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17 de mayo de 2024

En primera líneaJuan Van-Halen

El amo y los siervos

La entrevista con el Rey era innecesaria, incluso no recomendable en un planteamiento atípico y alejado de la norma. Se trata, como ha anunciado Sánchez, de darle la vuelta al fango

Actualizada 01:30

El ministro Puente derramó su habitual delicadeza al considerar a Sánchez «el puto amo» refiriéndose a la influencia de España en el mundo. Puente no es un ejemplo de finura verbal y tampoco es un expendedor de verdades. Justo tras el fracaso de la gira de Sánchez por esos mundos tratando de recabar apoyos para un Estado Palestino, después de las explicaciones que nos pide la UE sobre el dudoso empleo de los fondos europeos, además de su inquietud por las libertades en España, y conociendo que la opinión norteamericana considera que nuestro presidente se escora hacia la autocracia, la chabacana afirmación de Puente resulta desencajada de la realidad. Y la última pirueta, la carta de Sánchez, ha tenido una repercusión internacional negativa para España.
Para escribir estas líneas he esperado a que Sánchez deshojase la margarita como un personaje de Pérez Lugín en La casa de la Troya: «la quiero, no la quiero…» El puto amo, Puente dixit, quiere a Begoña, y mucho. Tanto que debe quedar al margen de cualquier investigación judicial y, supongo, de las inspecciones de Hacienda, de las multas de tráfico, de los deportes cinegéticos fuera de temporada, de la pesca en aguas prohibidas, etcétera. Pero la esposa del presidente del Gobierno es una ciudadana más. No es inimputable, no está aforada. De cualquier manera, nada debe inquietar la tranquilidad del presidente. Pienso, y pensé desde el anuncio presidencial, que cuando alguien, y más con tales responsabilidades, se quiere ir se va y no monta un espectáculo entre bufo y cursi. Si lo anuncia es que no quiere irse. Esa escenificación tiene otros motivos más allá de Begoña que ya conoceremos en su totalidad o en parte. O no.
Ilustración Pedro Sánchez

Lu Tolstova

El único presidente del Gobierno que anunció su dimisión en directo fue Adolfo Suárez. Lo anunció y se fue. Sánchez ya acudió al victimismo cuando le empujaron fuera de la dirección del PSOE; recorrió España lamiéndose las heridas y regresó para triunfar. Puede creer que será siempre así y acaso tenga razón. Pero hay que reconocer, por muy partidario que se sea de Sánchez, que ha habido antecesores suyos que han sudado tinta y no han tirado por la calle de en medio. En el traspaso de Suárez a Calvo Sotelo les dieron un golpe de estado a la antigua usanza. A Aznar, siendo jefe de la oposición y camino de ganar las elecciones, ETA le hizo estallar una bomba que no le mato por el blindaje de su vehículo. Las sedes del PP fueron cercadas y carteles con fotos de sus parlamentarios paseados por Madrid. A Rajoy un exaltado le dio un puñetazo, y se utilizó una sentencia falseada para montarle una falaz moción de censura; el TS lo aclararía en sentencia posterior. Nunca se llegó a la memez y al ridículo de Sánchez.
Comprendo el disgusto del presidente ante el hecho de que un juzgado abra diligencias sobre actividades supuestamente delictivas de su esposa, pero es un tema menor. En este caso ese inicio judicial lo fácil es que no llegue a nada. Sánchez ha movilizado la calle que es lo que se buscaba. Las entrevistas a participantes en la concentración de Ferraz resultaron de chirigota. Se gritaba «No pasarán», eco guerracivilista históricamente poco afortunado porque pasaron. Se gritaba «Ayuso a prisión» ¿Por qué? Y se proclamaban algunos deseos: la «aniquilación» de los medios de comunicación no afines y la persecución a los jueces «porque son el gobierno fascista», además de insultar y golpear al reportero que afrontó el riesgo de entrar en aquella manada de indocumentados que no sabían qué responder cuando eran preguntados por asuntos concretos de la actualidad y por lo que se gritaba allí.
El concepto de extrema derecha se ha ampliado desde que gobierna Sánchez y ahora acoge a los empresarios, los jueces, los abogados, los fiscales, los letrados parlamentarios (y las asociaciones de todos ellos) la Iglesia, los diplomáticos, la España rural de los tractores, los organismos que se han mostrado contrarios a los acuerdos con Junts y a la ley de Amnistía por creer que vulneran la separación de poderes, los auditores del Tribunal de Cuentas…Todos ellos y muchos colectivos más son hoy, al parecer, la extrema derecha, la «jauría» para Bolaños. Los progresistas son los incondicionales, los amigos y los socios de Sánchez, aunque entre ellos cuente con históricos retrógrados como PNV y Junts. Y en el barullo Sánchez incluye a su esposa como víctima y su protegida contra «los bulo de la fachosfera». Cosa que Sánchez y su Gobierno no han tenido en cuenta cuando se trataba de familiares de sus adversarios políticos.
Sánchez acudió a Zarzuela para involucrar al Rey en su habilidosa planificación. La entrevista con el Rey era innecesaria, incluso no recomendable en un planteamiento atípico y alejado de la norma. Se trata, como ha anunciado Sánchez, de darle la vuelta al fango. Y ha confundido intencionadamente el feminismo –el trabajo de las mujeres de políticos– con la utilización del Estado en su beneficio, con el tráfico de influencias. Implicar al Rey es un paso más en el fango que Sánchez anuncia combatir con más fango pero de su cuerda.
Sánchez desea pasar de una democracia con contrapesos y controles de todo Estado de derecho a una autocracia de caudillaje indiscutido, movilizando a sus huestes partidistas, enfrentando a los españoles y volviendo al clima político de los años treinta del siglo pasado. Las dos Españas. Para ello afrontará el control de los medios de comunicación, el amedrantamiento y la ocupación del Poder Judicial, y la desactivación de sectores sociales que pudieran resultar molestos; pienso en militares y policías. Ya empezó con la Guardia Civil en algunas regiones. De confirmase, la maniobra de Sánchez supondría un golpe a la democracia sin vuelta atrás. Pensemos en Venezuela. El puto amo no precisa ciudadanos sino siervos. Y ya anuncia que los tiene.
  • Juan Van-Halen es escritor, académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando
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