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Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

El pacifista en Normandía

El desembarco fue una acción bélica terrible, atroz, mortífera, pero completamente justa

Actualizada 01:30

No me gusta la palabra «pacifista»; prefiero «pacífico». Pacífico es el hombre de paz, quien la busca, la promueve, lucha por ella. El cristiano ha de ser pacífico. Pero la paz es, ante todo, un estado espiritual. Solo después, y como consecuencia, un objetivo político y social. «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mateo, 5,9). Con el permiso de san Francisco, santo admirable, Cristo fue manso y humilde, pero también insultó y empleó el látigo. Uno debe ofrecer la otra mejilla para ser perfecto, pero no la mejilla de los demás. Por ejemplo, Churchill no debía ofrecer la otra mejilla de los ingleses a Hitler. La paz es el reino de Dios, no la transacción con el diablo.

La guerra es un enorme mal. Solo un necio o un inmoral puede considerarla un bien o una bendición, y no algo terrible. El problema es determinar cuál es el procedimiento para acabar con ella. Podemos distinguir, al menos, cuatro formas de pacifismo. El primero podría ser calificado como iluso, absoluto o frenético. Como la guerra es un mal, deben ser suprimidas todas, así, sin más. Supongo que incluida la guerra justa y la guerra defensiva. No hay guerra si una parte no la hace. Pero esto no suprime la condición de vencedores y vencidos. Uno gana y otro pierde. Y lo más probable es que gane el peor. El bien no reside en las consecuencias de las acciones, pero tampoco puede consistir en la promoción de la catástrofe y el mal. ¿Qué hace un pacifista así ante la expansión del nazismo? Supongo que condenarlo y nada más.

El segundo tipo podría calificarse como sesgado, hemipléjico e ideológico. La guerra solo es condenable si la emprenden mis enemigos. La brutalidad depende de su artífice. Un ejemplo. Hay pacifistas que condenan los ataques de Israel, y en ocasiones no sin razón, pero ignoran el terrorismo de Hamás. Otros condenan la guerra de Ucrania, pero exculpan a quien la empezó. Son pacifistas forofos, clarividentes y selectivos. Lo criminal no parece ser el ataque, sino solo la respuesta.

El tercer tipo puede considerarse como la versión indecente y perversa del anterior. Como consecuencia de su toma de posición ideológica, promueve el pacifismo de sus enemigos, mientras guarda silencio cómplice, cuando no entusiasmo, ante el belicismo de sus amigos. La actitud de los comunistas occidentales durante la guerra fría, y ahora mismo, es de ese tipo. Lo que haga la Unión Soviética bien está ya que son comunistas, y el comunismo es la suprema expresión de la justicia. Intuyo que la libertad no es un ingrediente de la justicia. Al comunismo todo le está permitido. La causa del proletariado bien justifica armarse hasta los dientes. Pero los capitalistas (mejor, demócratas) solo merecen el odio y la destrucción, el desarme unilateral ante la guerra justa bolchevique. La cosa alcanzó el paroxismo con la «guerra de las galaxias». Reagan había militarizado el cosmos, al crear un arma defensiva que volvía irrelevantes los misiles soviéticos. El pacifismo, al servicio no de evitar la guerra, sino de ganarla. Se desarma el enemigo para derrotarlo. La paz perpetua.

El cuarto tipo, que me permito calificar como el verdadero, defiende la paz, pero sabe, como san Agustín, que la paz es la consecuencia de la justicia. Por lo tanto, donde reina la injusticia no puede haber paz verdadera. También sabe que la seguridad es una función esencial de los estados, y que los democráticos se encuentran amenazados por las tiranías. Por eso deben armarse para asegurar su defensa. Saben también que la ONU no puede garantizar la paz porque está formada por muchos gobiernos despóticos y porque no puede imponer sus resoluciones mediante la fuerza legítima del derecho. Y saben también que hasta que se arbitre un procedimiento pacífico para resolver los conflictos que ahora se dirimen mediante la guerra, no habrá paz. Quien no piense que las fronteras orientales de Europa están amenazadas, es que no quiere verlo.

En nuestro Consejo de Ministros se encuentran representados todos los pacifismos, unos más que otros, aunque el último más bien por interés. Este Gobierno, menos que mediocre, ha sustituido las convicciones por su conveniencia. Un verdadero pacifista debe tener siempre presente Normandía. El desembarco fue una acción bélica terrible, atroz, mortífera, pero completamente justa. Y si muchos, incluso la mayoría, no piensan así, no hay que preocuparse demasiado. Ya lo dijo san Pablo: «No os acomodéis al mundo presente».

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