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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El odio mudo

Los menores de 16, por ejemplo los niños, las niñas y «les niñes» de ocho años tendrán, siempre que lo consientan, la posibilidad de ser tocados, sobados o poseídos por un adulto. A eso, en mi pueblo, se le llama degeneración, y mi pueblo es bastante grande, y se llama Madrid

Actualizada 01:30

Diga lo que diga, ora una estupidez, ora una repugnante barbaridad, la expresión de Irene Montero y sus gestos homilíacos son la síntesis del odio. No por lo que dice, sino por la manera de decirlo. Enmudezcan sus grabaciones y observen detenidamente sus gestos. Es una furiosa que odia. Para mí, que también se odia a sí misma, sabedora de sus insoportables carencias y del camino que ha tenido que seguir para ser ministra. Un camino durísimo y montañoso, a pesar de su aparente terreno plano y horizontal. Ahora, desde su condición de gobernante, defiende e impulsa la pederastia, con ahínco, con convicción demencial, con la antiestética analfabeta de la que siempre hace gala en sus intervenciones.

En otro Gobierno de otro país, Irene Montero ya habría sido fulminantemente expulsada del Gobierno, y sus palabras se hallarían en manos de la Fiscalía. Pero lo más temible de esta ministra, compensada con su cargo por sus atroces y desmesurados pasos previos, es la mirada añadida a la gestualidad del odio. Ni su voz ni el contenido –por llamarlo de alguna manera–, de lo que dice carecen de importancia. Su oquedad intelectual no puede ser castigada con la crítica, porque la pobre mujer no da de sí en el ámbito de las ideas. No está en posesión de la gramática, ni de la semántica ni de la semiología ni del ínfimo grado de la ciencia de las palabras. Sus intervenciones se sostienen por el desaliño, el disparate y el desvanecimiento del mensaje, por brutal que sea el último.

La ministra de la complicada senda para llegar a ministra nos ha sorprendido con su defensa a ultranza del derecho de los niños a mantener relaciones sexuales con adultos. De los niños, las niñas y «les niñes», como a ella le gusta eructar el idioma. Y ninguna de sus asesoras le ha advertido con anterioridad a la emisión de sus eructos, de la conveniencia de consultar el Código Penal. Porque la ministra del odio invencible, y lo escribo con misericordia porque lo tiene que pasar muy mal con tanto desamor y tanta hiel imperantes en su macedonia de resentimiento, lo que ahora promueve –y ahí termina la misericordia– es la generalización de un delito asqueroso que está penado, para los adultos que mantengan con menores de 16 años relaciones sexuales, con ocho años de prisión, que escrito sea de paso, me parecen pocos años de condena. Pero el escándalo se produce del mismo modo oyendo lo que dice, o analizando su mirada mientras lo dice, con el audio apagado, con el odio mudo. Su vertedero intelectual infectado se sobredimensiona con el gesto, la ira virulenta de su boca y la gélida simplicidad de su mirada. Lo que diga o deje de decir es otra cosa, porque se trata de una charlatana, una lenguaraz y una garrula más cercana a la cotorra que a la chicharra. Lo que Eugenio Montes, finísimo escritor, llamaba parlaembalde y fodolí.

Esta mujer tiene que ser expulsada del Gobierno. Será interesante analizar las interpretaciones de socialistas y podemitas de sus palabras. Los menores de 16, por ejemplo los niños, las niñas y «les niñes» de ocho años tendrán, siempre que lo consientan, la posibilidad de ser tocados, sobados o poseídos por un adulto. A eso, en mi pueblo, se le llama degeneración, y mi pueblo es bastante grande, y se llama Madrid.

Retomo la misericordia. Y no hay ni una mala esquina ni un aprovechamiento perverso de la situación. Pienso en sus hijos y tiemblo.

Y también tendría que temblar su padre, que es el responsable de haberla colocado ahí.

PD: con estupor he seguido el informativo de Antena 3 presentado por Sandra Golpe. Ni una palabra del asunto en cuestión. No es noticia que una ministra del Gobierno defienda la pederastia. Consigno mi estupor y mi asombro.

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