Hundimiento
La peor herencia del sanchismo está por llegar y va a durar
Si echas un ojo a tu alrededor, te salen meretrices, comisiones, sacos de dinero, marisquerías, chaletitos y pisitos, enchufes y dedazos, todo ello envuelto en un ambiente lúgubre, el típico de un puticlub.
No hay latitud donde mires que no provoque sonrojo, en cualquiera de sus registros y por cualquiera de las múltiples razones: unos se van con samaritanas del amor y las colocan en empresas públicas tras dejar sin crustáceos el litoral sur de España, otros se negocian cátedras y óperas desde La Moncloa, alguno más utiliza a fiscales para derribar a rivales y todos ellos juntos mercadean con leyes, presupuestos, muertos, fronteras, presupuestos, el sentido común más elemental y la decencia básica para lograr su objetivo, estrictamente personal. Hubo un tiempo en que todo interés tenía un límite autoimpuesto, por el simple pudor.
No hacía falta alcanzar la aduana de la ley para que un mecanismo moral actuará como freno espontáneo, salvo los contados garbanzos negros que cuecen en todo puchero.
Ahora esa frontera se ha borrado y la ausencia de valores es sistémica: tenemos a un presidente capaz de pactar con el Ku Klus Klan si necesita sus votos, de aceptar el apoyo de Jack el Destripador para mantener la Presidencia o de designar a Txapote embajador de los derechos humanos ante la ONU si así le renueva Bildu otro ratito en el trono de barro.
Decía Víctor Hugo algo así como que entre los políticos y las sociedades de su tiempo existe una complicidad nefanda, lo que vendría a echarnos la culpa un poco a todos de esta edad dorada del caradurismo, con Sánchez de icono.
Pero no es del todo cierto ni justo.
El españolito medio es educado, nostálgico, familiar, trabajador y poco amante de los líos: nos llega con terminar el mes con todo pagado, la nevera razonablemente llena y los chicos sanos y felices. Otro de los legados de Sánchez va a ser quitarle su cierta dosis de inocencia a una sociedad tranquila, pero sometida a malos ejemplos endémicos y señalada por falsos comportamientos.
El que no es fascista es homófobo, racista, machista o todo a la vez, según las acusaciones públicas reiteradas de los forajidos con placa de comisario, una pléyade de tipos abyectos que van pontificando con las vergüenzas fuera, pero seguros de que su palabra es ley y será proclamada desde su atronador aparato de altavoces con derecho de pernada.
Sánchez caerá, claro, pero su herencia va a ser tan pesada como una maldición faraónica.