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Perro come perroAntonio R. Naranjo

¿Qué demonios tienen Sánchez y Zapatero en China?

Los chinos buscan colonias en África, Hispanoamérica y, si pueden, en Europa. Y España parece ser una opción para el PSOE

Actualizada 01:30

De todas las locuras que Pedro Sánchez perpetra, dentro de España y fuera de ella, hay una que está pasando desapercibida pero tiene unas profundas consecuencias: su extraño, inexplicado e inquietante acercamiento a China, paralelo a su alejamiento despectivo y sobreactuado de los Estados Unidos.

La coartada de que Donald Trump tiene la culpa se cae por su propio peso: ese movimiento empezó nada más llegar Sánchez a La Moncloa al asalto, con un viaje a España de Xi Jinping en noviembre de 2018 que nos tomamos, erróneamente, como algo pintoresco. Y se ha mantenido desde entonces de manera sostenida, con expediciones del presidente socialista a Pekín sin la excusa de una desconexión entre Washington y Bruselas que aconsejara explorar nuevos caminos geopolíticos: con Biden y Von der Leyen en perfecta sintonía, Sánchez también miraba al país que ha inventado el capitalismo comunista, una especie de dictadura que coge lo mejor de cada mundo para competir y reprimir al mismo tiempo.

El clímax de ese volantazo se vivió a finales del pasado año cuando, en plena reconversión industrial del sector europeo de automoción, Sánchez se presentó en China y desde allí defendió que Bruselas facilitara la importación del coche eléctrico chino mediante el enfriamiento de aranceles, lo que en la práctica equivale a dañar a los fabricantes europeos, encasquetándoles un rival imbatible tras obligarles, poco antes, a someterse a la transformación eléctrica.

Ante el alejamiento de la Casa Blanca de su tradicional política atlántica, Europa ha reaccionado tarde y mal, pero en la única línea posible y correcta: superar la pubertad eterna y enfrentarse a la necesidad de hacerse adulta y resolver su encaje en el mundo con sus propios recursos.

El propio Sánchez perora mucho al respecto, haciéndose pasar por Konrad Adenauer o Jean Monnet, aunque sus hechos revocan cruelmente sus palabras: carece en España del apoyo del Congreso y de su propio Gobierno y se limita a intentar engañar a sus socios europeos al respecto de la cuota española de inversión militar, colando en el epígrafe todos los gastos ordinarios de otras partidas para disimular y cumplir de boquilla y cambiándole infantilmente el nombre al plan para que, en lugar de parecer un rearme, suene a una especie de redefinición del concepto de seguridad extraído de la misma estantería retórica presente en la transición ecológica, inclusiva y energética.

Pero hasta en ese escenario, irrumpe de nuevo la vía China con el anuncio, en el peor momento, de otro viaje a Pekín con la excusa del vigésimo aniversario de las relaciones formales entre ambos países, como si Sánchez se estuviera buscando otro caballo ante el abandono americano y la debilidad europea, justo cuando los 27 más deben ofrecer imagen de unidad y tratarse el acné juvenil con la intensidad requerida por las circunstancias.

Tanta China no puede ser una casualidad. Y la irrupción de Zapatero como lobista del gigante asiático en España, a través de una asociación misteriosa que obliga a preguntarse una vez más por la naturaleza de los negocios del expresidente y su impacto en las decisiones diplomáticas del Gobierno, consolida la sospecha de que el Plan B de Sánchez tiene en Pekín algo más que una simple casualidad.

Con un presidente inválido y fraudulento, que gobierna con solo 121 diputados, sin el respaldo del Congreso y con el Gobierno dividido, ya hemos visto volantazos internacionales insólitos y decisiones unilaterales caprichosas, al margen del rigor y la delicadeza exigibles en los asuntos de Estado, que en el plano internacional requieren siempre de una posición fija y compartida por los dos grandes partidos, sin requiebros ni improvisaciones: lograr el respeto de la comunidad internacional como socio confiable lleva décadas; perderlo, cinco minutos.

Enfrentarse a Estados Unidos, compadrear con Venezuela, renunciar al Sáhara, arremeter contra Israel o sintonizar con Hamás ya son prueba suficiente de la temeraria tendencia de Sánchez a someter a España a una montaña rusa diplomática que solo puede acabar en accidente. Y que el corolario pueda ser convertirse, poco a poco, en la colonia china en Europa, es un temor fundado que obliga a activar las alertas oportunas.

Sea por encontrar una salida personal, tras asumir la presidencia de la Internacional Socialista entre sospechas cada vez más fundadas de patrocinio chavista, o por apuesta ideológica; lo cierto es que preguntarse en voz alta qué demonios está haciendo Sánchez en China, con su amigo Zapatero cerca, es una obligación patriótica.

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