De cabeza a la ruina
El Gobierno apuesta por mantener un Estado clientelar insostenible a costa de esquilmar la economía productiva
El Gobierno de España ha decidido abocar el país a la ruina sistémica a cambio de simular una falsa bonanza mientras Pedro Sánchez esté al frente del Ejecutivo. Esa es la consecuencia del bochornoso 'Plan de ajuste' remitido esta semana a Bruselas para cumplir con las reglas de disciplina fiscal, de nuevo vigentes tras la tregua habilitada por la durísima resaca económica de la pandemia.
En síntesis, la propuesta de Sánchez niega la realidad y recrea un inexistente paraíso económico, mantenido artificialmente durante la legislatura a base de impuestos, datos falsos, un gasto público desmedido y una recaudación de récord derivada de la inflación y la asfixia fiscal.
Lejos de ajustar ese cuadro económico, sustentado en el trasvase al Estado del esfuerzo de empresas y trabajadores para recrear un sistema clientelar inviable, la propuesta remitida a Europa ahonda en los mismos errores e idéntica ingeniería social, sustentada en un asistencialismo sin límites y su reverso clientelar.
España ha perdido la ocasión de implementar reformas estructurales y está dilapidando los Fondos Europeos, todo con el fin de lanzar a la ciudadanía menos reflexiva el mensaje de que el Gobierno puede hacerse cargo de todo sin grandes esfuerzos de sus beneficiarios, prescindiendo de la evidencia de que nada perdura si se apuesta por esquilmar a una parte de la sociedad para sostener a la otra.
En esta ocasión, se prescinde de la evidencia de que costear ese perverso sistema cuesta anualmente un 20 por ciento del PIB, aumenta las necesidades de crédito en cerca de 300.000 millones de euros y sustenta su viabilidad en algo tan pernicioso como la inflación y tan injusto como la voracidad fiscal, preludio del empobrecimiento social, la desaparición de las clases medias y la hegemonía del Estado, todo ello incompatible con la prosperidad.
Aumentar el gasto, aplazar las reformas, elevar los impuestos y multiplicar las políticas intervencionistas solo sirven para que Sánchez redunde su apuesta por la economía planificada y, de algún modo, intente convertir a amplias capas sociales en una especie de rehenes electorales.
Pero no ayudará a un país que ya quedó una vez arruinado con Zapatero, instigador de políticas suicidas que hoy se aplican incluso con más brío, y va a volver a estarlo cuando acabe el dopaje de la recaudación desmedida basada en la confiscación y no en la mejora de la actividad económica.
A Europa suele bastarle con que cuadren las cuentas, sin importarle cómo lo haga cada Estado. Pero el dislate propuesto por Sánchez, cada vez más ubicado en una visión económica como la de Podemos y todo el populismo sudamericano, le obliga a lanzar algún mensaje contundente, so pena de que en pocos años deba afrontar un severo problema por la quiebra de uno de sus socios más relevantes.
No se pueden batir todos los récords de riesgo de pobreza, de bajo poder adquisitivo, de paro real, de trabajo precario, de precio de la vida y de dificultades empresariales y, a la vez, mantener un Estado bulímico que agota los recursos sociales y los gasta con criterios de estricto interés partidista. No es serio, no es justo y, además de eso, no es viable.