Adiós a Roldán, emblema del PSOE golfo
Todavía nadie ha batido en España los hitos de corrupción del partido que se presentaba a las elecciones bajo el lema de «Cien años de honradez»
Se ha muerto a los 78 años en Zaragoza, por un cáncer de próstata, Luis Roldán Ibáñez. A los que hoy tienen veinte años no les dirá nada, pues no habían nacido cuando protagonizó en 1994 su saga-fuga de diez largos meses, que concluyó con su sonada detención en el aeropuerto de Bangkok. Aquel fue el mayor circo de corrupción de la historia de España: el civil que dirigía la Guardia Civil se daba el piro tras hacerse multimillonario gracias al saqueo de los fondos reservados y el trinque de comisiones ilegales por obras en los cuarteles. Roldán era un golfo de gran vocación: sisaba hasta de las dietas de los viajes.
El PSOE ostenta el raro mérito de que unos años después logró batir aquella proeza. Lo hizo con el caso de los ERE, récord absoluto hasta la fecha en robo de dinero público (con el agravante de que lo chorizado estaba destinado a ayudar a los parados). Damos por descontado que el Gobierno «progresista» se encargará de que dentro de la asignatura de «Memoria Democrática» nuestros escolares estudien ambos episodios, rubricados por el partido de las lecciones para todas y todos.
Felipe González era un gobernante dotado de una capacidad de persuasión casi hipnótica. Hubo que sacarlo del poder con fórceps. A finales de los noventa, cuando ya había dejado la Moncloa y la primera línea de la política, tuve ocasión de seguirlo por el rural profundo en una campaña gallega. Me asombró que algunas abuelas lloraban de emoción al verlo. Si lo comparamos con el comportamiento felón con España de Zapatero y Sánchez, González fue a su manera casi un patriota español. Pero también una calamidad como director de recursos humanos. Se rodeó de tal tropa que aquello parecía el patio de Monipodio. Allí hubo de todo: financiación irregular con Filesa, la detención del presidente socialista de Navarra, el caso Rubio, las aventuras de Roldán… se robaba hasta del papel para imprimir el BOE. Además, se organizó una trama de terrorismo de Estado.
Roldán era un sujeto barbado y calvo, de aspecto úrsido, mirada huidiza y sonrisa pilla. Embustero compulsivo, de entrada se inventó dos títulos universitarios: ingeniero industrial y economista (al final lograría uno de verdad en Políticas, gracias a los 15 años que se pasó en la trena por una condena de 31). En realidad fue un pionero, pues su carrera anticipó la vía que hoy se estila en nuestra política, la del apparatchik que va trepando. Se afilió pronto al PSOE y UGT, fue escalando, y a vivir… Primero, concejal en Zaragoza y teniente de alcalde; después, delegado del Gobierno en Navarra tras la victoria de González y, por fin, director de la Guardia Civil en 1986, cargo que conservaría siete años.
Fue la prensa la que alertó de que su tren de vida no encajaba con su nómina. Piso de 300 metros en la Castellana, un terreno en la costa tarraconense, una finca de frutales en La Rioja (y con el tiempo aflorarían también sus viviendas en París y las Antillas francesas). Durante unos meses, el Gobierno del PSOE lo protegió frente a «los infundios» de la malévola prensa derechista. La Fiscalía General del Estado, que como ahora era un apéndice servil del Ejecutivo, no acababa de ver nada problemático en el caso. Pero al final el clamor era tal que González se vio obligado a destituirlo en diciembre de 1993. A continuación se organizó una comisión parlamentaria y afloró roña por un tubo. Así que Roldán, tras prometer al ministro de Interior que acudiría a declarar al juzgado, lo que hizo fue darse a la fuga. ¡Qué novela! Para trincarlo se recurrió a los servicios del escurridizo espía Paesa. El botín, más de mil millones de las pesetas de entonces, nunca ha aparecido. Roldán tampoco pagó jamás los 92 millones que le exigió el Supremo.
Roldán fue un delincuente contumaz, un pícaro impresentable, pero sus andanzas estaban aderezadas por un toque a lo comedieta setentera de Alfredo Landa. España se carcajeó lo suyo cuando una revista publicó sus fotos en gayumbos haciendo el pingo en una de sus orgías. Caspa químicamente pura. Casado tres veces y padre de cuatro hijos, se pasó diez años encerrado en la cárcel de mujeres abulense donde luego se hospedaría también otro icono de nuestra corrupción, el Urdanga. Acabó de cumplir en Zaragoza y salió libre en 2010. Trabajó entonces como vendedor de seguros en su ciudad y vivía en un piso de setenta metros. En apariencia no disfrutó jamás del botín robado y volatilizado. De vez en cuando concedía alguna entrevista, donde hacía gala de salidas a lo Rinconete y Cortadillo, los pícaros cervantinos: «Gasto menos que un ciego en novelas», se lamentaba en una de ellas. Reconocía sus delitos, pues eran harto evidentes, pero siempre negó con enojo haber robado los fondos de los huérfanos de la Guardia Civil. Culpaba de sus fechorías al clima imperante entonces. Decía que el cobro de fondos reservados estaba al orden del día, a fin de compensar los sinsabores de la política y el heroísmo en la lucha antiterrorista.
Luis Roldán encarnó una mentalidad cutre y amoral, que nunca muere y que de en vez en cuando nos vuelve a sobresaltar, porque la criatura humana es imperfecta y los controles en España han dejado mucho que desear. El PP se rebozó también lo suyo en el barrizal y el nacionalismo catalán atufa. En cuanto al PSOE, no sé si realmente rubricó alguna vez «cien años de honradez», como rezaba el lema con que concurrió a las elecciones de 1979. Pero desde luego, en los cuarenta años siguientes se ha desquitado a gusto.