Pozos muy raros
Fui, durante una semana, el duque de Varsovia, de Arebanza, de la Dehesa de Burguillo, príncipe exiliado de Mogrovia, Nutrovia y Vasilenko, y descendiente del conde de Cluny, cuya cabeza rodó tras ser acariciada por la guillotina
El diario La Verdad de Murcia ha concedido mucha importancia a la detención de un presumible corruptor de menores que se hace pasar por el conde de Pozos Dulces. La noticia nada tiene de divertida, porque dedicarse a meter mano a un niño de 13 años es una asquerosidad. Lo que ha convulsionado al periódico murciano es que el presunto delincuente es el conde de Pozos Dulces. Un malvado aristócrata, un noble degenerado. Y he consultado con el «Elenco de Grandezas y Títulos Nobiliarios Españoles 2018» y no he encontrado la referencia a dicho título. No existe el condado de Pozos Dulces, ni Pozos Amargos ni Pozos Sosos ni Pozos Falsos ni Pozos de Coña. Lo único divertido del caso es la cantidad de cosas que ha hecho hasta la fecha el flamante conde de los falsos pozos edulcorados. El supuesto o conjeturable conde, Ignacio Jacob y Gómez, de 42 años de edad, es hijo de los duques de Jacob-Bellecombette y barones de Torame, de rancio abolengo franco-belga, que ya es decir. Es además, licenciado en Administración de Empresas y en Psicología por la Universidad de California, que manda huevos. Perito Judicial por la Universidad de La Laguna y colaborador de diferentes ONG como la Fundación Vicente Ferrer, Mensajeros de la Paz, y Tierra de Hombres. Es tan importante, que recibió un premio de manos del padre Ángel. Y según sus palabras, mantiene una «estrecha amistad» con Julio Iglesias, Michael Douglas, Leonardo Di Caprio, Polansky, Rania de Jordania, y Carolina de Mónaco. Y no mantiene una estrecha amistad con la Reina de Guatemala, porque tan exótica Su Majestad no existe. Está en posesión del prestigioso premio «Pompidou de la Comunicación», que se concede en París y del «Indalo de Oro» que se falla en Almería. Pero lo impresionante son sus especialidades periciales por la Universidad de La Laguna. Criminalista Forense, Psicología Clínica, Construcción e Inmobiliaria, Empresariales y Censor Auditor de Cuentas. Por si fuera poco, es el fundador y director de los emblemáticos premios «Dedales de Oro» y ha colaborado en TVE, Antena 3, Mediaset, la SER, Cope, Punto Radio y Onda Cero, donde ha dejado su sello hablando de imagen, protocolo, sociedad, lujo, moda y estilos de vida. Un personaje completísimo, si bien se dedica en sus ratos libres –pocos–, a culminar cochinadas y guarraditas delictivas con menores de edad.
Tengo que reconocer que, en un período de mi vida, y para vencer a algunos de mis amigos, tuve que inventarme unos títulos nobiliarios con el fin –noble por cierto–, de ser el elegido de una belleza colombiana que pasó por Madrid. Mis amigos me aventajaban en todo, pero yo me adelanté en títulos y por fas o por nefas, ella terminó eligiéndome a mí. Fui, durante una semana, el duque de Varsovia, de Arebanza, de la Dehesa de Burguillo, príncipe exiliado de Mogrovia, Nutrovia y Vasilenko, y descendiente del conde de Cluny, cuya cabeza rodó tras ser acariciada por la guillotina. Aquello le impresionó sobremanera, y lloró en mi hombro mientras de mis ojos fluían lágrimas más falsas que los pozos dulces. «Has tenido que sufrir muchísimo», me susurró con la voz entrecortada. «No te lo puedes imaginar», le contesté manteniendo una compostura y una entereza de muy complicada superación.
Deduzco que el periodismo español es muy hortera en esas cosas. Está al acecho de los condes, y si son falsos, también. En los últimos años, y conocido el recelo del Rey a conceder títulos –ahí esperan Amancio Ortega, Plácido Domingo, Rafael Nadal y otros grandes de España–, yo he tenido la osadía de conceder algunos para compensar el desértico apoyo de la Reina a los títulos nobiliarios, potestad exclusiva del Rey. Y al más genial de mis amigos, Juan Carlos Villalta, le concedí el título, con Grandeza de España, de conde de los Olivares de Lucena. Y a Pilar Aguirre, de Guecho, marquesa de los Pinares de la Galea. Títulos falsos que jamás han utilizado, mientras el conde de Pozos Dulces se dedicaba a deshonrar a la nobleza –con sus pocos marqueses y condes traidores a España–, abusando de unos Pozos Dulces tan falsos como infectados. De ser un Sánchez cualquiera, la noticia carecería de motivación. Porque el delito que han destacado los medios de comunicación, no ha sido el de corromper a menores. Ha sido el de ser conde. Falso como una moneda de siete euros, pero a pesar de su impostura y falsedad, conde.
A no ser que haya heredado el título en edición posterior a mi «Elenco» gracias a las apasionadas artimañas del consejero de Justicia de Madrid, Enrique López, al que también le encantaría ser conde por un tiempo más prolongado que magistrado del Tribunal Constitucional. Pero se nota que no puede serlo. Como Pozos Dulces.