Ser un 'hijoputa' no es malo
«Lo malo es ser un desleal porque además, los desleales, a todos, como a los cerdos, les llega su sanmartín»
La narrativa española de la segunda mitad de siglo veinte alcanza cotas que, según mi criterio, ni las hubo antes ni las ha habido después. En esa etapa, en la que, según dice la progresía mendaz, funcionaban a destajo la censura, el oscurantismo y la represión intelectual, surgieron y desarrollaron su obra narradores de la talla de Miguel Delibes, Camilo José Cela, García Pavón, Juan Marsé….y el ya olvidadísimo ( no sé por qué motivo ) José María Gironella, un hombre bueno y depresivo que escribió novelas enciclopédicas , equilibradas y bellísimas sobre la Guerra Civil.
Y junto a esas grandes figuras, dieron lustre a esa época otros valiosos escritores, no tan conocidos para el gran público, pero de la misma calidad que los anteriores. Por no aburrir con nombres y por seguir una regla de paisanaje sólo citare a dos : Juan Luis González-Ripoll y Mariano Aguayo.
No se trata ahora de hablar de literatura en profundidad. Vamos a quedarnos mejor en el detalle aparentemente poco significativo porque, según mi parecer, en lo anecdótico, en la excusa y en lo liviano reside casi siempre la esencia de las cosas.
Y hoy vamos de lenguaje: frente a la narrativa de la primera mitad del siglo pasado, en la que se usa un lenguaje muchas veces atildado con habitual ausencia de tacos, palabrotas y reniegos, la literatura a la que me refiero, con distintas intensidades y dispares grados de reincidencia, incorpora términos que por su significado, evocaciones y connotaciones procaces, estaban proscritos con anterioridad. Y esto, en mis cortísimas luces, es un acierto. Y no sólo porque en la novela se cuentan historias y la historia está plena de esos términos y expresiones sino, también y mayormente, porque esos términos y expresiones, aunque puedan parecer regüeldos semánticos, tienen arraigo y belleza, polisemia y musicalidad, evocación y hasta poesía.
Hay términos muy hermoso, generalizados ahora pero que arrancan al menos de la novela picaresca y se hallan también en El Quijote, como el de «hijoputa» , que aparte del significado habitual, puede adquirir otros verdaderamente encomiásticos.
Fijaos en el párrafo que transcribo de un relato del gran Mariano Aguayo :
"…..un viejo amigo con el que cacé mucho en otros tiempos y al que siempre respeté por su buen conocer y hacer en el campo, decía:
- El venado es fácil de matar porque es más alto, sobrepasa la jara, suena más, se le ve venir. Salta sin reservas a los limpios y tiene unas corridas muy claras. Uno sabe lo que va a hacer y hasta donde lo tiene que dejar cumplir.
Después de reflexionar un poco añadía:
- El cochino es más hijoputa."
Esa palabra, « hijoputa», incorpora en este caso cualidades referidas al jabalí, admirables y admiradas por el cazador : astucia, valentía, tesón….mutando su significado inicialmente ofensivo por otro laudatorio. Si escribimos «el cochino es más astuto» no hacemos literatura . Sin embargo, en la frase «el cochino es más hijoputa» hay tanta evocación, tanta originalidad, tanta rotundidad, que no sólo se hace literatura , sino hasta alta poesía, pues ya decía el gran Federico: «Poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse y que forma algo así como un misterio»
El antes mentado Don Camilo José Cela, en su Mazurca para dos muertos se explaya a gusto con el término y abunda en la explicación de las nueves señales que, según su criterio, caracterizan al «hijoputa». Y lo hace Don Camilo, que en Gloria esté, moldeando al "hijoputa» con una extraña habilidad que es, a la misma vez, cruel y tierna. Y es que, en la bronquedad epatante de Don Camilo latía un pálpito sentimental y poético.
Ser un «hijoputa» no es necesariamente, como sugiero más atrás, algo humillante ni denigratorio . Incluso, aunque le diéramos al término su significado más literal, tampoco la cosa será especialmente grave pues si la madre de uno fuere una puta sería bastante más probable que llegara a la Gloria que si fuera una mujer, digamos, virtuosa. Así lo enseña el Evangelio en frase de la que no nos es lícito dudar : «Las prostitutas os precederán en el Reino de los Cielos».
«Hijoputas» conozco a muchos y los quiero con sano afecto y hasta los admiro y cuando les digo «qué hijoputa eres» me responden con una sonrisa de gratitud.
Ser «hijoputa» no es malo. Lo malo es otra cosa. Lo malo es ser «un mierdas» otra expresión grosera pero mucho más ofensiva y con escasísimo arraigo literario. Con esta dicción, de eufonía cacofónica y maloliente, se califica al cobarde que mide exageradamente los riesgos, y busca sus objetivos usando atajos, prevaliéndose de la confianza de aquellos que lo respetaron, ayudaron o beneficiaron. El «mierdas», y a alguno conozco, busca prevalerse de una posición transitoriamente favorable para alcanzar sus objetivos , aun a pesar de falsear la realidad, traicionar, difamar y maldecir a quienes le hicieron bien, y confiaron en él. El «mierdas» puede ser, en definitiva, una de las variables más prosaicas y ruines del traidor, del desleal o aprovechado… del abusón, pérfido o aleve… del judas, del cobarde o del felón…
Hay desleales domésticos, cercanos y hasta en la familia…los hay empoderados, prevalidos de su cargo transitorio, ufanos por su instante de gloria…. Hay desleales a pie de calle, en las altas esferas y en el interregno…los hay cándidos como palomas o astutos como serpientes….Para ilustrar estas líneas podría nombrar a alguno de estos desleales que conozco pero, bien mirado, es absurdo, pues todos conocemos a gentes de esta ralea y para qué hacer escarnio….
En suma : a mi parecer, ser un «hijoputa» no es malo. Lo malo es ser un desleal porque además, los desleales, a todos, como a los cerdos, les llega su sanmartín.
Vivan España y sus fieles servidores.
Y como dice el Evangelio : « Quien tenga oídos para oir, que oiga»