El Debate
De un púgil desesperado como Sánchez, enrabietado por saberse perdedor en las apuestas, se puede esperar todo, menos grandeza y «fair play»
No será la madre de todas las batallas políticas como algunos pretenden hacernos creer, pero sí un lance pugilístico suficientemente explícito para que los parroquianos de uno y otro contendiente reafirmen sus apoyos en el suyo.
Sánchez se comportará lo mismo que en su «road movie» por platós y estudios: ansioso, visiblemente crispado, se presentará como una víctima injusta de una conspiración urdida por poderes mediáticos y económicos y dirá que nunca faltó a la verdad ni a su palabra sino que, obligado por las circunstancias, cambió de posición.
En resumen volverá a mentir con la misma sinceridad con la que viene haciéndolo en las últimas entrevistas en las que no ha dudado, sin pestañear, en afirmar que no pactó con Bildu, ni cambió la política de España sobre el Sahara, dado que es la misma de sus predecesores en la Moncloa y que mantiene la ONU con Marruecos. Borges describiría a Sánchez con la misma contundencia que a los peronistas: «No es bueno ni malo. Es incorregible».
Sánchez está desesperado y necesita ganar el debate. Feijóo en cambio puede conformarse con no perder. No perder el duelo y mantener la serenidad y el equilibrio suficientes para responder con moderación en las formas pero tajante y convincente en el fondo ante un adversario que le dará golpes bajos como aquel «indecente» que le espetó a Rajoy .
De un púgil desesperado como Sánchez, enrabietado por saberse perdedor en las apuestas, se puede esperar todo, menos grandeza y «fair play».
Sánchez acude al debate con su soberbia y narcisismo socavados por la influencia de unas encuestas, todas menos las del desvergonzado conmilitón que puso al frente del CIS, que le auguran una derrota en las urnas con una desventaja sobre Feijóo de entre 40 y 50 escaños.
Eso le hace peligroso pero también más débil y probablemente más nervioso. Nixon perdió ante Kennedy el primer debate televisado de la historia tras perder los nervios frente al joven aspirante demócrata, de aspecto impoluto y respuestas firmes, y las gotas de sudor de su rostro empezaron a traspasar las pantallas en blanco y negro de los más de 66 millones de estadounidenses que siguieron el cara a cara.
Nixon no dejó de sudar durante el desafío y desde entonces, por si acaso, los equipos de asesores de los contendientes pactan antes del combate dialéctico hasta la temperatura ambiente del plató.
Sánchez y Feijóo se han citado para el que será probablemente el único debate entre candidatos de la campaña y es evidente que quien va primero en la carrera y en el partido, el líder del PP, tiene más que perder que quien necesita más metros y tiempo para recortar distancias. A Feijóo le puede resultar suficiente con aguantar a un previsible Sánchez desencadenado mientras describe a los espectadores lo mucho y malo del «sanchismo».
En los debates, a veces, una simple respuesta, incisiva o irónica, previamente estudiada marca todo el «tête à tête» y acaba con el rival en la lona.
Lo hizo Reagan en su segundo «round» televisivo frente al aspirante Mondale después de que éste sembrara dudas en los norteamericanos sobre la conveniencia de que fuera reelegido un mandato más en la Casa Blanca dada su avanzada edad, 73 años.
Reagan aprendió la lección y cortó de raíz la estrategia de su joven adversario de forma irónica y eficaz: «No voy a sacar a relucir en este nuevo debate el tema de la edad en la campaña. No voy a explotar, por razones políticas, la juventud e inexperiencia de mi oponente». Reagan provocó la hilaridad de los espectadores con su broma y también de Mondale que cayó K.O.
Naturalmente Reagan ganó las presidenciales.