La turbulencia de los demagogos
La cuestión es clara, concisa y demoledora: en el seno del Gobierno de España habitan partidos políticos que tienen como finalidad destruir el propio gobierno, las instituciones y, por lo tanto, el bienestar existencial y social de los ciudadanos
Decía Aristóteles que «la turbulencia de los demagogos derriba los gobiernos democráticos».
Habitualmente, nuestro gobierno, en su acicateada demagogia le dice al ciudadano lo que quiere oír. Al mismo tiempo también le dice, con jactancia, aquello que no quisiera escuchar. Es una extraña habilidad política que se convierte en una vil herramienta para dejar a España rota en dos partes y desangrada por su confrontación.
La educación y la cultura, en sus más diversas disciplinas, es buena prueba de ello. La gravedad es que, antes de desenfundar esta espada demagógica, deberían de haber pensado en las consecuencias. Ha sido y es una cruzada de caballeros «poco documentados», con unas batallas perdidas y unas cifras desoladoras.
Respecto a la cultura, ya acertó Vargas Llosa cuando expreso su sentir al decir que «la cultura se transmite a través de la familia y cuando esta institución deja de funcionar de manera adecuada el resultado es el deterioro de la cultura», idea que queda profundamente ligada a la educación.
Quizás la cuestión reside en la demagogia de educar a la cultura, pero en ningún caso nuestro gobierno apela al sentido común que sustenta a la educación.
La razón es clara: la demagogia desaparece si perdura el sentido común, y con él, la usurpación, la depravación y la falsedad.
La usurpación de nuestro anhelo de esperanza y progreso.
La depravación de nuestra íntima manera de pensar, mental y espiritual.
La falsedad de la verdad del conocimiento.
En estos últimos años hemos tenido exceso de «sopa democrática» y falta de «pan de sentido común».
Tenemos tantos recuerdos de este ruido que nos causa aturdimiento aunque, debo reconocer, que se me despiertan los grillos en la cabeza con estas turbulencias que me llegan sobre la cultura y el museo de El Prado. Pero esto, es un ejemplo más, que no lisonjero.
La cuestión es clara, concisa y demoledora: en el seno del Gobierno de España habitan partidos políticos que tienen como finalidad destruir el propio gobierno, las instituciones y, por lo tanto, el bienestar existencial y social de los ciudadanos.
Para ellos, ya se ha convertido en un paradigma cultural, porque vitorean que está es la auténtica democracia. Es la cultura de la verdad de la igualdad que quiere olvidar las manos blancas alzadas de un país.
Por lo tanto es la educación hacia el ejercicio de esa cultura, sin preámbulos, a golpes de decretos y desafectaciones, como si se tratara de un cuento de Las mil y una noches, ante la «regencia» de un autócrata.
Me va a resultar imposible poder escribir Feliz Año Nuevo. Por más que me resisto, será falsario desearle felicidad a un «turbulento 2024».
- Pedro Fuentes es humanista