Aventurita un 8M
Hoy me parece un buen día para puntualizar que el feminismo no lucha por la mujer sino para imponer una agenda ideológica que justifique su supervivencia y la del negocio que mueve millones en subvenciones. Basta ya de tomar las calles
No hay nada más agobiante que ser anfitriona y presentadora de un evento y llegar tarde. Me explico: el 8M pasado salí con tiempo para presentar el libro «Mujeres que inspiran» de Raquel Delgado. Zapatos de tacón y americana parecían buena idea para el bautizo de la obra, pero intentar cruzar con un utilitario (sí, de esos que el alcalde Almeida y Von der Layen han prohibido para favorecer no sé qué intereses que no son los de los ciudadanos), por un Madrid sitiado por el día de la mujer, fue imposible. Desesperada, alterada e impotente abandoné mi rugiente diesel ilegal y arranqué a correr en línea recta sobre mis dos puñales disfrazados de elegancia. Rompí cintas de balizamiento, moví vallas policiales, atravesé solitaria a unos metros de la cabecera de una de las manifestaciones femeninas despertando iras rabiosas: «pija», «fuera de aquí». Un policía montado (hombre) se apiadó de mí. Pude cruzar. Librada del escarnio, ascendí por una callejuela contra una corriente morada y roja que acudía hacia el lugar de donde yo venía y entonces, una concatenación de astros hizo confluir en 70 centímetros de anchura de acera a una pareja de edad indeterminada (ella en chándal morado, pelo disparado de un pelirrojo violín y él un señor clásico con camisa de cuadros y pantalón gris enfajado hasta el esternón cargando un pesadísimo bulto), una madre tatuada transportando un lactante que tenía dientes para comer chuletón, y una caca, con perdón, un excremento, una gran emisión perruna, que presidía nuestra escena. Frenamos los cuatro en seco e inmediatamente un tapón humano de activistas femeninas empezó a acumularse en pleno estrecho de las Termópilas con prisa por pasar. Irritados nos miramos a los ojos.
Me mataban los zapatos, soy hipotensa y padezco los sofocos propios de mi edad, pero, como mujer ni se me ocurrió dar el primer paso. El hombre temblaba sudoroso bajo el bulto a las órdenes de su mujer y ante semejante panorama femenino, intentó maniobrar marcha atrás, dio un empujoncillo a la madre del lactante esta perdió el equilibrio y pisó la caca. Llevaba sandalias. «Estate quieto viejo imbécil» soltó la esposa de pelo tintado. Cuando nos acercamos a la vejez, al no ser sujetos de interés reproductivo, la naturaleza nos castiga anulando la producción natural de hormonas. De esa forma, el varón tiende a feminizarse: pierde el vello corporal y la piel se torna transparente, varicosa y le salen tiernas ronchas rosadas en los mofletes; mientras que la mujer, tras la menopausia, se masculiniza se torna cilíndrica, sin cintura y pechos vaciados, pierde cabello y el ligero bozo se transforma en bigote rectangular. Eso les había sucedido a ellos. El «viejo imbécil» permanecía en silencio, temblando bajo el peso como un Cristo porteador esperando órdenes femeninas después de semejante agravio, entonces el público de buenistas allí congregado comenzó a clamar justicia y su linchamiento. Se creían poseedores de un salvoconducto para el insulto y la agresividad verbal y desde el anonimato del ente colectivista que surgió ante nuestros ojos temblé ante las barbaridades que se dijeron. ¿Cuándo esta teoría de género «políticamente correcta» absurda y asfixiante se convirtió en toda una dictadura de las calles? ¿En qué momento se perdió el sentido común? Tenía que pasar él primero, es más, había que ayudarle ¿a qué viene este apartheid contra el sexo masculino, que por el hecho de ser varón se es culpable?
Me pregunto, en el origen de la estupidez woke, ¿Quién decidió que las mujeres son el colectivo que más necesita ser defendido? Al menos en España. A mí me pareció que viejecitos maltratados como aquél debe haber muchísimos. De hecho, se me ocurren muchas minorías que necesitan apoyo antes que aquellas maleducadas que sitiaron las calles: Por ejemplo varones acusados de maltrato sin pruebas, ancianos sin testosterona en manos de sus masculinizadas mujeres, omnívoros a los que nos gusta el chuletón y pasamos de comer gusanos, aficionados a los coches de combustión, autónomos crujidos a impuestos, empresarios ahogados en normativas absurdas, propietarios de viviendas okupadas desasistidos por la Policía, ganaderos privados de agua al derrumbar sus azudes, incluso mujeres cuyo mayor deseo es cocinar para su maridito y sus polluelos.
España es uno de los mejores países del mundo para ser mujer. Según el Índice Europeo de Igualdad de Género, ocupa el sexto puesto en igualdad superando a Francia, Alemania y Reino Unido. El 60% de los graduados universitarios son mujeres; en oposiciones a la judicatura o sanidad pública, nosotras representamos más del 70%. Aquí las mujeres son respetadas, valoradas y tienen las mismas (o más) oportunidades que los hombres. Hoy, 8 M, me parece un buen día para puntualizar que el feminismo no lucha por la mujer sino para imponer una agenda ideológica que justifique su supervivencia y la del negocio que mueve millones en subvenciones. Basta ya de tomar las calles. En fin… dicen que la fiebre woke empieza a remitir, aires del Atlántico de vuelta al sentido común.
La única víctima sufriente allí fue el marido de sudado pantalón, no hubo piedad para él y, desde entonces, le debía estas palabras, porque el pobre sigue en manos de su señora. Llegué a la presentación del libro «Mujeres que inspiran» y le propuse a su autora que escribiese uno idéntico, pero sobre hombres, tal vez me haga caso.