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No más bebés ni más ancianos

Para paliar ese fracaso se ha acudido a la inmigración y, felizmente, no son pocos los sudamericanos que vienen a España, con nuestra misma religión, cultura e idioma. Pero no son los únicos también hay muchos que provienen de África

Actualizada 01:30

Vivimos una época hedonista en la que se rehúye cualquier esfuerzo o incomodidad, se titula Estado del bienestar y todo se vuelve ocio muelle; el valle de lágrimas para ganar el paraíso es un planteamiento olvidado en un mundo color de rosa.

Lo primero que no se acepta son los hijos que suponen un extraordinario sacrificio porque hay que criarlos y además educarlos durante años, demasiada responsabilidad. El resultado es una situación trágica para el país: el porcentaje de hijos por mujer en España es del 1,16 % cuando el mínimo de fecundidad necesario para mantener la población es un 2,21 %. La sociedad queda abocada a su fin por consunción, sin población no hay sociedad ni país, sólo tierra yerma.

Bebés

Lu Tolstova

Para paliar ese fracaso se ha acudido a la inmigración y, felizmente, no son pocos los sudamericanos que vienen a España, con nuestra misma religión, cultura e idioma, pero no son los únicos también hay muchos que provienen de África. Hoy los extranjeros suman 6.561.028, lo que supone el 13,51 % de la población total, esos foráneos acuden llamados por la riqueza de la vieja Europa pero no todos vienen para trabajar e integrarse, algunos llegan para aprovechar el río revuelto de una masa sin identificar: para desdicha de la sociedad, el 25,81 % de los delitos registrados están causados por inmigrantes que sin embargo sólo suman, como se ha dicho, el 13,51 %.

A pesar de lo que anuncia la despoblación futura, en abril de este año, el Parlamento Europeo dictaminó el derecho de las mujeres para decidir sobre su «salud sexual y reproductiva» y exhortó a que el «aborto seguro y legal» sea consagrado en la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea. Para los sabios de Bruselas abortar es una forma de «reproducción.»

Poco importa que la Constitución Española, la ley de leyes, afirme el derecho a la vida en su artículo 15 con estas palabras: «Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral,» desde las Cortes sus diputados se han erigido en científicos sabedores de cuando un feto es persona y han legislado a favor del aborto y, no contentos con condenar la vida del nasciturus, también han recordado a los viejos -esos inútiles que no aportan nada- que para obviar semejante estorbo, han decidido que la eutanasia es no sólo admisible sino un derecho, el derecho a matar.

España no es la única nación que ha optado por esa política de muerte, en Francia, Finlandia, Países Bajos y Suecia el aborto es un derecho de la mujer, en cambio, entonando un canto a la diversidad quince Estados de EE.UU. apuestan por los que han de nacer.

Los parlamentarios, sean nacionales o supranacionales, se permiten legislar sobre la intimidad de los ciudadanos -para ellos meros números de identidad- y lo hacen vanagloriándose de su ética laica; la vida, ese impulso maravillosos, no está fuera del alcance de los políticos que se irrogan la capacidad de intervenirla. Durante los años que controlan el poder, es decir el ciclo de una legislatura, se creen con autoridad para decidir sobre la vida y la muerte.

También ellos se han dejado convencer por la sierpe: «Seréis como dioses.»

  • El marqués de Laserna es miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia
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