La fuerza de atracción del general Santa Anna: de conquistar ejércitos a ser once veces presidente de México
Encarnó como pocos la idiosincrasia de los autócratas criollos: ambición enfermiza por el poder, vanidad de manual de psiquiatría, veleidad en el mando y despotismo
El general Antonio López de Santa Anna encarna como pocos otros la idiosincrasia de los autócratas criollos que sucedieron en el gobierno de las nuevas repúblicas a los cargos de los virreinatos hispanos. En ellos se mezclaban una ambición enfermiza por el poder y la riqueza, un desprecio a las libertades por las que se sublevaron, una vanidad de manual de psiquiatría, una veleidad en el mando que caía en la arbitrariedad y el despotismo, un desprecio a la mera gestión de los asuntos públicos y un oportunismo radical.
Personajes que sirvieron para la literatura desde el Tirano Banderas de Valle a El señor presidente de Asturias, del Otoño del patriarca de García Márquez a La fiesta del chivo de Vargas Llosa. Por supuesto, los errores siempre tenían un culpable ajeno a la voluntad del personaje y los graves problemas de gobernación eran debidos a la herencia colonial. Era un grandísimo truhan este señor, un pillo redomado. Pero un pillo simpático y encantador. «Con el mismo arte y con igual audacia conquistaba mujeres y ejércitos; con la misma fascinación puso a sus pies varias veces al país. Odiado, podía hacerse adorar al minuto siguiente», escribe Armando Fuentes Aguirre Catón en su libro La otra historia de México. Antonio López de Santa Anna (México 2012).
México tras la independencia se vio sumido en un largo periodo de pronunciamientos, guerras civiles, luchas intestinas sin fin que discutían si se formaba una república federal o unitaria en tanto que la economía perdía fuelle y el país se empobrecía a la vez que se reducía. El hábitat propicio para que se desarrollaran personajes como Santa Anna, un españolista que se pasó al bando de los independentistas cuando vio que estos tenían más fuerza; fue federalista hasta que tuvo que apoyarse en el partido conservador para conservar la presidencia.
Militar con éxitos frente al decadente Ejército español depauperado tras la invasión de Napoleón o contra la mal diseñada expedición de Barradas. Tuvo éxito también contra sus contrincantes internos, de igual calaña pero con menos talento y audacia. Pero perdió la mitad del territorio nacional contra los Estados Unidos en una campaña precipitada, absurda y resuelta con una derrota poco honorable. No era suficiente.
Fue a arreglar los problemas de orden público y orden constitucional que él mismo creaba
Todavía vendió el valle de La Mesilla que necesitaban las compañías ferroviarias del vecino norteño para unir el este con el oeste. Cierto que entonces México no estaba en condiciones de otra guerra, pero las negociaciones secretas fueron innobles, pactó una indemnización de diez millos de los que los norteamericanos solo entregaron siete, uno de ellos nunca llegó a la capital y los otros seis desaparecieron en manos corruptas, entre ellas seguramente las del propio presidente Santa Anna.
Lo ganó y perdió todo
Se puede uno plantear por qué llegó a ser once veces presidente de México. Seguramente porque su capacidad para la ilusión permanente, lo que podríamos llamar hoy populismo, era muy grande. Y porque sus oponentes, ofreciendo lo mismo, tenían mucho menos talento y menos fuerza en el país. Con suerte, se hizo desear en los momentos en los que no ocupaba la presidencia.
Quizás el único hombre que podía hacerle frente fue Gómez Farías, más honrado y con una postura intelectual y sentido de lo público, aunque muy radical en medidas contra la iglesia o los españoles que no se avenían a someterse. Pero no era militar, sino médico, y carecía de la posibilidad de armas asonadas y pronunciamientos. Su relación con Santa Anna fue inestable y vacilante, como todas las que tenían al general como protagonista.
En 1833 Santa Anna era federalista, con ese convencimiento provisional que tenía en todas sus alianzas, y se vinculó a Gómez Farías para alcanzar la presidencia de la República. El general no creía en nada que no fuera el poder y no le preocupaba engañar a cualquier aliado. Los que confiaban en él salían siempre decepcionados. Era un «exuberante y genial mixtificador que aparentaban propósitos» que no son suyos donde predominaba «la desfachatez, el desparpajo del alquilado profesional que sirve a todas las causas, invocando principios que no tiene ni quiere tener», en frases que Rafael F. Muñoz copiada en su Santa Anna. El que todo lo ganó y todo lo perdió (Madrid 1936).
Con Gómez Faría ensayó una nueva estrategia política que luego usó en varias ocasiones. En un episodio en que se vio contrariado, decidió retirarse a una de las fincas que había adquirido con el noble ejercicio de la política, Manga de Clavo. Montó una escenografía teatral, aparentó una dignidad exquisita (no le faltaban mimbres) y escribió un manifiesto en el que decía, entre otras cosas, «si alguna mano volviera alguna vez a turbar la paz pública y el orden constitucional, la nación no debe olvidarse de quien está listo a derramar hasta la última gota de su sangre…» Conocía bien el percal, los destinatarios de su proclama y la calidad del pueblo indiferente ante sus gobernantes incapaces. Por supuesto que lo volvieron a llamar y estuvo en la vida pública muchos años más. Era lo que pretendía veladamente con su falso retiro.
Fue a arreglar los problemas de orden público y orden constitucional que él mismo creaba. Al final, Santa Anna tuvo que exiliarse en Colombia. Cuando los mexicanos le dejaron volver, lo hizo en soledad. El hombre al que ponían arcos triunfales a su paso por los pueblos y tenía a las autoridades y próceres formados al sol, durante horas a la espera de su coche, el que ya dictador se otorgó el título del alteza, murió pobre y sin amigos.