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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El decano de los farsantes

Me han informado del fallecimiento del ilustre madrileño y gran embaucador don Práxedes Armaguíbel Fuenterrosa. Tenía un amigo cómplice en el Ejército que le informaba de los ascensos de los nacidos el mismo año que él. Y él mismo se ascendía

Actualizada 08:32

Me han informado del fallecimiento del ilustre madrileño, decano de los farsantes y «rodríguez», y gran embaucador don Práxedes Armaguíbel Fuenterrosa. Su familia creía que era general de División del Arma de Infantería, cuando en realidad no superó en la Mili el empleo de cabo de segunda. Pero era escrupuloso. Tenía un amigo cómplice en el Ejército que le informaba de los ascensos de los nacidos el mismo año que él. Y él mismo se ascendía. Jamás permitió que su familia le acompañara en sus destinos. Teniente en Cerro Muriano, cuando era un Centro de Instrucción.

Capitán en Murcia. Comandante en San Sebastián, teniente coronel en Pontevedra, coronel en Las Palmas de Gran Canaria, general de brigada en Melilla, y general de División en Madrid. –Pasado mañana paso a la reserva activa–, comunicó a su mujer e hijos. Se concedió la Gran Cruz del Mérito Militar que adquirió en un comercio de Militaria cercano al Rastro.

Poseía también la Cruz de San Hermenegildo, y otras condecoraciones que se fue otorgando durante su larga y falsa vida castrense. Le sobraba el dinero, y un día su mujer le preguntó porqué no le ingresaban en su cuenta corriente su sueldo. –Te deben treinta años de sueldo, Práxedes mío–. –Ya sabes cómo funciona el Ejército. Un día de estos se lo reclamo al Subsecretario de Defensa–. La mujer, no hace falta que me explique con mayor hondura descriptiva, era muy buena y bastante tonta.

Ilustración de Barca

Siendo falso general de división en Madrid, organizó para su familia un deslumbrante veraneo en Santander. Quince días en el Hotel Real. Y acompañó a los suyos al aeropuerto para despedirse de ellos. Lágrimas y abrazos. – Eres un modelo. A ver cuando tus superiores te dejan veranear con nosotros, aunque sea un par de días-. – Estamos en alerta general por un posible ataque del Ejército esloveno-. –Pues cuídate mucho, mi amor, y que no me entere de que un esloveno te hace daño-.

De vuelta a Madrid fue detenido a la altura del Puente de Arturo Soria en la autovía de Barajas. El usurpador «general» Armaguíbel, para celebrar los quince días de «rodríguez» –toda una vida de «rodríguez» y lo seguía celebrando–, al volante de su todoterreno, sacó medio cuerpo por la ventanilla y procedió a cantar «Eres alta y delgada como tu madré, morená saladá». No se atrevió a identificarse como militar, como es de suponer. Se le practicó la prueba de alcoholemia. Su coche fue concienzudamente registrado. Nada. La prueba de alcoholemia dio como resultado «0,000» de alcohol en la sangre. La sanción, por imprudencia temeraria fue consecuente a la gravedad de su acción. –Entiendo que no se lo crean. Estaba celebrando mi condición de «rodríguez». Venía de dejar a mi familia en el aeropuerto–.

En casa, baño caliente, y elección de indumentaria. De dulce de membrillo. Había quedado con unas chicas en un local de agudas diversiones. Antes de acudir al lugar del encuentro, llamó a Santander. Su mujer, emocionada. –¡Qué maravilla! ¡Qué temperatura! ¡Qué servicio! ¡Qué vistas de la bahía! Pensamos mucho en ti y en tu generosidad, amor mío! ¿Hay noticias del Ejército esloveno?–; –Todavía no, pero según me han informado, en la costa de Alicante se han detectado movimientos de buques no identificados. Disfrutad, y si hay novedades, os tendré puntualmente informados. Acordaos de mí en vuestras oraciones–.

El pasado año, su familia supo la verdad de su vida. Y lo empaquetaron en una residencia. Anteayer, falleció rodeado de sus compañeros de reclusión. Su mejor amigo, un jubilado del comercio, no pudo evitar las lágrimas cuando su ataúd, en absoluta y seca soledad, fue introducido en un coche fúnebre de entierro de tercera clase. –Nos salvó de la invasión eslovena, y ahí se lo llevan, sólo y sin honores. España no es agradecida–.

Nadie sabe donde está. Su familia, cuando escribo, veranea en Santander.

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