Kit de supervivencia
Putin da miedo, pero no mucho más que los Von der Leyen y Sánchez de turno asustando a la gente para perpetrar más fácil sus políticas
Bruselas ha pasado de imponer los tapones pegados a las botellas de plástico, de cerrar los caladeros de pesca para proteger a un tipo de esponja tan abundante como los unicornios o de perseguir las flatulencias de las vacas por su impacto en la capa de ozono a recomendarnos, dramáticamente, la adquisición de un kit de supervivencia que ya teníamos: un pequeño botiquín, pilas y batería para el móvil, garrafas de agua y, me permito añadir, una caja de cervezas y dos paquetes de aspirinas por si, entre apocalipsis y apocalipsis, les da a Pedro Sánchez o a Ursula von der Leyen por creerse Churchill y anunciarnos «sangre, sudor y lágrimas» en comparecencias conjuntas sobradas de laca y pachuli.
Se trata de que sobrevivamos al menos 72 horas encerrados en casa ante un eventual ataque de Rusia, que es más probable que una invasión alienígena pero menos que un acuerdo de paz con Ucrania, quizá mejorable pero nunca peor que una guerra. Y también, por si acaso, a una de esas catástrofes climáticas que a nuestro Greto Thunberg le sirven para ir de profeta por el mundo pero no para intervenir cuando sucede en Valencia.
De haber hecho caso a las alertas de los últimos años, impulsadas por la tragedia de la pandemia, a estas alturas hubiéramos sufrido ya el fin de la Tierra por un zarpazo de la Naturaleza, un gran apagón, helador en pleno invierno, por las tensiones energéticas; una resurrección del Reich nazi por la creación de una Internacional Ultraderechista o un masivo desabastecimiento alimentario fruto de las tensiones geopolíticas. Solo les ha faltado anunciar la llegada de Godzilla a nuestras lindes.
Que el mundo se enfrenta a desafíos ignotos es tan cierto como que el cambio climático existe, pero la cuestión es si las causas esgrimidas y las soluciones aportadas son las correctas. Y viendo el percal europeo, infantiloide, burocrático y caprichoso, la duda es una obligación moral.
Mientras Bruselas ultima el rearme, el poder ha venido a descubrir una poderosa arma que ha venido utilizando en periodo de pruebas y ahora quiere desplegar definitivamente, tal vez como justificación de sus políticas de rapiña, resumidas en la confiscación fiscal y la intervención en las libertades públicas y la autonomía individual, con un catálogo de excusas buenistas que maquilla un acoso sin precedentes al modo de vida tradicional, paradójicamente laxo con aquellas culturas que amenazan el mayor espacio de progreso, igualdad y libertad alumbrado nunca por la humanidad.
El pánico siempre ha sido una poderosa herramienta de control social, y el kit de supervivencia parece una maravillosa excusa para extenderlo y, desde ahí, ahorrarse las imprescindibles explicaciones que una clase política decente daría a una sociedad a la que respetara, que no es el caso.
Nuestras madres y abuelas siempre estuvieron preparadas para las crisis, sin ponerles nombres, y no necesitaron ser Sánchez o Von der Leyen para añadir, a su kit del miedo, una alacena abundante, unas velas y unas cerillas. Que pongan el acento en eso, como si estuviéramos al borde de una III Guerra Mundial inevitable, delata sus auténticos planes: servirse de un enemigo cierto, envolverlo en otros verosímiles y, sobre todo, controlar a sociedades dormidas que, cualquier día de estos, comenzarán a despertar. Porque Putin da miedo, sí, pero quien de verdad nos ha invadido es Bruselas.