La era de los «séniors». Los desafíos
Será necesario reforzar el mercado de trabajo con nuevos cotizantes o mantener a los existentes durante más tiempo. El recurso a la inmigración va a resultar imprescindible e igualmente lo será la prolongación de la vida laboral
En las próximas décadas resultará ineludible enfrentar tres grandes retos que van a transformar profundamente el mundo (ya lo están haciendo): el cambio climático, la revolución tecnológica y el envejecimiento demográfico. Es preferible hablar en términos de desafíos que de problemas, aunque son muchas las personas que emplean esta última denominación para referirlos, en especial cuando se habla del envejecimiento. Si se plantea en Google la cuestión del envejecimiento como dificultad se obtienen 34,3 millones de resultados; si se enuncia como oportunidad se alcanzan únicamente 9,6 millones de respuestas. Ese censo de consideraciones negativas es muy variado, pero hay tres en las que se pone especialmente el acento: las pensiones, los gastos sanitarios y la dependencia.
La alarma de que en un futuro no muy lejano no haya fondos suficientes para pagar las jubilaciones empieza a preocupar seriamente a los retirados más jóvenes y sobre todo a los que están todavía en edad laboral. ¿En qué se basa ese temor? ¿Tiene fundamento?
El miedo se produce sobre todo en los países (como España) que utilizan el sistema de reparto consistente en pagar las jubilaciones con las cotizaciones de los que están trabajando. El procedimiento funciona cuando hay un número suficiente de cotizantes y un volumen moderado de perceptores, como así ha sucedido durante largo tiempo. Pero los cambios demográficos recientes, en concreto la fuerte caída de la natalidad y el acusado proceso de envejecimiento, han venido a complicar la situación.
La baja fecundidad provoca la disminución de población joven y adulta-joven y por lo tanto del volumen de cotizantes. El envejecimiento multiplica las cifras de mayores y en consecuencia la magnitud de los jubilados que al tener esperanzas de vida cada vez más altas permanecen más años cobrando su pensión. Así, por ejemplo, las proyecciones demográficas en España nos anuncian que donde ahora hay tres trabajadores por cada jubilado, en 2050 solo habrá 1,5 y ello en un mundo idílico definido por el pleno empleo y una llegada generosa de inmigrantes.
En la práctica, la situación será peor porque suponer que el paro va a desaparecer completamente o casi no es verosímil. Será necesario reformar los sistemas de pensiones para adaptarlos a la nueva realidad demográfica mediante procedimientos que manteniendo el reparto para pagar, al menos, una pensión básica, se combinen con métodos de capitalización. Eso significa que una parte de las cotizaciones de los trabajadores servirá para sufragar su propia pensión a través de la inversión en activos financieros hasta el momento de la jubilación, lo cual producirá un ahorro cuya cuantía dependerá de la evolución de dichos activos. Si las cosas van mal, si hay crisis, las cantidades disponibles serán insuficientes. Y si, como es seguro, aumentara la esperanza de vida después de la jubilación, el capital y los intereses acumulados tendrán que repartirse entre un número mayor de años. Estamos ante una situación complicada. El reparto tiene los días contados por insostenible y la capitalización plantea riesgos indudables. Por ello, el legítimo cobro de las pensiones se convierte en uno de los grandes desafíos a los que nos vamos a enfrentar. Habrá que desplegar grandes dosis de imaginación para combinar de forma efectiva ambos sistemas. Será necesario reforzar el mercado de trabajo con nuevos cotizantes o mantener a los existentes durante más tiempo. El recurso a la inmigración va a resultar imprescindible e igualmente lo será la prolongación de la vida laboral .
Al reto de las pensiones se añaden otros dos desafíos importantes: los gastos sanitarios y los provocados por la dependencia. Los mayores van más al médico, consumen más productos farmacéuticos y acuden más a los hospitales donde tienen estancias más prolongadas. Frente a una permanencia media para toda la población de 6,6 días, las personas entre 65 y 79 tienen 7,8 días y los mayores de 80 más de 9 días. Los hospitales sufren un proceso de geriatrización intenso que dispara el gasto sanitario, especialmente desde los 80 años. A partir de esa edad más de la mitad de la población (en España así sucede) tiene alguna dificultad para realizar las actividades de la vida diaria, especialmente las mujeres. Es cierto que en la lucha contra la discapacidad hay progresos evidentes, pero la intensificación del envejecimiento hará crecer de forma difícilmente evitable la cifra de personas dependientes y con ellas los gastos derivados. Será necesario formular nuevas estrategias públicas para enfrentar esa situación hoy muy dependiente de la acción ejercida por las familias. Políticas que incentiven la vida saludable que no solo aumenta la longevidad, sino también un ahorro en los gastos sanitarios y el retraso de la morbilidad crónica Y el envejecimiento activo definido como «el proceso de optimización de las oportunidades de salud, participación y seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida a medida que las personas envejecen».
Pero no todo lo derivado del envejecimiento y el aumento de la longevidad es negativo. En mi próximo artículo les hablaré de las oportunidades.
- Rafael Puyol es presidente de la Real Sociedad Geográfica