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En primera líneaJuan Van-Halen

Odio después de la muerte

José Antonio no intervino en la guerra, no fue de nadie siendo de todos. Intentó arbolar una izquierda nacional avanzada en lo social, respetuosa con los valores y defensora de la unidad de España

Actualizada 01:30

Si unimos escaso talento, invasiva ideología, rampante soberbia, resucitado odio, manipulación histórica, anacronismo vengativo, no reconocidos errores, pactos anti-España, deplorable gestión y el aderezo de mentiras continuadas, del cóctel saldrá la delirante definición del actual Gobierno. Una de las más absurdas y dañinas consecuencias de tal mixtura es la cobarde persecución a los adversarios muertos. Se exhumaron los restos de Franco del Valle de los Caídos con parafernalia propagandística, primera preocupación del Gobierno en todas sus iniciativas. Franco no quería ser enterrado en aquel lugar; fue iniciativa de Juan Carlos I. Ahora está en Mingorrubio, en el panteón que él deseaba.

Ayer se exhumaron los restos de José Antonio Primo de Rivera –es su cuarto traslado– depositados en el panteón de la Sacramental de San Isidro. La iniciativa familiar ha impedido la parafernalia propagandística gubernamental. Él dispuso en su testamento ser enterrado en lugar sagrado y el cementerio del Valle de los Caídos, hoy Cuelgamuros, es, por decisión del Gobierno a través de la Ley de Memoria Democrática, cementerio civil, sin consultar a las familias de los miles de enterrados allí; buena parte de ellos querrían descansar en lugar sagrado. La delicadeza del Gobierno es inexistente.

José Antonio –que está en la historia sólo con su nombre de pila– fundó Falange Española en octubre de 1933, se presentó a los comicios de noviembre de ese año en una coalición derechista y ganó escaño, pero su partido, muy minoritario, no consiguió representación en las elecciones de 1936. Encarcelado por un motivo partidista y menor, fue juzgado por rebelión militar, condenado a muerte y fusilado, a los 33 años, en la prisión de Alicante, amaneciendo el 20 de noviembre de 1936. Formaban el Tribunal representantes de partidos del Frente Popular. El principal y último cargo –rebelión militar– era ya vergonzoso porque José Antonio estaba encarcelado desde marzo. Largo Caballero, el Lenin español, jefe del Gobierno, adelantó la ejecución para evitar enfrentamientos en el seno del Gabinete.

Prieto no era el único ministro que se oponía al cumplimiento de la pena. El preceptivo «enterado» del Gobierno no existió; llegó antes la noticia del fusilamiento. Conservo una grabación televisiva en la que, en presencia de José Prat, Aranguren y Serrano Suñer, entre otros, Fernández-Cuesta, albacea del fusilado, contó que estando él en la prisión de Valencia el propio Prieto le convocó y le aseguró que detrás de la ejecución estuvo Largo Caballero –al que llamó «animal»–. Al adelantarla provocó un hecho consumado y evitó el debate.

Ilustración: José Antonio Primo de Rivera

Paula Andrade

Desde joven me interesé por el personaje José Antonio y leí sus escritos. Calado romántico y pensamiento consecuente. Entonces no sabía que escribía versos, y apreciables. Ya me gustaría que sus adversarios post mortem le hubiesen leído como yo he leído a aquellos cuyas ideas no comparto. Es pedir demasiado. Sus adversarios contemporáneos sí le leyeron y dejaron opiniones sobre su pensamiento y personalidad. Por razones de espacio sólo reproduzco algunos ejemplos.

Diego Martínez Barrio, que había sido ministro y presidente del Gobierno, y cuando sucedió lo que relata era presidente de las Cortes, en una conferencia pronunciada en México en 1941, contó una conversación de su amigo Martín Echeverría con José Antonio en la cárcel de Alicante en la que le recalcó «la necesidad de que se pusiese fin a la contienda porque creía como español que sumiría a España en el caos y la ruina» y que «se le permitiera una gestión en el campo rebelde, del que volvería bajo palabra de honor, orientada a la terminación de la guerra civil».

Julián Zugazagoitia, luego ministro y en noviembre de 1936 director de El Socialista, escribió, ya en el exilio, Guerra y vicisitudes de los españoles, originalmente titulado Historia de la guerra en España. El libro supone un esfuerzo de objetividad desde un socialismo moderado; era muy cercano a Prieto. Detenido en París y entregado por la Gestapo, fue juzgado, condenado a muerte y fusilado el 9 de noviembre de 1940. Sobre José Antonio en la prisión, escribe: «En las horas de encierro tejía sueños de paz: esbozaba un gobierno de concordia nacional y redactaba el esquema de su política. Temía una victoria de los militares. Eso era, para él, el pasado. Lo viejo. La España del siglo XIX prolongándose, viciosamente, en el XX. Él había ido a injertar su doctrina, confusa, en las universidades y en las tierras agrícolas de la vieja Castilla».

José Antonio y Prieto, ministro varias veces, representante del ala moderada del PSOE, tenían una relación cordial. Tras oponerse a la ejecución fue depositario de los papeles y pertenencias del preso de Alicante, que entregaría a la familia. En su artículo «Si Primo de Rivera viviese», El Socialista (15-8-1957), escribe: «Acaso en España no hemos confrontado con serenidad las respectivas ideologías para descubrir las coincidencias que quizás fueran fundamentales, y medir las divergencias, probablemente secundarias, a fin de apreciar si éstas valían la pena de ventilarlas en el campo de batalla».

En esta España obtusa en la que muchos jóvenes no saben sino lo que les cuentan o les dejan saber desde leyes de desmemoria que un próximo Gobierno habrá de derogar, para la generalidad José Antonio es un desconocido, y perseguirle post mortem supone una venganza anacrónica y una cobardía miserable. José Antonio no intervino en la guerra, no fue de nadie siendo de todos. Intentó arbolar una izquierda nacional avanzada en lo social, respetuosa con los valores y defensora de la unidad de España. No le dio tiempo.

  • Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando
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