La gran negociación
La combinación entre proteccionismo norteamericano y el enrarecimiento del ambiente económico en Europa, derivado de la hipertrofia normativa y la presión fiscal, está llevando a muchas de nuestras empresas y de nuestros mejores jóvenes a mudarse a aquel país. En estas circunstancias, ¿es posible renovar el vínculo trasatlántico? ¿Somos una comunidad?
El recién nombrado secretario general de la OTAN, el neerlandés Mark Rutte, ha visitado al presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump. Ha sido un encuentro de cortesía que da paso a un proceso diplomático complejo e incierto. Rutte es profesor de historia y, desde luego, conoce bien lo sucedido en el Viejo Continente durante el tormentoso siglo XX y las dos primeras décadas del XXI. Además, ha sido primer ministro de los Países Bajos durante un largo período. Posiblemente, es el político europeo más sólido de nuestros días. Trump llega a la Casa Blanca, pero, en realidad, vuelve. Ha sido el gran crítico con la Alianza Atlántica. Lo fue entonces y lo es ahora. Rutte y Trump se conocen bien y de su relación dependerá en gran medida el éxito de la negociación.
Rutte no representa a Europa. Es solo, lo que no es poco, el funcionario de mayor rango. El Viejo Continente pasa por un momento particularmente delicado para encontrarse con Trump. Los alemanes han sido convocados a elecciones parlamentarias el próximo mes de febrero. Lo que los sondeos nos adelantan es una difícil conformación parlamentaria que podría abocar a una coalición entre los cristianodemócratas y los ultraderechistas de Alternativa por Alemania, en el caso de que fueran capaces de ponerse de acuerdo sobre una nueva política económica y exterior. En Francia el actual presidente goza de un imbatible rechazo popular y su gobierno carece de una mayoría parlamentaria que lo respalde. El nuevo gobierno británico se encuentra superado por la realidad, lo que resulta comprensible a la vista de la tan irresponsable como estúpida gestión de los gabinetes conservadores que le precedieron. Con estos bueyes tenemos que arar un acuerdo en el que nos jugamos la adaptación de la Alianza Atlántica a una nueva época o su arrumbamiento en el desván de los trastos viejos. La OTAN podría sobrevivir en caso de no llegarse a un nuevo entendimiento, pero solo como espacio diplomático y marco para las relaciones bilaterales.
La OTAN nació como el instrumento para consolidar una comunidad que uniera ambas orillas del Atlántico. Un año antes se había aprobado el Plan Marshall, vínculo entre ambos espacios para la reconstrucción económica y social de la Europa devastada y punto de partida del proceso de integración continental. No conviene confundir medios con fines. Tanto el Plan Marshall, formalmente European Recovery Program, como la Alianza Atlántica, establecida por el Tratado de Washington y dotada de un instrumento ejecutor denominado Organización para el Tratado del Atlántico Norte, eran medios cuya finalidad y sentido era constituir una comunidad en torno al compromiso con la democracia y los mercados abiertos. Era, pues, lógico que esa dinámica llevara al establecimiento de un espacio de libre comercio entre ambas orillas. Durante años se trabajó en esa dirección, pero el proyecto se abandonó ante los efectos de la globalización en Estados Unidos, en concreto ante la exigencia de mayor protección para los puestos de trabajo en ese país, amenazados por la deslocalización de numerosas empresas. Trump fue el apóstol del proteccionismo y hoy vuelve con el compromiso de erigir mayores barreras arancelarias. La combinación entre proteccionismo norteamericano y el enrarecimiento del ambiente económico en Europa, derivado de la hipertrofia normativa y la presión fiscal, está llevando a muchas de nuestras empresas y de nuestros mejores jóvenes a mudarse a aquel país. En estas circunstancias, ¿es posible renovar el vínculo trasatlántico? ¿Somos una comunidad?
La Alianza Atlántica se define a sí misma como un «sistema de defensa colectivo», lo que sin duda es mucho más que una alianza. Sin embargo, Trump ya ha adelantado que la posición de su Administración sólo entenderá aplicable el compromiso a aquellos estados que estén al corriente de sus obligaciones. Obligaciones que, por otra parte, habrá que revisar al alza, pues la inversión en defensa deberá situarse bastante por encima del 2% del PIB, a la vista de la evolución del entorno internacional ¿Estarán todos los estados de acuerdo en hacerlo? En caso de querer ¿Estarán en condiciones políticas y económicas de poder? Más allá de dotarnos de capacidades para poder cumplir con nuestras obligaciones volvemos a encontrarnos con la confusión entre medios y fines. El «Concepto Estratégico» aprobado en Madrid afirma que Rusia es una «amenaza» y que China supone un «reto sistémico» ¿Los Estados miembros siguen creyéndolo? ¿Lo han asumido? ¿Actúan en coherencia? China no solo cuestiona el equilibrio internacional, también trata de conformar un espacio político alternativo ¿Qué papel va a jugar la OTAN más allá del marco geográfico recogido en el tratado? ¿Puede sobrevivir la Alianza a la globalización sin transformarse en una alianza global? De aceptarlo ¿Qué papel querría jugar y cómo se organizaría? ¿Qué relación tendría con las potencias afines del Pacífico y del Índico?
Estamos desbrozando la política internacional de un tiempo nuevo y corremos el riego de perdernos en la espesura del bosque. Es comprensible que la pestilencia de la política nacional o la ausencia de criterio de la europea nos ocupen, pero no podemos perder de vista la renovación del vínculo que ha sido fundamento de nuestra libertad y bienestar durante décadas. Podemos pensar que esa relación ya es anacrónica, que un divorcio amistoso podría ser la mejor opción. El papel todo lo soporta, pero la realidad no. La Unión Europa ni está en condiciones de garantizar nuestro salto a la Revolución Digital ni, mucho menos, nuestra seguridad. La alternativa estatal solo cabe en ensoñaciones nacionalistas, que rehúyen enfrentase a la complejidad del mundo que nos ha tocado vivir. Necesitamos pensar en términos estratégicos, tanto como contar con dirigentes capaces de liderarnos en circunstancias tan complejas como estas. De otro modo, nuestro futuro más que incierto parece abocado a la decadencia.