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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Cómo ganar un premio literario en Sanchistán

Siguiendo estos sencillos consejos cualquiera puede conseguirlo, basta con situarse en «el lado correcto de la historia»

Actualizada 01:30

Acaba de decidirse el Nobel de Literatura y el Premio Nacional de Narrativa. Los jurados no han fallado con sus fallos. Como no podía ser de otra manera, han elegido a dos escritores del único credo admisible y correcto. Para el Nobel, una ignota escritora surcoreana, antipatriarcal, feminista y anticapitalista. Para el Nacional de Narrativa, un poeta y novelista murciano, que curra de profe en Almería y es propalestino, antimonárquico y anti «ultraderecha». Unos premios que se sitúan, por tanto, «en el lado correcto de la historia».

Si tuviese la oportunidad de opinar, yo le daría el Nobel de literatura, por ejemplo, al extraordinario prosista Richard Ford. Pero presenta serias deficiencias. Es heterosexual y blanco y su principal personaje, el memorable Frank Bascombe, también. Hoy un perfil de tal guisa arrastra un claro déficit de «progresismo» y es poco aceptable.

En Sanchistán, nuestra nación de naciones plural y diversa, imperan una serie de requisitos que se están volviendo imprescindibles para ganar un premio literario. Ser de izquierdas es inexcusable, por supuesto. Además, ayuda ser mujer. Si a ello se le añade un poco de lesbianismo, o una procedencia vasca, catalana o gallega, mucho mejor. En su defecto, también sirve un apellido extranjero, a ser posible de sonoridad exótica.

Vamos con un ejemplo práctico:

Un tipo considera que posee un buen talento literario y decide presentarse a un premio de narrativa. Pero sus posibilidades son de entrada nulas, pues resulta que se trata de un gachó y además —¡horror!— conservador. ¿Qué hacer?

Si en el certamen se admiten candidaturas bajo seudónimo, lo primero es inventarse un nombre políticamente correcto. Por ejemplo, se podría competir como una novelista vasca llamada Agurtxane Ramírez, o como una narradora gallega que atiende por Uxía Fuciños.

Una vez enmascarados tras el nombre de Uxía o Agurtxane, el próximo paso es el argumento de la novela. ¿Qué podemos contar para ganarnos al jurado y que nos premie? Aquí resulta clave que el argumento recoja el mayor número posible de topicazos del catálogo de la ingeniería social de la izquierda. Una historia con posibilidades de triunfar habrá de ser algo así:

Elsa es una mujer en la primera cuarentena, una profesional de éxito que trabaja en una importante multinacional. Pero su vida personal se está resquebrajando. Su marido abusa de ella psicológicamente, con técnicas de dominio heteropatriarcal. Además, los padres de Elsa eran unos conservadores tardofranquistas, que la enviaron a un colegio represor de monjas. Ese pasado traumático le ha provocado «problemas de salud mental», a los que se une una «depresión de género», pues Elsa es gay, pero no se atreve al «outing».

Todo este drama la lleva a barajar ideas suicidas. Pero cuando se prepara ya para tirarse a un río y acabar con su vida, aparece por la orilla una mujer africana, llamada Sarah Obanga, que ha llegado en un cayuco desde Senegal hace unos años y es una mujer maravillosa. Sarah nota que algo raro le ocurre a Elsa y se acerca a hablar con ella. Sus palabras la van confortando y evita el suicidio.

A partir de ahí, Elsa y Sarah se hacen íntimas, pues resulta que la segunda es también lesbiana. Se van a vivir juntas, tienen dos hijos por gestación subrogada en Los Ángeles, se hacen suscriptoras de 'El País', leen las obras completas de Almudena Grandes y Elvira Lindo, ven a Broncano, a Ferreras y toda la filmografía de Almodóvar, se apuntan a yoga y meditación y viven felices como perdices tras haber dejado atrás el yugo machista y de género.

Una vez que tenemos el argumento, ahora solo nos resta escribirlo con una prosa coloquial, burda, casi infantil. Y ya hemos completado el cóctel para hacernos con un premio literario en la España progresista, ecologista, socialista, feminista y LGTBI de todas, todos y todes. THE END.

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