Chiqui Montero
Por mucho que se disfrace de usuaria de la Feria de Sevilla, es la responsable del atraco que perpetra cada día su jefe
María Jesús Montero fue la calamidad que dejó la Hacienda andaluza como el medallero español en taekwondo, y le añadió un acto supino de indigencia moral: se negó a intentar recuperar el desfalco de los ERE, ahora amnistiado por la banda de Conde-Pumpido, unos forajidos de leyenda con placa de sheriff concedida por Sánchez.
Lo hizo tan bien en su tierra, con ese socialismo andaluz empobrecedor y clientelar que ya no opera allí pero está a pleno rendimiento en La Moncloa, que fue ascendida a ministra de Hacienda, con los galones añadidos de número 2 del PSOE y vicepresidenta primera del Gobierno: es como si a una cajera que pierde, distrae o descuadra mil euros al día la hicieran consejera delegada de Mercadona.
La susodicha peleó como pocas, cuando servía a Chaves y a Griñán, contra toda fórmula de «negociación singular» para Cataluña, con un cacareo gramaticalmente exasperante, el suyo siempre, pero conceptualmente impecable: lo que se da de más a uno se le da de menos a otro, una norma tan inapelable como la ley de la gravedad o el principio de Arquímedes, salvo que seas socialista y necesites comprar algo o a alguien.
Montero es una psicópata fiscal que ha incrementado la recaudación por el método buitre de aprovecharse de la inflación y duplicar la presión impositiva sobre los curritos, los autónomos y los pequeños empresarios para ir conformando Españistán, la arcadia de las paguitas, los subsidios eternos, las bajas fraudulentas, las ayuditas, el empleíto público y el dolce far niente.
Y además de eso, que la convierte en la oficiosa ministra del Voto Cautivo, es una incompetente compulsiva y una mentirosa patológica, lo que explica la predilección del jefe por ella: es su alter ego con pelo largo, acento gracioso y cromosomas XX, una combinación espléndida para encargarle los trabajos más sucios disfrazada de usuaria de la feria de Sevilla.
Ahora dice que el cupo catalán es el no va más de la financiación solidaria para España, que es como decir que la agresión sexual es el último grito en relaciones íntimas y que, con un nuevo paraíso fiscal a sumarse a los del País Vasco y Navarra, las cosas irán mejor en Murcia, Castilla-La Mancha o Melilla.
Rectificarse a sí mismo requiere de un ejercicio de pedagogía y penitencia que le permita al receptor entender las razones exactas del volantazo, con todas las explicaciones oportunas y la memoria económica imprescindible para, al menos, poder darle una vuelta por si acaso.
No sucede esto con Montero, como tampoco con Sánchez, autor de virajes históricos que para sus heraldos se justifican como un mero «cambio de opinión»: ninguno es capaz de echar unas cuentas, de decirle a un extremeño cómo va a ser posible prosperar con menos recursos y más necesidades; ni cómo se acata que el que más tiene menos comparta, un contradiós hasta para los socialistas menos ilustrados.
Y no lo explican porque no tiene explicación, como no la tiene que un golpista, un prófugo y un terrorista, todos ellos además separatistas, designen presidente del Gobierno y le conviertan en su mozo de heces, legendario oficio al servicio del trasero de reyes y de papas.
El socialismo consiste en expropiar la riqueza ajena para esparcir miseria clientelar y transformar al ciudadano subsidiado en un zombi electoral, pero en el caso catalán ha mutado en una sorprendente cepa vírica nueva: ahora también renuncia a pellizcarle al más rico y apuesta por hacer pasar más hambre al más pobre, si con ello perfecciona el penúltimo invento de Sánchez.
Ya se está intentando comprar a pensionistas, jóvenes, funcionarios, vulnerables de verdad y de mentira, inmigrantes y vagos institucionalizados: ahora lo intenta con los 48 diputados que tiene asignados Cataluña en el Congreso, los únicos que le pueden librar de una paliza en las urnas. Si acaso algún día las vuelven a poner con transparencia, que Maduro es un amigo y su ensayo es un ejemplo para los compañeros revolucionarios a ambos lados del charco.