva York

Alejado de los escenarios desde 2014 por una fibrosis pulmonar, el saxofonista Sonny Rollins es uno de los pocos supervivientes de la edad del hard bop, el cool y el free jazz.

Se podría citar también al contrabajista Ron Carter, pero Rollins se ha convertido en un mito, en un símbolo de la edad de oro del jazz, una estrella que ha brillado en el firmamento con tanta fuerza como Parker, Thelonious Monk o Miles Davis.

La influencia del Sonny Rollins ha trascendido al jazz. Su figura, su aportación a la música, ha inspirado libros, películas y hasta varios capítulos de los Simpson y todo gracias, en gran parte, a un puente.

El nombre de Sonny Rollins, siempre vinculado al jazz de Nueva York, quizás no resuene con tanta fuerza como los de Parker, Monk o Davis. El motivo es que, tras alcanzar la cima del éxito a finales de los años 50 del siglo pasado, a Rollins le entró el vértigo de la fama y se recluyó lejos de los escenarios.

Durante años, no se supo nada del saxofonista hasta que un periodista, Ralph Berton, se lo encontró tocando su saxo tenor en el Puente de Williamsburg, en Nueva York, y su nombre volvió a estar en boca de todos los aficionados al jazz.

Sonny Rollins es un músico cien por cien producto del Nueva York más underground. Natural del barrio de Harlem, donde creció admirando a Coleman Hawkins, la influencia del uptown de Manhattan es evidente en sus temas de jazz.

A Rollins le debemos temas legendarios del jazz, algunos son ya standard, como St. Thomas, Hold’em Joe, Oleo, o Doxy.

Su biografía está manchada por la adicción a la heroína, que podría estar detrás de un lamentable suceso que protagonizó a comienzos de la década de los 50, cuando, tras un intento de robo a mano armada, fue detenido y condenado a prisión.

Tras 10 meses entre rejas, un Sonny Rollins con voluntad de rehabilitación se tomó en serio el jazz. Colaboró con los grandes mitos del momento, los citados Parker, Monk y Davis, con quienes compartió escenario y grabó varios discos.

En su autobiografía, Davis diría de Rollins que «la gente adoraba a Sonny Rollins en Harlem y en todas partes. Era una leyenda, casi un dios para muchos de los músicos más jóvenes».

Tras su paso por Chicago, Rollins volvió con fuerza a la escena jazzista neoyorquina donde el particular estilo de su saxo tenor y sus improvisaciones dispararon su fama. Sería en esa época cuando grabó sus principales discos –entre 1953 y 1959 grabó hasta 23 álbumes– y, entonces, en 1959, desapareció.

«Me estaba volviendo muy famoso», justificó en unas declaraciones que recoge su biografía oficial publicada en su sitio web.

Fue en esa época cuando surge la historia del Puente de Williamsburg. El asunto es que, alejado de la escena, en el más absoluto anonimato, Sonny Rollins necesitaba un lugar tranquilo donde ensayar, porque una cosa es retirarse de la vida pública y otra impedir que la música deje defluir por las venas.

No tenía estudio, ni tampoco quería recurrir a los contactos de su época de máximo éxito. En casa no podía ensayar por la presencia de vecinos, así que todas las mañanas se dirigía al citado Puente Williamsburg y, mirando al río East River de Manhattan y de espaldas a los vagones del metro que cruzaban de North Brooklyn a Lower East Side, ensayaba.

«Solía practicar en el Puente, el Puente Williamsburg porque vivía en el Lower East Side en ese momento», explicó.

Cómo dio con ese lugar tan peregrino, se encargó también el propio Rollins de explicarlo en un artículo publicado por The Times en 2015: «No tenía dónde practicar. Mi vecino en Grand Street era el baterista Frankie Dunlop, y su esposa estaba embarazada. El instrumento que toco suena muy fuerte y me sentí culpable».

Entonces, «un día que estaba en Delancey Street subí las escaleras hasta el puente Williamsburg y llegué a una gran extensión. No había nadie allí y me pareció hermoso. Fui al puente a ensayar todos los días durante dos años».

El periodista Ralph Berton, de la desaparecida revista musical Metronome, se lo encontró por casualidad en 1961 ensayando en el puente neoyorquino y publicó un reportaje, Conversations on a Bridge (Conversaciones en un puente).

Aunque Berton trató de respetar la privacidad de Rollins y cambió su nombre y el del puente, rápidamente el público supo que se refería al desaparecido jazzista y al puente Williamsburg.

Fue, sin embargo, la revista Japanese Downbeat la primera en entrevistar a Rollins en el mismo puente, con unas impactantes fotografías que causaron regocijo e impacto por igual en el mundo del jazz y de la música.

Entrevista a Rollins en la revista la revista 'Japanese Downbeat'

Entrevista a Rollins en la revista la revista 'Japanese Downbeat'Redes Sociales

Convertido en un personaje gracias a su puente, su fama volvió a subir como la espuma y el puente dejó de ser un lugar tranquilo para ensayar, convertido en destino para los amantes del jazz, fans de Rollins y simples curiosos.

Sonny Rollins volvió a la escena a finales de 1961. Su primer disco tras su regreso se llamaría The Bridge. El puente.

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