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En primera líneaRafael Puyol

Política y edad

Los jóvenes «pasan» de las elecciones en porcentajes altos y crecientes, lo cual unido a su peso relativo cada vez más exiguo, plantea algunos peligros serios

Actualizada 01:30

La estructura demográfica de las sociedades avanzadas, caracterizada por una progresiva disminución del número de jóvenes y un aumento creciente de las personas mayores, tiene claras repercusiones políticas. El voto de los «séniors» adquiere un mayor peso relativo mientras que el de los «juniors» se debilita de manera constante. En la España de los años 80 las personas de 18 a 34 años suponían el 35 por ciento del electorado y las de 65 y más el 16 por ciento. En 2023 los jóvenes han caído al 21 por ciento y los mayores han subido al 25 por ciento.

Estas diferencias refuerzan sus efectos si se tiene en cuenta que los jóvenes votan menos que los mayores. Pero aun cuando participaran en proporciones semejantes, el mayor volumen de personas de edad hace su voto más relevante para los partidos políticos cuyos programas tienen muy presentes las preferencias de estos electores, entre ellas y de forma clara subir las pensiones y moderar los impuestos, sobre todo los que afectan al patrimonio. Personalmente estoy convencido de que Sánchez no obtuvo en las últimas generales los malos resultados presagiados gracias a los votos de los «séniors» tras la subida de las pensiones que realizó antes de los comicios.

El papel de los mayores en las elecciones

Lu Tolstova

Frente a estas preferencias, claras y simples, los jóvenes tienen aspiraciones más diversas. Algunas se inscriben en el corto plazo como un acceso más fácil a la vivienda o unas mejores condiciones en el mercado de trabajo. Pero otras son de luces más largas y se relacionan con intereses generales como el cambio climático o la igualdad de género. Son desafíos de más difícil solución y de acomodo menos simple en unos presupuestos.

Resulta claro que la composición por edades de nuestras poblaciones beneficia a los mayores y perjudica a los jóvenes. Algunos ejemplos recientes ponen de manifiesto el determinante voto de los «séniors» para decidir consultas importantes. Así sucedió en Escocia con el referéndum para la separación de Gran Bretaña (2014) en el que 8 de cada 10 mayores de 65 años votaron mantener la vinculación, lo cual acabó inclinando la balanza por esta opción dada la supremacía numérica de los mayores sobre los jóvenes que si eran mayoritariamente partidarios de la salida.

Y un ejemplo parecido lo tenemos con el Brexit. El 70 por ciento de los jóvenes entre 18 y 24 años votó a favor de permanecer (remain) en la Unión europea, mientras que el 58 por ciento de los mayores de 65 se inclinó por el abandono (leave). Una vez más, el mayor peso específico de los «séniors» contribuyó decisivamente a decidir la salida. Es verdad que en la solución final influyeron otros factores como la oposición entre zonas rurales (permanencia) y urbanas (salida) o entre distintos territorios (en Escocia o Irlanda del Norte se impuso la permanencia, mientras que en Inglaterra o Gales el abandono), pero los relacionados con la edad tuvieron un papel protagónico.

Son dos casos claros en los que el menor peso relativo de los jóvenes (factor prioritario) y su mayor abstención (factor secundario), determinan la derrota electoral de sus intereses. No obstante, también hay algún ejemplo en sentido contrario. En el conjunto de EE.UU. el 61 por ciento de los jóvenes de 18 a 29 años votaron a Biden, frente a solo el 36 por ciento que se inclinó por Trump. Aquí el peso relativo de los jóvenes es más elevado y el envejecimiento menor que en los países europeos y todo parece indicar que los «júniors» americanos se tomaron en serio unas elecciones (la participación subió respecto a comicios anteriores) ante la posibilidad, no deseada por la mayoría de ellos, de que Trump los ganase. Sin embargo, esta participación electoral más activa es infrecuente. Los jóvenes «pasan» de las elecciones en porcentajes altos y crecientes, lo cual unido a su peso relativo cada vez más exiguo, plantea algunos peligros serios: la ignorancia de sus propuestas por los partidos que aspiran al poder y la disminución de su propio interés en participar en la vida pública al ver defraudadas sus preferencias. Eso puede acabar debilitando la democracia y haciendo perder legitimidad a los partidos que, a su vez, «pasan» de los jóvenes. Nadie puede sospechar que no considere legítimos los intereses y las aspiraciones de los «séniors» y las reivindicaciones que hacen para su colectivo. Al fin y al cabo, no todos los mayores, ni mucho menos, viven en una situación idílica. Lo que digo es que la acción política tiene que estar balanceada entre grupos de edad que tienen legítimos derechos para aspirar a cosas distintas, cuya satisfacción no debería depender de sus diferencias numéricas.

  • Rafael Puyol es presidente de la Real Sociedad Geográfica
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