El dividendo demográfico
En los países desarrollados la diferencia cuantitativa entre hombres y mujeres tiende a ser cada vez más pequeña. El dividendo demográfico femenino está a punto de terminar aunque queden todavía otras batallas pendientes
Suena muy financiero, pero el término ha hecho fortuna para definir el potencial de crecimiento económico que se alcanza cuando la proporción de la población en edad de trabajar (entre los 15 y 65 o más años) es significativamente mayor que la que todavía no trabaja (menos de 15) o ya ha dejado de hacerlo (65 y más). En una palabra, se da esa situación si el número de activos es mucho más fuerte que el de dependientes.
El proceso de dividendo demográfico tiene lugar cuando, tras una natalidad intensa que provoca la acumulación de mucha población joven, disminuye el volumen de nacimientos sin que por la parte alta de la pirámide haya todavía demasiados viejos. Es decir, cuando existen muchos trabajadores potenciales con una estructura por edad joven. Con una situación de este tipo el crecimiento económico puede ser intenso y rápido si se dan las condiciones para ello. Ahora bien, no es suficiente tener muchos jóvenes potencialmente activos; es necesario alimentarlos adecuadamente, educarlos de manera correcta, y buscarles acomodo en el mercado laboral para que realmente puedan desempeñar el papel de impulsores del progreso económico de sus sociedades. El dividendo demográfico es, por lo tanto, una ventana de oportunidad que puede ser aprovechada o no. Si lo es lo beneficios pueden ser cuantiosos. Si no se ofrecen verdaderas oportunidades a esos jóvenes cachorros, crecerá el desempleo y con él la agitación social.
Así pues, es absolutamente imprescindible que los países con una sobreabundancia de jóvenes establezcan las políticas adecuadas para maximizar su dividendo demográfico. Algunos territorios ya han pasado por esa etapa con buenos resultados. El milagro económico de los llamados tigres asiáticos se ha realizado en buena parte gracias al dividendo. En otros, como por ejemplo en Latinoamérica no ha tenido las consecuencias que habría cabido esperar. Y la gran incógnita es si el África subsahariana, la zona que más va a crecer en el futuro, va a ser capaz de sacarle el enorme beneficio que puede representar la extrema juventud de su población.
Los países desarrollados ya han tenido también su dividendo o quizás deberíamos decir mejor sus dividendos. También hubo una época con niveles más altos de natalidad que nunca llegó a tener las cifras que después alcanzarían los países en vías de desarrollo. Iniciado el descenso de la fecundidad el volumen de jóvenes fue menor del que han tenido o tienen todavía los estados menos adelantados. Pero alcanzó cotas mucho más altas de las que hoy ostentan. Ese es uno de los grandes problemas demográficos de muchos de los territorios del primer mundo: que se han quedado sin jóvenes debido a la caída de la fecundidad. Pero hablamos de dividendos en plural porque hay dos grupos de población que han permitido o pueden permitir aún el crecimiento de la población activa y por lo tanto un impulso a la economía. El primero lo forman las mujeres, cuando tras su desembarco masivo en todos los sistemas educativos, se incorporaron al mundo laboral. En él han crecido en cantidad y calidad, aunque en algunos países persistan todavía diferencias sustantivas con los varones. El segundo lo constituyen los trabajadores séniors cuya presencia laboral se va a intensificar precisamente por la escasez de jóvenes.
En los países desarrollados la diferencia cuantitativa entre hombres y mujeres tiende a ser cada vez más pequeña. El dividendo demográfico femenino está a punto de terminar aunque queden todavía otras batallas pendientes. Pero en los estados en vías de desarrollo ese dividendo sigue teniendo un gran potencial. El otro, el de los mayores, es más privativo de los países desarrollados con fuertes niveles de envejecimiento y grandes cantidades de longevos. Ningún país debería desaprovechar la fuerza laboral de los trabajadores séniors que quieran permanecer activos. Tienen tantas ventajas (conocimientos, experiencia, relaciones….) que sería una locura no darles las máximas facilidades para permanecer ocupados. No quitando puestos de trabajo a los jóvenes, sino llenando los huecos que su escasa cuantía deja vacíos y trabajando con ellos para sumar las destrezas que cada colectivo aporta.
Así pues, vamos hacia mercados de trabajo diferentes según el nivel de desarrollo de los países. En nuestro mundo habrá mucho mayor equilibrio entre hombres y mujeres, menos jóvenes, más séniors y por supuesto, también, más inmigrantes. Los territorios en desarrollo tendrán más o muchos más jóvenes, un mayor desequilibrio entre varones y hembras y pocos séniors. Más jóvenes, una parte de los cuales disminuirá los efectivos del dividendo interno al emigrar hacia los mercados de trabajo de los países occidentales.
- Rafael Puyol es presidente de la Real Sociedad Geográfica