Amamantar
Respetar la necesidad de calma y recogimiento de un bebé es empezar por un buen camino, anteponiendo la voluntad, el respeto y la delicadeza de formas
Que la ruidosa camada de hembras empoderadas y agresivas conforman una espuma peligrosa no es una novedad. Sólo basta ver las consecuencias de la ley que se han inventado para protegerse del varón. Siguiendo con la incongruencia y ridiculez de su lógica, ahora piden una ley que proteja la lactancia materna en lugares públicos, ¿pero acaso está prohibida? Su burda concepción del ser humano les impide entender que hay leyes no escritas que son aceptadas al unísono cuando atañen a lo íntimo: no hacerlo en lugares destinados a reuniones de sociedad. Esperemos que este nuevo lamento de pálidas guerreras, con escultura gigante de por medio, pronto desemboque en comarcas de leyenda.
El camino de la verdad es paradójico, y hay que ponerlo de vez en cuando en la cuerda floja, para volver a juzgarla. Tras dar a luz, la mujer no sale a la calle sangrando, ni lame a su bebé para limpiarlo. Los primeros días de vida suelen ser dentro del ámbito privado, buscando la calma y la serenidad de la nueva situación. El bebé se alimenta de su madre y, puesto que no tiene desarrollado aún el control de esfínteres, se le ponen pañales, cambiándolos con frecuencia para que su delicada piel no se irrite.
He presenciado con desagrado, en mi etapa de crianza, como otras madres cambiaban el pañal de sus hijos delante de todo un grupo social, sin el más mínimo respeto, ni pudor. Les daba muchísima pereza retirarse a otra habitación más íntima. Ver mierda, aunque sea de un recién nacido, no le gusta a nadie, al menos a nadie normal, aunque sea tu sobrino. Espero que mis hijos, que me conocen bien, escojan con acierto a sus mujeres y éstas entiendan las normas mínimas de una buena educación, respetuosa y elegante.
El acto de amamantar es uno de los más íntimos y dulces que existen. Muy doloroso al principio, hay que reconocerlo, pero se va suavizando con el cariño y el contacto entre madre e hijo. Hay algo de místico en este encuentro, que pertenece únicamente a ellos. Algo tan bonito, natural y necesario es un acto privado, profundamente tierno. No es agradable ver a una mujer sacarse el pecho en medio de un restaurante y dar de mamar a su bebé. Sacrificarse también es parte de la maternidad y ésta es la parte que este tipo de hembras empoderadas no entienden.
Si una mujer decide ser madre, ahora que dan tantas opciones para no serlo, tiene que asumir que pasará unos años en los que las prioridades se invertirán por completo. El amor a un hijo y el sentido común hacen que este acto de generosidad no cueste tanto. El problema viene cuando las mujeres quieren seguir con su ritmo de vida después de traer criaturas al mundo. Atender a un recién nacido es exclusivamente responsabilidad materna, el bebé sólo la reconoce a ella. El resto del mundo no tiene que sufrir la angustia y desesperación por la difícil acomodación a ese nuevo rol.
Si voy a cenar a un restaurante, no quiero ver como una mujer se saca la teta para dar de comer a su bebé. En primer lugar, porque ese bebé debería estar a esa hora durmiendo en su cunita y, si la madre no tiene con quién dejarlo, que no salga a cenar. Cambiar los pañales, dar de comer y educar a un hijo son actividades que se llevan a cabo en la intimidad. Qué desagradable es ver a esos padres jóvenes gritando a sus hijos en público. Si de verdad supieran que lo que vemos algunos es precisamente su dejadez e hipocresía, harían un poquito de autoanálisis. Los hijos se educan en casa, todos los días y a todas horas son una buena ocasión para ir dándoles las pautas. Si esto se hace bien, cuando salen a la calle, saben comportarse perfectamente. Respetar la necesidad de calma y recogimiento de un bebé es empezar por un buen camino, anteponiendo la voluntad, el respeto y la delicadeza de formas.