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Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

La «brecha» cultural

La ciencia natural no puede dar cuenta del asombro ante la existencia de la realidad, del mal, la muerte o el sentido de la vida

Actualizada 01:30

Es frecuente hablar de la degradación de la cultura, es decir, intelectual y moral, en España y en Occidente en general. Es menester distinguir. La verdadera cultura superior no está en crisis. El nivel de la creación científica, artística y filosófica es muy elevado. Existen grandes obras actuales y recientes. En este sentido, no hay crisis. Lo que se encuentra cada vez más deprimido es la cultura de masas, la cultura popular. Y lo malo es que ha invadido la Universidad, donde hoy la cultura espiritual es un fenómeno extraño, apenas existente.

El filósofo checo Jan Patocka distinguió entre el intelectual y el hombre de espíritu, en términos platónicos, entre el sofista y el filósofo. Hoy domina el sofista, pero no ha desaparecido el filósofo. Nos maravillan, con motivo, la ciencia y la técnica, pero la exclusión de otras formas de saber conduce a la barbarie. La ciencia natural no puede dar cuenta del asombro ante la existencia de la realidad, del mal, la muerte o el sentido de la vida. En suma, del espíritu.

Lo que está al borde de la barbarie no son las Humanidades, sino su enseñanza, lo que acaba por instalarse como opinión pública: el relativismo, la ideología, la politización, la mediocridad frenética, la ausencia de lo sagrado. Pongamos el caso del arte. Una visión materialista de la obra de arte la destruye, la mata. Sin referencia a su sentido espiritual, no hay obra de arte. Podemos describir la materia de un cuadro: tamaño, representación, colores. Pero ahí es imposible encontrar la belleza. La esencia de la obra de arte es espiritual. Lo que alcanza el consumo masivo es, casi sin excepción, deletéreo. El caso de la música me parece gravísimo y paradigmático. Entre Beethoven y, pongamos, el rap, existe una «brecha» infranqueable. Víctor Erice y Pedro Almodóvar apenas cultivan el mismo arte. Tarkovski, Dreyer, Bresson, Rossellini, Antonioni o Bergman son casi entes de ficción. Hay personas que no es que los encuentren lentos o aburridos. Es que no los pueden soportar, les podrían llegar a producir trastornos psíquicos, incluso físicos. Existen algunas pocas excepciones que logran aunar una elevada calidad con el éxito público. Por ejemplo, Clint Eastwood. Véase (nunca mejor dicho) su última película.

Kant distingue cuatro aspectos o momentos en el juicio estético, que es una proposición que expresa un sentimiento. Es un juicio enteramente desinteresado, lo define como «aquello que gusta universalmente sin concepto», la belleza carece absolutamente de utilidad y se reconoce como el objeto de una satisfacción necesaria. Pero no es un juicio arbitrario, sino que posee una pretensión de validez universal. Al margen de que Kant no tenga la última palabra estética, sitúa el asunto en la vía correcta. La filosofía de los valores seguirá ese camino. El juicio sobre la belleza no es un dictamen arbitrario y caprichoso, sino el reconocimiento de lo valioso que en sí reside en el objeto. El hombre es siervo del valor, no señor. Lo reconoce, no lo crea. Los valores se escapan al método científico y técnico. Eso no quiere decir que los juicios de valor sean relativos.

La degradación de la cultura no reside en la ausencia de esas «presencias reales» de las que habla Steiner, sino en el descenso de nivel de la cultura popular, del que la Universidad es hoy altamente responsable. Dos ejemplos. Uno es la tendencia de la ideología a apoderarse de la cultura superior y, con ello, arruinarla. Por ejemplo, la ideología de género o la politización. Otro es la teoría filosófica derivada del llamado «giro lingüístico» para la que no es posible conocer una realidad que vaya más allá del lenguaje. El lenguaje como cárcel. Uno puede investigar, como dijo C. S. Lewis, lo que dice un escritor, cuáles fueron sus influencias, en quiénes influyó o su relación con otros escritores, pero jamás tratará del asunto de si es verdadero o no lo que dice. Al fin y al cabo, ¿qué es la verdad?

La cultura goza de buena salud. La que está enferma de muerte es la cultura de masas, la cultura dominante. Esta es la «brecha» cultural. Pero el embuste no tardará en derrumbarse. La cultura es el cultivo del espíritu, y el espíritu no es un fantasma, sino lo real, lo más real.

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