La chuleta
No es cosa de analizar los contenidos de los discursos y las acciones. Es el momento de no hacer tonterías ni encabezar el reparto con un actor que no pasa la batería. España está en peligro y en juego, y exige la generosidad de abrir la puerta a los que emocionan y arrasan
Por malas influencias o precipitaciones emocionales, en los meses previos a unas elecciones, los políticos se equivocan aún más que con las urnas en la lejanía. Don Fernando Álvarez de Miranda, presidente del Congreso de los Diputados, un gran señor en la vida y en la política, se presentaba –creo que por UCD–, como cabeza de lista por Palencia a las elecciones generales. El amplio local elegido para su primer mitin se hallaba abarrotado de público. Y don Fernando inició su intervención con una exclamación de saludo local. Su intención era abrir su prédica con un contundente «¡Palentinos!» pero la emoción le robó la «n» y se la sustituyó por una 's' que no venía a cuento. Y exclamó: «¡Palestinos!» Después de unos segundos de confusión, el público reunido interpretó positivamente el trabalenguas, y don Fernando se sintió libre de dar explicaciones mientras oía y disfrutaba de una cerrada ovación. Y por supuesto, logró su escaño en el Congreso, aquel Congreso de los Diputados de los primeros años de la Transición rebosado de cultura, preparación, buen gusto y generosidad. A los payasos no se les permitía la entrada, y menos aún, sentarse en el hemiciclo, como ahora.
Para responder a la última majadería, no lejana a la traición, del ministro de Consumo, Alberto Garzón, que tanto daño pudo hacer a los ganaderos y la economía española –daño que no se ha producido porque Garzón en Europa es un cero a la izquierda– algún necio del PP convenció a Pablo Casado de la conveniencia de retratarse mientras cocinaba una hermosa chuleta. Y ahí aparece don Pablo cocinando la chuleta con la parrilla apagada, el delantal a estrenar y la sonrisa en plena expresión. Una fotografía tontísima, porque a Casado le falta gracia y donaire. Se trata de un documento gráfico perfectamente innecesario. Vi la grabación de su final de discurso en León. Lo que dijo estuvo muy bien. Pero lo dijo mal. A Casado le falta eso que los actores teatrales llaman «pasar la batería», es decir, hacerse con el público, llegar al público. Hay actores magníficos que no emocionan a los espectadores, y otros, quizá no tan exigidos, que inmediatamente, con dos palabras se meten al público en el bolsillo. En lugar de la chuleta, el que tendría que haberse colocado sobre la parrilla, previamente encendida, es Pablo Casado, al que le falta un vuelta y vuelta para terminar de dorarse. Sospecho que Teo ha tenido algo que ver en la majadería. Isabel Díaz Ayuso domina la escena y enloquece al público, y al final, es el público el que vota, no el realizador de la escena. Y ese dominio del público es lo que no le perdonan a la presidente de la Comunidad de Madrid. También «pasa la batería» el alcalde de la Villa y Corte y Capital del Reino, al que un pobre resentido de Zaragoza ha insultado llamándole «carapolla». De Podemos, claro. Como ignora el pobre bestia, los seres humanos tenemos cara de mamíferos, aves o peces. Y Almeida, que es un hombre inteligente y en ocasiones, desconcertante, de lo que tiene cara es de pez, y en concreto, de ciprino dorado del Japón.
Un ciprino dorado infinitamente más culto, preparado y educado que el burro del Ayuntamiento de Zaragoza.
Macarena Olona, surge, de improviso, se mueve y habla, y nadie se desentiende de sus palabras. Se trata de un don natural siempre que ese don se sostenga con la brillantez de la palabra y la oportunidad de situarla en su sitio. Casado habla bien, pero no más que eso. Y tendría que aplicarse en la interpretación, a falta del atractivo que no le ha concedido la naturaleza. Y esa aplicación pasa por bajarle los humos a Teo y agradecerle los servicios prestados en una carta llena de amistad y cariño.
El público es el que manda. Y el que vota. Y el que pone y quita.
No es cosa de analizar los contenidos de los discursos y las acciones. Es el momento de no hacer tonterías ni encabezar el reparto con un actor que no pasa la batería. España está en peligro y en juego, y exige la generosidad de abrir la puerta a los que emocionan y arrasan.