Ayuso asesina
¿Ninguno de los que repite la cifra de 7.291 asesinados en Madrid se pregunta cuántos murieron en toda España?
En las próximas horas veremos cómo la terrible pandemia de hace cinco años y la horrible gestión que tuvo desde el Gobierno se convierte, por arte de magia, en un asunto estrictamente regional de la Comunidad de Madrid y particularmente de Ayuso.
Solo con ella, y por culpa de ella, murieron ancianos en las residencias, en un número exacto de 7.291 que se repite hasta la saciedad con escaso respeto por la realidad: carga en la «asesina» madrileña la mortalidad total en los centros geriátricos, vendiendo la inhumana idea de que, de no ser por su negligencia, ninguno de ellos hubiera muerto.
Y olvida premeditadamente la evidencia contable de que, al menos en otras seis regiones, la letalidad en sus residencias de mayores fue superior en proporción a su población interna. Por ejemplo en Cataluña o Castilla-La Mancha, sin que a nadie se le haya ocurrido señalar a Pere Aragonés o García Page con el mismo dedo inquisitorial reservado en exclusiva para Ayuso.
Lo que sí es cierto es que en Madrid se disparó la mortalidad hasta un 70% en los días posteriores a las manifestaciones del 8M, cuya celebración obligó a permitir también otras actividades con masas, lo que evidencia una relación directa de esa temeridad ideológica con la extensión del virus.
Y lo que es cierto también es que el Gobierno miró para otro lado desde al menos finales de enero, que devaluó la relevancia de la amenaza vírica, que procedió luego a declarar un confinamiento inconstitucional para tapar las huellas de sus negligencias, que mintió de manera pública y reiterada sobre la existencia de un Comité de Expertos o la adquisición de material sanitario y preventivo, que falseó las cifras de muertos para simular una mortalidad similar a la de otros países cuando fue infinitamente mayor en la primera ola y que, por no extendernos, incumplió su compromiso de auditar la gestión en su conjunto.
Si a esto le añadimos el repugnante aprovechamiento de tan luctuoso momento por parte de una banda mafiosa de amigos del PSOE para venderle al PSOE cargamentos de mascarillas, a cualquier con un ápice de humanidad le parecerá razonable que, si hay que examinar la gestión de Ayuso, solo puede ser a continuación de hacerlo con Sánchez, cuyas competencias en la materia son absolutas e indelegables cuando sobreviene una pandemia internacional, una catástrofe climática como la de Valencia o, por entendernos, una invasión marroquí de Ceuta y Melilla.
Con Sánchez ya hemos aprendido que él siempre socializa los problemas, hasta ponerse el último en una fila que en realidad encabeza; privatiza las soluciones aunque sean tan ajenas como las vacunas y, finalmente, explota los devastadores efectos contra sus rivales, escondiendo de paso su catarata de errores, excesos, silencio y temeridades.
Ayuso no asesinó a nadie, y no solo porque lo hayan recalcado ya más de veinte sentencias. Y Sánchez tampoco. Pero la diferencia entre la primera y el segundo es que una hizo lo que pudo en un paisaje desconocido y desolador y el otro ni siquiera ejerció las funciones que tenía, ayudó a aumentar los peligros y después se dedicó a buscar falsos culpables, en lugar de a salvar a miles de inocentes.
Lo dice todo de este país, y de sus fabricantes de estados de opinión, que todo el mundo tenga clara la cifra de Ayuso y la responsabilice personalmente y que pocos recuerden que Sánchez, el «mando único», no ha sido capaz aún ni de decir cuántos españoles murieron. Ni que se sintiera responsable.