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en primera líneaGonzalo Cabello de los Cobos Narváez

¿Qué ha sido de Vox?

El nacionalismo identitario, como por ejemplo el catalán, es una ideología que tiene la característica principal de ser extractiva, es decir, que trata de expulsar de su esfera aquellos elementos, personas incluidas

Actualizada 13:46

El otro día leí un mensajillo en LinkedIn que me hizo pensar. Lo publicaba un tal Jorge Martín Frías, presidente de Disenso, el think tank creado por Vox. En dicho comentario este señor invitaba a los usuarios de la red social a leer un artículo de un supuesto «pensador» francés, Julien Rochedy, en el que se analizaban los resultados electorales en Francia.

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El texto, publicado en la web de Disenso, en sí no me pareció gran cosa, la verdad. En resumen, el señor francés contaba lo que ha pasado en Francia desde la eufórica victoria del Rassemblement National (RN) en la primera vuelta hasta la decepción consiguiente de los lepenistas tras conocer los resultados de la segunda. Toda culpa de la malvada izquierda, cero autocríticas, etc. Nada nuevo.

Lo que llamó especialmente mi atención más allá de la pieza en sí, plagada como digo de lugares comunes y consignas, fue parte de la conclusión del artículo. Decía así: «si situamos estas elecciones en el contexto europeo o incluso mundial, observamos con claridad que un viejo sistema intenta, casi en todas partes y por todos los medios, contener la ola identitaria e impedir la victoria de los partidos patrióticos. En este campo de batalla de dimensiones occidentales, la batalla francesa está perdida… De momento».

Me pareció una conclusión francamente atrevida por varias razones, pero sobre todo por la peligrosidad que supone volver a juntar palabras como «identitaria», «patriotismo» o «campo de batalla» en un mismo párrafo y además hacerlo con ese desparpajo. No creo que deba recordar a nadie lo que ha pasado durante los últimos siglos en Europa cuando esos conceptos se han unido en un discurso político de forma tan alegre e interesada. Los resultados no es que hayan sido dañinos, es que han sido letales. Un francés debería saberlo mejor que nadie.

El patriotismo está muy bien. Utilizado por los gobernantes en su justa medida sirve para que los ciudadanos de un mismo país se identifiquen entre sí y luchen por un proyecto común. Tiene su función. Pero, como todo en la vida, su exceso siempre es malo. El patriotismo mal entendido desemboca irremediablemente en el nacionalismo.

Y qué decir de la palabra identitario. Como sucede con el patriotismo, por su naturaleza, no es un término que podríamos calificar de malo. Yo, por ejemplo, me identifico con España y los españoles por muchas razones de distinta índole.

El problema viene cuando se juntan estos dos conceptos y se transforman en uno solo: nacionalismo identitario.

El nacionalismo identitario, como por ejemplo el catalán, es una ideología que tiene la característica principal de ser extractiva, es decir, que trata de expulsar de su esfera aquellos elementos, personas incluidas, que por cualquier circunstancia no se amoldan a sus patrones específicos de identidad. En resumen, o estás con ellos o estás contra ellos.

El problema real viene cuando el nacionalismo identitario inicia el proceso de extracción de los elementos indeseados del sistema. Un problema del que ya sabemos bastante, porque como ya dijo el gran Marco Tulio Cicerón, la historia es «testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, heraldo del pasado».

Por eso me ha extrañado mucho que el tal Martín compartiese tan alegremente un artículo en el que sin pudor alguno alguien habla de «ola identitaria», «partidos patrióticos» y «campo de batalla». ¿Es que Vox comparte plenamente estas ideas? ¿Están estos conceptos enmarcados dentro del pensamiento liberal-conservador que se supone defendían?

Y si no es así, ¿qué es lo que quiere Vox entonces? Critican al nacionalismo identitario catalán, pero en realidad están pensando en utilizar el mismo modelo que ellos, solo que agrandándolo un poco más a todo el territorio español. Es decir, quieren hacer un poco más grande lo que ya de por sí es pequeño.

¿De verdad queremos volver a lo mismo? En un mundo hiperconectado de forma irremediable, la idea de aldea irreductible ya no funciona. Nos guste o no Europa, con sus gigantescos problemas de gestión y corrupción, es el único camino posible para el futuro. Hacerse pequeños con ideologías del siglo XIX y XX solo entorpece la realidad de las cosas.

¿Qué ha sido del liberalismo que tan bien les ha funcionado en el pasado y que, hoy, desde la marcha de Iván Espinosa de los Monteros, parece haber desaparecido del partido sin dejar rastro?

Nunca me he creído el cuento de la «ultraderecha» urdido por la izquierda española, los medios afines y parte del PP para amordazar a Vox. Soy perfectamente consciente de que en muchas ocasiones ha sido absolutamente injusto el trato que se le ha dado a ese partido y a algunos de sus dirigentes, empezando por Santiago Abascal. Sin embargo, últimamente, escuchando sus mensajes erráticos y viendo los pasos sin sentido que están dando, Vox me tiene totalmente descolocado. Ya no sé dónde posicionarlos y eso, para un partido político, es bastante grave.

Las personas normales quieren moderación. Inflamar los sentimientos más bajos de la población y dar cabida a discursos como el del señor francés puede servirle a Pedro Sánchez, que antes o después tendrá que pagar la factura, pero un partido que se considera responsable no debe abandonarse así de fácil al populismo. Es un grave error.

La gente no es estúpida e identifica rápidamente cuando un problema es acrecentado artificialmente para ganar votos. Si lo que Vox quiere es diferenciarse del PP no lo tienen muy complicado. La mayoría de las personas no votan al PP porque sientan apego por sus siglas, votan al PP porque prefieren lo malo conocido a las cabriolas ideológicas.

  • Gonzalo Cabello de los Cobos es periodista
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