Vidal-Quadras: asesinos en casa
¿Hasta cuándo este pobre mundo político nuestro perseverará en la suicida estrategia de juzgar al adversario un enemigo? ¿Hasta cuándo se regocijará de su muerte a manos de cualquier atroz teocracia?
Alejo Vidal-Quadras es una rara avis. Lo ha sido siempre. Un político español con el que se puede hablar plácidamente de literatura, de arte, de matemática…: lo impensable en ese casi unánime gremio de analfabetos. Un político, en cuya compañía es grato olvidar la política –esa cosa, entre nosotros, siniestra y casi homicida–, desechar creencias y prejuicios, dejar vía libre a la inteligencia: que, en su caso, es altísima y se abre a los campos más heterogéneos. Conversar con Alejo Vidal-Quadras es un lujo del espíritu. Algo, por desgracia, tan poco habitual en el triste oficio de esa política española a la que hoy vemos naufragar entre la necedad y la cobardía. Cuando no en el delito.
A Vidal-Quadras, le dispararon, hace ahora una semana. A la cabeza: a esa cabeza cuya capacidad para analizar y comprender se les hace tan grato odiar a los estúpidos, que son legión en todas las hordas de entusiastas, de esos que aguardan prometidos paraísos terrenales y que traen necesariamente siempre infierno.
Pretendían matarlo. Fallaron. Lo dejaron «sólo» malherido. Sólo. Es lo que parecen repetirse, con melancolía, las instancias biempensantes de este amargo país nuestro. «Sólo», parecen casi lamentar quienes tenían la obligación de haberlo protegido. Un simple tweet displicente del presidente de un Gobierno español, la mayor parte de cuyos miembros viven en la perfecta indiferencia hacia lo que pueda pasarle a quien había sido el más brillante de sus adversarios. Pero la brillantez no se perdona. Y en la exhibida indiferencia de esa mala gente, uno cree adivinar la elipsis de un estruendoso «¡uno menos!».
Desde el primer momento, Vidal-Quadras tuvo la sangre fría de identificar a sus asesinos: lacayos de los ayatolás iraníes. ¿Y cómo no iba él a saberlo? Sus años en el Parlamento europeo fueron una batalla heroica en defensa de la exiliada, encarcelada, torturada, asesinada oposición iraní. Y claro que sabía que estaba amenazado. Ispahán, la cadena televisiva del Gobierno iraní en lengua española, había vuelto a marcarlo como objetivo tras el pogromo de Hamás en los kibutzin israelíes. «El fundamentalismo islámico, apoyado por los ayatolás iraníes, ha iniciado el pasado 7 de octubre una guerra de aniquilación contra Israel», había escrito Vidal-Quadras. Para concluir lo más elemental, lo lógico: que «todos los demócratas y amantes de la libertad del mundo hemos de estar sin matices del lado israelí en su lucha por la supervivencia». La respuesta de la cadena iraní, de la cual fue en su día asalariado Pablo Iglesias, no se enredó en matices: «Alejo Vidal-Quadras, fundador del partido de ultraderecha español Vox reiteró su apoyo público a la ocupación colonial sionista».
Que la televisión de una teocracia tan inequívocamente asesina como la iraní tache a alguien de «ultraderecha» tiene su guasa. Pero el sentido del humor no es el punto fuerte de los clérigos chiitas. La amenaza de un teócrata es para siempre. Los ayatolás no perdonan. Ni olvidan. El acuchillamiento de Salman Rushdie, 33 años después de haber sido condenado por Jomeini, no nos permite hacernos fantasías. Un abominable lo es, ante los siervos del Dios coránico, para toda la eternidad, para todas las eternidades, para todos los infiernos.
Rushdie, al menos, fue protegido por los servicios de inteligencia durante tres decenios. Aunque, al final, fallasen. A Vidal-Quadras lo dejó tirado todo el mundo. Lo siguen dejando tirado las autoridades que ni la menor piedad –de apoyo, amistad o cariño, mejor no hablo– hacia el malherido manifestaron. Lo siguen dejando tirado quienes nada hacen para romper relaciones diplomáticas, de una maldita vez, con esa República Islámica que está detrás de los peores asesinatos en nuestro propio y tan civilizado mundo. Como detrás ha estado de las aberraciones carniceras de Hamás en Gaza.
Al menos, la policía ha vuelto a mostrar, una vez más, esa fría eficacia de la cual carecen quienes, desde el Gobierno, les dan órdenes no pocas veces contradictorias. Esperemos que el ministro del doctor Sánchez no depure a los responsables de esa incómoda eficiencia.
¿Hasta cuándo este pobre mundo político nuestro perseverará en la suicida estrategia de juzgar al adversario un enemigo? ¿Hasta cuándo se regocijará de su muerte a manos de cualquier atroz teocracia? Da vergüenza, mucha vergüenza, tener que preguntárnoslo. Pero es necesario.