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Gonzalo Cabello de los Cobos Narváez

Democracia hemofílica: una historia de perversión

Se ha manoseada de tal forma nuestra democracia representativa, retorciéndola y estrujándola para adaptarla a las apetencias de los egoístas sin escrúpulos, que lo cierto es que nos estamos quedando sin ella

Actualizada 01:30

La política, y más concretamente los políticos, quieren que sigamos enfadados de forma permanente para desviar nuestra atención de los temas realmente importantes. Quieren ser el centro de todo porque saben perfectamente que en el momento en el que dejemos de pensar en ellos con las vísceras y empecemos a hacerlo con la razón volveremos a caer en la cuenta de los prescindibles que son casi todos. La estrategia de confrontación permanente es la que mantiene viva la llama del odio; y del odio, de nuestro odio, es de lo único que viven.

Yo ya he aprendido a no caer en su trampa. Me ha costado muchos años, lo confieso, pero por fin me he liberado de sus patrañas. ¿Por qué vivir enfadado por asuntos que se escapan totalmente a mi control? Piensen en sus vidas cotidianas y pregúntense cuántas veces se resignan a lo largo del día con cosas cuya solución no está en su mano. Muchas, ¿verdad?

Pues con la política actual sucede lo mismo. ¿Cómo vas a enfadarte por un asunto en el que no tienes ningún papel relevante y que además sabes que ha sido creado de forma artificial en el gabinete de algún político para enfrentarnos? No merece la pena.

Algunos dirán que los ciudadanos tienen un protagonismo crucial en esta democracia representativa que nos acoge, pero en realidad son los mismos que se enfadan con el Rey porque creen que podría haber hecho algo contra la Ley de Amnistía. Es decir, personas que piensan más en lo que le gustaría que fuera que en lo que realmente es.

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Pero bueno, volviendo a su experiencia cotidiana, estarán conmigo en que no tiene mucho sentido pensar que es suficiente con votar una vez cada cuatro años para que un señor y su equipo nos gobiernen con un poder casi absoluto. Piénsenlo bien. Tomamos decenas de decisiones todos los días que repercuten directamente en nuestras vidas, y todas ellas, o al menos la gran mayoría, las gestionamos desde un móvil o un ordenador. Entonces, si somos capaces de seleccionar el colegio de nuestros hijos a través de un móvil o podemos pagar nuestra renta y votar en una junta de vecinos usando solo un ordenador, ¿por qué no vamos a poder opinar sobre nuestros representantes o sobre temas tan relevantes para España como la amnistía a Puigdemont, la reducción de la jornada laboral o la «Ley Trans»? Es un poco absurdo, ¿no les parece?

Y aquí es donde los puristas me replicarán hablándome de la Transición o de la importancia del apellido «liberal» o «representativo» de nuestra democracia. A ellos les digo que sí, que efectivamente la Transición fue importante, pero fue. Y respecto a los apellidos, son ilustres, no lo niego, pero mucho me temo que con los años se han quedado algo desfasados. Sucede como cuando alguien descubre una palabra estilo «resiliencia». A priori a todos nos gusta, pero de tanto sobarla, pasado un tiempo, pierde totalmente su significado. O como cuando ves al típico miembro de una familia con muchas generaciones de nobleza a sus espaldas y alguien pregunta:

–¿Has visto lo tonta que se ha quedado Democracia de Liberal y de los Representativos?.

–Sí, pobrecilla, es fin de raza.

Se ha manoseada de tal forma nuestra democracia representativa, retorciéndola y estrujándola para adaptarla a las apetencias de los egoístas sin escrúpulos, que lo cierto es que nos estamos quedando sin ella. En realidad, si lo piensan, poco tiene que ver con lo que soñaron los liberales del siglo XIX y XX. Es evidentemente mucho peor. Por muchas razones, sí, pero peor.

Y no porque la democracia representativa sea mala, yo soy un gran defensor de este sistema, sino porque la corrupción a la que ha sido sometida ha hecho que mute en algo totalmente distinto. Digamos que teníamos a Felipe II y después de muchos años de envilecimiento nos hemos quedado con Carlos II «el hechizado».

La idea de una democracia representativa es que los ciudadanos, a través del voto, otorguen a unos pocos la función de ejercer el poder en su nombre. En eso consiste la representación. Y entonces, ¿qué ha sucedido por el camino? ¿Ustedes se sienten representados de verdad? ¿Creen que esas personitas que se insultan en el Congreso tienen algo que ver con sus intereses reales?

Trabajo con empresas que utilizan la Inteligencia Artificial para llevar a cabo sus actividades cotidianas y que utilizan la tecnología para tomar decisiones de vital importancia todos los días. Sin embargo, extrañamente en cuestiones de política todavía nos seguimos fiando de que personas de muy dudosa formación y aún más cuestionables intenciones tomen decisiones estratégicas muy relevantes para nuestro país simplemente porque les votamos una vez cada cuatro años. Un poco raro, ¿no? Entenderán que este sistema es totalmente anacrónico y que supone una desviación absoluta de la realidad. Si los cambios han llegado a todas las facetas de nuestra vida, ¿por qué no han llegado a la política?

Mientras el sistema no evolucione al siglo XXI poco o nada podemos hacer. Por eso, les recomiendo que no se alteren tanto con lo que sucede todos los días. Ese es su juego y ese es su engaño. Como mejor podemos combatir esta perversión sistémica es ignorándolos. Solo de esa forma se darán cuenta de que sabemos lo que están haciendo con nuestra democracia. Solo entonces podremos cambiar el sistema de representación para adaptarlo a la realidad.

  • Gonzalo Cabello de los Cobos es periodista
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