El buen insomnio
A partir de aquellos años, las tertulias cotillas y huecas se apoderaron de las cadenas de televisión, y millones de españoles se entregaron a lo que hoy, es ya una costumbre sagrada. Seguirlas. Esa vaciedad se ha traducido en el descenso del nivel intelectual de España
Las noches de insomnio se celebran con libros. Anteayer, una tos persistente e inoportuna me llevó hasta la biblioteca. Y elegí para llamar al sueño un librillo rebosado de síntesis, estilo, gracias y profundidad. Es decir que, en lugar de amodorrarme, me despertó del todo. «Cantigas de Amigos», de Manuel Alcántara. Manolo Alcántara era tan escritor, tan poeta, periodista, tan generoso, que tenía grandes amigos entre los escritores, los poetas y los periodistas. Dos de preferencias excepcionales. Una de ellos, mayor, y la otra, más joven. César González Ruano y el grandísimo director de cine José Luis Garci, del que la actual alcaldesa de Gijón ha reconocido el injusto silencio que le ha dedicado su ciudad a un genio independiente —quizá el único—, del cine español. No conocí a César González Ruano, que escribió más de 30.000 artículos en su vida y se ganó tantos amigos como enemigos. No fue un acaparador unánime de amistades. Pero Manolo Alcántara le supo entrar y César se sinceró con él como no había hecho con nadie. Hasta su muerte. Manolo Alcántara pasa por encima de lo anecdótico, aunque la anécdota dibuje el ingenio del protagonista. César presumía de ser hijo de Alfonso XIII, como el actor Ángel Picazo. Pero ni el uno ni el otro. Alfonso XIII tuvo cuatro hijos naturales reconocidos y recomendados a su hijo Don Juan. El más conocido, Leandro Alfonso Ruiz Moragas, que terminó ganando el derecho a usar el apellido Borbón y se autonombró Infante de España. «Lo que ha hecho la Historia con Don Juan de Austria y conmigo, no tiene perdón». Un poco exagerado. De César, cuenta Manolo Alcántara que llevaba en la solapa de su chaqueta una Corona Real. En aquellos tiempos, como los de ahora, grandes escritores vivían en la indigencia. Un bromista le propuso a González Ruano que escribiera artículos en ABC sobre Guatemala, que había dinero. Y César descolocó a su director, Luis Calvo, un portento de inteligencia, originalidad y mal genio. —César, me has mandado otro artículo sobre Guatemala. ¿Qué cóño importa a los lectores de ABC la situación social de Guatemala?—. Pero obtuvo su recompensa. Fue invitado a comer en la embajada de Guatemala, y el embajador se mostró profundamente agradecido. —Señor Ruano, sus escritos sobre Guatemala nos han emocionado. Y el señor presidente de la República le ha concedido la Gran Cruz del Quetzal. Por desgracia, no podemos corresponder a su generosidad de otra manera, porque la situación económica de nuestra nación nos lo impide—; Y César se sobresaltó.
—¿Me quiere decir, señor embajador, que no hay respuesta económica?—;
—En efecto. De momento, La Gran Cruz—; —pues permítame encargarle, señor embajador, que comunique al señor presidente de la República que se meta la Gran Cruz del Quetzal por el culo. Buenas tardes—. Era así, y otro día le envió a Luis Calvo un artículo dedicado al florecimiento de los almendros y los cerezos. —César, ¿Qué les importa a los lectores de ABC que hayan florecido los almendros y los cerezos?—. —Todo, director. ¿Te figuras que un año no florezcan? Sería como un anuncio del fin del mundo—. Aquel artículo maravilloso se publicó, y fue el uno de los más leídos, elogiados y alabados no sólo por los lectores de ABC, sino por toda la intelectualidad capitalina y postinera. Eso no aparece en las «Cantigas», pero lo añado yo, que me lo contó una noche en casa de Jaime Campmany el otro gran amigo de César, Rafael de Penagos. Y de Garci, y de Mingote, y de Tono, y de Cela. A vuela pluma, Manuel Alcántara pone en boca del Premio Nobel la perfecta denominación de los tertulianos del periodismo pedorro en las cadenas de televisión, que tuvo que sufrir cuando se enamoró «como un cadete» —estas fueron sus palabras—, de Marina Castaño. —Las televisiones están en mano de telepollas—. Y creo que acertó. A partir de aquellos años, las tertulias cotillas y huecas se apoderaron de las cadenas de televisión, y millones de españoles se entregaron a lo que hoy, es ya una costumbre sagrada. Seguirlas. Esa vaciedad se ha traducido en el descenso del nivel intelectual de España, que es bajísimo, y lo prueba la falta de conocimientos y crítica social y política de millones de votos inmediatos al analfabetismo.
De ahí, que lo más importante que sucede en España no es su meditada destrucción, la corrupción, la entrega a sus enemigos y el rumbo hacia la dictadura comunista. Lo más importante es que Morata y su mujer se han dado una nueva oportunidad y Casillas ha sido sorprendido saliendo de un restaurante con una chica. El periodismo, sobre todo el de las grandes cadenas públicas y privadas subvencionadas por el Gobierno, está en manos de telepollas.
Gracias, Manolo, allá donde estés, que será estancia merecida para los hombres buenos, gracias por alegrar mi insomnio. Nos veremos cuando se muera la muerte.