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En primera líneaPedro Fuentes

Un hombre de Estado

Su desprecio, divisionismo, su desesperanza, falsedad, indignidad, falta de profesionalidad y soberbia nos conducen a un malestar ya permanente hacia ustedes

Actualizada 01:30

Decía Aristóteles que «un Estado es gobernado mejor por un hombre bueno que por unas buenas leyes».

Pudiéramos pensar que llegó ese momento. La oportunidad del cambio. Parece que se ha conseguido, al menos, existe una posibilidad... pero...

¿Dónde está ese hombre de Estado?

¿Dónde está ese hombre bueno?

Nuestros gobernantes, los que gobiernan, los que mal gobiernan y los que pretenden gobernar, deberían pensar en su generosidad política. Es decir, qué están dispuestos a entregar en favor del ciudadano.

Cierto es que éste es un mal endémico que atañe al globo entero. No es un virus peninsular. Su alcance es mundial. Es el poder maquiavélico en el cual la búsqueda del bien común quedó desterrada.

Las sociedades se dividen por la demagogia de «las buenas leyes» que, en el caso de nuestro país, perjudican a la otra mitad. Ya se encargó con su «buenismo» el señor Zapatero de dividir a la sociedad «con sus buenas leyes» cuando ya habíamos recorrido más de la mitad de nuestra transición democrática.

Creo recordar que dijo, a micrófono despistado, que era interesante que «hubiera ruido». Pues... ¿le parece ya suficiente ruido? Más que ruido lo que tenemos es una tormenta perfecta.

Un hombre de Estado no utilizaría al ciudadano a su antojo, primero como instrumento y, después, como enemigo. Esa es la teorización política de la gobernanza actual. De ahí que sea necesario el ruido, para que no se note la mutación de instrumento a enemigo. Y, sabemos, que nuestra clase política se sienta en estas bases Nietzscheanas.

Pero nosotros necesitamos otro hombre de Estado. Preguntar por las bondades, a estas alturas, es una ironía de la vida.

¿Cómo habría de ser ese hombre de Estado?

ilustracion hombre de estado

Paula Andrade

Un hombre, que muestre aprecio por los ciudadanos. Fíjense, muchos políticos aún no han pedido perdón a las víctimas del terrorismo, otros tampoco lo han hecho por la malversación, el presidente del país tampoco lo ha hecho cuando nos encerró ilegalmente con la pandemia...

Aprecio ninguno. Sólo el que merece un instrumento sobre una mesa de experimentos.

Un hombre que posea una actitud ilusionada hacia el objetivo de alcanzar el bien común. El bien común no significa romper el Estado favoreciendo a los que quieren destruir desde las instituciones el bienestar de los españoles.

Un hombre que sea agradecido al esfuerzo de todos los ciudadanos. No es agradecimiento querer arremeter contra el trabajo de los empresarios, como si fueran unos explotadores.

Un hombre que emane esperanza con su filosofía de vida y no con su demagogia divisionista.

Un hombre que no esclavice al ciudadano convirtiéndole en servil, sino que él sirva al ciudadano.

Un hombre que sume la singularidad de todos para construir la identidad de nación en el marco democrático del bien.

Un hombre con dignidad para ejercitar el respeto, la equidad y la justicia hacia los ciudadanos.

Un hombre profesional con alta capacidad de gestión y comunicación, con una formación y educación adecuada al cargo que va a desempeñar, nada menos que el gobierno de un gran territorio: España. Por ello, nunca hará de la política un oficio.

Todos ustedes están en el escenario mientras el espectador está confiado ante la aparición de ese hombre de Estado.

No nos mientan más con sus algaradas triunfalistas de bailes en sus palcos... tan solo vimos en la función a una mujer de gesto serio, de rojo...

Recuerden que fue Lord Byron el que dijo que «se puede tardar mil años en construir una nación y tan sólo unas horas en destruirla».

Su desprecio, divisionismo, su desesperanza, falsedad, indignidad, falta de profesionalidad y soberbia nos conducen a un malestar ya permanente hacia ustedes.

PP, PSOE, Vox y Sumar.

¿Tienen entre sus filas un ciudadano que se ajuste a nuestro hombre de Estado?

Necesitamos a un «hombre de Estado».

  • Pedro Fuentes es humanista
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