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HorizonteRamón Pérez-Maura

Sánchez hace un pan con unas tortas

La Revolución Francesa, o el Golpe de los Coroneles, o la Revolución de los Claveles supusieron un levantamiento contra el poder establecido. ¿Qué levantamiento hubo en España en 1975? Ni mijita. Franco se murió en la cama y los socialistas estaban editando Cuadernos para el Diálogo

Actualizada 09:18

En 1977, año de nuestras primeras elecciones democráticas tras la muerte de Francisco Franco, servidor de ustedes cumplió 11 años. Yo era parte de una familia conservadora de monárquicos de Don Juan que habían aceptado con naturalidad la proclamación de Don Juan Carlos el 22 de noviembre de 1975. Recuerdo haberla visto en la televisión sentado junto a mis padres. En 1977 ambos, pero especialmente mi madre, eran activistas de Alianza Popular. Lo recuerdo ahora porque en ese ambiente político doméstico, la canción «Libertad sin ira» de Jarcha era un himno que escuchábamos todo el tiempo y que sigue rebotando en mi cabeza con facilidad. Era un himno de todos nosotros, quizá especialmente de los jóvenes, aunque no fuéramos de izquierda. Ayer descubría que fue lo mejor del comienzo de los actos necrofílicos que organizó pese a la horrible versión de esa canción.

Obviamente el único sentido del acto fue el que hubiese un discurso del propio Sánchez a mayor gloria personal. Hay que reconocer que no le salió mal del todo, pero en buena medida hizo un pan con unas tortas. Se empeñó en contarnos que estamos celebrando el aniversario de la muerte en 1975 y no de la Constitución en 1978 o de las primeras elecciones en 1977 porque siempre se celebra del fin de las dictaduras. Y sí, eso es cierto con un matiz muy relevante: la Revolución Francesa, o el Golpe de los Coroneles, o la Revolución de los Claveles supusieron un levantamiento contra el poder establecido. ¿Qué levantamiento hubo en España en 1975? Ni mijita. Franco se murió en la cama y los socialistas estaban editando Cuadernos para el Diálogo, lo que yo personalmente elogio. Pero tampoco era una actuación heroica.

Y entonces ya entró en meter el miedo en el cuerpo. Nos contó que el fascismo es la tercera fuerza política en Europa. Yo debo estar muy despistado, pero no sé qué tiene de fascista un partido como Vox. Una formación que en las discrepancias con la Constitución propone su reforma. A mí pueden gustarme más o menos esas reformas, como acabar con el sistema autonómico –que creo que solo es un propósito de boquilla– pero desde luego todo demócrata tiene derecho a promover por las vías legales la reforma de la jurisdicción vigente y de las normas constitucionales. Esta patulea se iba a enterar si de verdad aquí hubiera fascismo. Y a diferencia de Podemos, Vox quiere reformar la Constitución. Podemos quiere derogarla.

Hubo un momento de gloria en la intervención de Sánchez cuando afirmó que «en la España de los años 70, los ingresos eran menos de la mitad de la renta actual, la mortalidad infantil era el doble que en Dinamarca, la formación superior era un privilegio para unos pocos, la mayoría de las mujeres no trabajaban fuera de casa, no había libertad, no se votaba, estaba prohibido manifestarse o crear una asociación sin permiso de la dictadura.» Probablemente es una de las pocas verdades que dijo Sánchez. Pero hubiera estado mejor contextualizada si hubiera hecho también la comparación entre la España de la década de 1930 y la de 1970. Vamos, por dar una idea más ajustada, digo yo.

No menor fue el momento en que nos contó que «La internacional ultraderechista que venimos denunciando desde hace años también en España, liderada en este caso por el hombre más rico del planeta –en evidente alusión a Elon Musk– ataca abiertamente a nuestras instituciones, azuza el odio y llama abiertamente a apoyar a los herederos del nazismo en Alemania». Y añadió que es un desafío, «que debería interpelarnos a todos los que creemos en la democracia y también en la Constitución española». Porque según nos aclaró Sánchez no hace falta ser de una determinada ideología, de izquierdas, de centro o de derechas para «mirar con tristeza, con enorme tristeza y también con terror los años oscuros del franquismo y temer que ese proceso se repita». Cree el ladrón que todos son de su condición.

Al oír estas palabras me vino a la cabeza la obra maestra del profesor Edward Luttwak Coup d’État. A practical handbook (Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 1968) en el que explica con todo rigor académico como, ideológicamente, un golpe de Estado puede perpetrarse desde la extrema izquierda a la extrema derecha pasando por el mismísimo centro.

Porque claro, Elon Musk no puede apoyar a nadie en elecciones en Europa –y no me gusta ninguno de los que apoya– pero sir Keir Starmer, Emmanuel Macron, Olaf Scholz, Pedro Sánchez o Úrsula von der Leyen sí podían apoyar abiertamente a Kamala Harris y atacar a Trump. Eso no era injerencia. Éstas son las reglas del juego.

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