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En primera líneaPedro Fuentes

Impunidad y muerte

Es evidente que ya no somos todos iguales ante la ley. Hace ya mucho tiempo que la ley gozó de impunidad para unos pocos, para aquellos que construían la misma ley

Actualizada 01:30

Decía Sófocles que «un Estado donde queden impunes la insolencia y la libertad de hacerlo todo, termina por hundirse en el abismo».

El paso del tiempo nos ha enseñado que existen democracias capaces de diseñar un concepto de libertad desde la impunidad. Y, aun siendo así, la brillantez estratégica de algunos gobernantes, nos narra un relato de descaro, desfachatez y mentira que anula los propios preceptos que amamantan la libertad de un pueblo, nación y Estado.

Atrevimiento, irreverencia, desvergüenza y osadía son las señas de identidad de un sistema político que ha caído, a la manera de Sófocles, en el más siniestro abismo.

Esa «facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos» ya carece de sentido porque la impunidad se ha apoderado de la libertad.

Esta democracia, la nuestra, la de todos los españoles, ya clama muerte en este silencio desgarrador de un gobierno que devino de los señores del ruido, de una oposición que se durmió en los laureles y de un pueblo narcotizado entre dolor de impunidad y mezquindad de la libertad. Porque la libertad se puede pintar manipuladora anulando al hombre, tragedia griega y falsa bandera de los actos más desgarradores. En mor de este canto falsario nos suceden revisiones, cada día; un nuevo acto de este delirio nacional de impunidad democrática.

Es evidente que ya no somos todos iguales ante la ley. Hace ya mucho tiempo que la ley gozó de impunidad para unos pocos, para aquellos que construían la misma ley.

Malversadores, sediciosos, narcotraficantes, terroristas... frente a ciudadanos de a pie que pagan sus impuestos, cumplen las leyes ante el temor del embargo, la prisión y la pérdida de seres queridos por servir a un Estado con síntomas de descomposición.

Qué fácil es enfadarse frente al dolor de una viuda frente al féretro de un hombre que cuida a los demás con su acto de servicio. Qué difícil proteger a esos servidores de la ley cuando el aplauso fácil vestido de smoking releva de la responsabilidad ante el dolor y se cubre de cobardía. Por ello, ni perdón ni olvido.

El truco final del escándalo de este invierno es uno de los más codiciados por nuestro gran teatro del mundo, donde estos políticos lo verán desde la grada, sabiendo que la impunidad abrirá los candados de las cadenas que amarran a esta gran institución democrática que los gobernantes tejen a su medida.

Contra la injusticia y la impunidad, ni perdón ni olvido, escribía Bertolt Brecht.

Ya no queremos seguir perdonando a los que yerran con la irresponsabilidad, porque, como nos dijo Baldasare Castiglione, «se comete una continua injusticia con los que no yerran».

Es imposible que se nos exijan virtudes a los ciudadanos cuando nadamos en una alberca de vicios públicos.

El compromiso de nuestros gobernantes nos embarga de temor, nos ha abandonado la fortuna y nosotros ya somos dueños de nuestra propia suerte en la creencia de una democracia que ya es, con la gobernanza actual, una demagogia.

Nos queda por ver si el truco final se realizará. Esperamos atónitos la entrada del mago en acción que nos traerá en sus manos más impunidad y muerte.

  • Pedro Fuentes es humanista
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