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HorizonteRamón Pérez-Maura

París: un espectáculo deplorable

Lo que vimos ayer fue una enorme exaltación del mantra LGTBI. Mucho rosa, un hombre negro definido como «prima ballerina», una insinuación de trío sexual de dos hombres y una mujer, una simulación de «La Última Cena» de Leonardo Da Vinci con una «drag queen» en el sitio de Cristo

Actualizada 09:25

Comprendo que tengo poca afición al deporte. Por eso la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos es una de las pocas transmisiones relacionadas con el deporte que suelo ver. No estoy seguro de cuántas he seguido. Recuerdo perfectamente haber visto la de los Juegos de Barcelona en 1992 en casa de mis padres y con mi novia. Me pareció un espectáculo maravilloso. Es sin duda la que más me ha impactado. Se nos saltaron las lágrimas cuando vimos entrar en el estadio al Príncipe de Asturias como abanderado de España. En cambio, lo de París creo que ha sido deplorable y en algunos momentos vomitivo.

La lluvia fue lo de menos. En estos tiempos de calentamiento global ya sabemos lo que llueve un 26 de julio. Lo que esta «ceremonia» ha demostrado es que lo que menos importa es el deporte. Entre otras cosas porque ni siquiera el portador de la antorcha corría de verdad -y en algún momento llevaba la antorcha apagada. Grande. Era un montaje televisivo grabado con antelación. Lo que cuenta es el espectáculo y el mensaje político, como en los Juegos de Berlín de 1936. No hemos progresado nada.

Lo que vimos ayer fue una enorme exaltación del mantra LGTBI. Mucho rosa, un hombre negro definido como prima ballerina, una insinuación de trío sexual de dos hombres y una mujer… Una simulación de «La Última Cena» de Leonardo da Vinci con una drag queen en el sitio de Cristo. Ya que hay tantos musulmanes en Francia podrían haberse reído de Mahoma un ratito.

No menor fue el contraste entre el lugar majestuoso que se dio en los Juegos de Londres a la Reina Isabel II, que hizo una breve parodia de sí misma siendo escoltada nada menos que por James Bond, mientras que en París nos han sacado a Reina María Antonieta decapitada. Qué graciosísimo. En estos tiempos en que hay que condenar la pena de muerte depende para quién. Francia la abolió, pero la celebra ante el mundo entero.

Y qué decir de la Guardia Republicana, de la que tan orgullosos están los franceses. Ha quedado para hacer unos bailecitos como una vulgar charanga de pueblo.

Confieso que me emocionó sólo el momento en que la ceremonia volvió de verdad al deporte y entregó el protagonismo final de la antorcha camino del pebetero dando protagonismo a grandes estrellas como Rafa Nadal.

Y ya que era un espectáculo concebido exclusivamente para la televisión, no puedo dejar de decir que la realización también me pareció lamentable. Imágenes aburridísimas de los barcos que portaban a los deportistas, muchos con las manos en los bolsillos, intercaladas con tomas efímeras de una especie de pase de modelos -bastantes travestidos- que no se entendía qué pintaban. Ni los modelos, ni los travestidos. Y a esa producción televisiva no se le ocurrió mostrar la imagen de los Reyes de España cuando pasó el equipo español. Quizá no lo hicieron para no mostrar que se estaban mojando, cubiertos con chubasqueros, no como Macron, que estaba perfectamente a cubierto. Pero bien que enseñaron a los Reyes de los Países Bajos cuando pasó su equipo. Y digo bien pasar, no desfilar.

Ya comprendo que ayer y en Francia no era un día para recordar que el barón de Coubertin era un racista distinguido, reaccionario y un supremacista blanco. Es lógico que se olvidase eso. ¿Cuándo empezará el progresismo a recordarlo? Mejor lo dejamos para otro día. Claro.

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