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en primera líneaJuan Van-Halen

Un año satánico

Ha sido un año para recordar, aunque merecería, por salud democrática, ser condenado al olvido. Pero los españoles no estamos dispuestos a desterrar la realidad, aunque su reiteración haga que cada escándalo sea superado por el siguiente

Actualizada 01:30

Hoy despedimos el año 2024 y no vamos a sentirlo. Que desaparezca como un huésped molesto. El desastre que azotó a varias provincias, y en especial a Valencia, estará siempre presente, como el intento de Sánchez de convertirlo en arma partidista: «Si quieren ayuda que la pidan». Algún periodista de pago lo desmintió; mentía o no había escuchado a Sánchez, pero está grabado. La RAE ha elegido el acrónimo DANA como palabra del año: «depresión aislada en niveles altos». Yo, desde la realidad política, elijo Corrupción, uno de los términos definitorios del año que concluye. Y previsiblemente lo será del que empieza. Cada mes de 2024, incluso cada semana, hemos conocido hechos relativos a la corrupción. La han seguido los medios, los políticos y los ciudadanos.

Pedro

Lu Tolstova

Corrupción es palabra desafortunadamente de moda y su recorrido está aún en los inicios. El año nuevo será, y no hay que ser adivino, un paso de gigante en su contenido satánico —y judicial— para el clan Sánchez y los suyos. Satánico —no sabático— desde lo que en el Libro de Job se denomina «el Satán» por quien va «en contra de» o es «enemigo de», que cuadra con los hechos del sanchismo y de su fundador. Podría responder también a otro sinónimo: malvado. Un recuerdo a los célebres reyes del terror, desde Boris Karloff, a Robert Englund. Nada de lo que hace Sánchez es inocente. Nace y crece en la trampa, la doblez y la mentira.

No es nuevo, le ocurre cada vez que sale a la calle. A Sánchez le acompañaron los abucheos, con el eco de la corrupción, durante sus vacaciones en Cerler, Valle de Benasque, el pueblo de Barrabés, el empresario de las cartas de apoyo de Begoña a sus negocios, con millones de euros de ganancias. Los guardaespaldas del presidente mantuvieron a raya a la gente y a los reporteros gráficos. Y él decidió volver a Madrid «por su seguridad». Solo se siente seguro entre los suyos, rodeado de palmeros y en espacios cerrados y controlados. Es un narcisista patológico. Un lector de ABC contaba su sorpresa al encontrar en la sala de Reyes y jefes de Estado del Museo de Cera la figura de Sánchez. Su egolatría, satisfecha.

Las decisiones de Sánchez que padecemos cada día suponen una amenaza de autocracia más o menos enmascarada. Y esa amenaza llega hasta la Corona que a veces pienso que no se entera y otras que medita todo con prudencia. Puede que sea su papel institucional. Pero las gentes, que deberían conocerlos, a menudo no saben todos los dictados de la Constitución y pueden quedarse en el papel de árbitro del Rey y de jefe supremo de las Fuerzas Armadas. Pero la Constitución, y lo que entraña, han sido vulnerados, por activa y por pasiva, no pocas veces por este Gobierno empleando atajos fácilmente reconocibles. La amnistía, numerosas leyes y declaraciones, ofensas al Rey incluidas. Tampoco sus socios, la falsa «mayoría progresista», se privan de descalificaciones a la Constitución y al Rey, sin reacción de quien les debe seguir en Moncloa tras perder las elecciones.

El 2024 que agoniza no ha sido un buen año para los que sabemos que lo que proclama el Gobierno hay que tomarlo como propaganda. La mujer y el hermano del presidente ante la Justicia, once ministros de sus gobiernos en la cuerda floja, su ministro más cercano imputado y era su segundo en el sanchismo, el fiscal general del Estado cercado por la Justicia, y no dimite, acaso porque desconoce aquello de «el que nada teme nada borra», pero todos conocimos aquella respuesta de Sánchez envuelta en pregunta: «¿De quién es la Fiscalía? Pues eso». No ocurre nada parecido en ningún país democrático.

Cada paso de Sánchez y su clan es más temerario y preocupante. Son numerosos y citaré algunos. Desde el trato con Puigdemont, al que se dejó aparecer en Barcelona y desaparecer, lesionando la imagen de nuestra eficaz policía, hasta el anuncio de Sánchez de que se verá con él, un prófugo, en el extranjero. Aquel al que prometió traer a España para ser juzgado. O sus apaños con Bildu, en el ostracismo político por los crímenes de ETA, que pasó a ser socio preferencial al que permitió apuntarse como propia la ley de Vivienda, un ataque a la propiedad privada. Por no citar los beneficios a etarras utilizando todo tipo de subterfugios. La mentira y las decisiones a plazo corto, junto a la inmoralidad política, son marcas de la casa.

Ha sido un año para recordar, aunque merecería, por salud democrática, ser condenado al olvido. Pero los españoles no estamos dispuestos a desterrar la realidad, aunque su reiteración haga que cada escándalo sea superado por el siguiente. Y todo teniendo como epicentro a Sánchez, el número 1. No me atrevo a asegurar que no será imputado en su día Y no cesa su ataque, y el de su Gobierno, a los jueces, lo que no ocurre en ningún país de la UE, aunque la UE no se implica. Con doña Úrsula al frente no es como para fiarse. Ya solo engaña a Feijóo. En el PPE deben tenernos por tontos. No recuerdo precedente en el socialismo europeo en que el partido socialista de un país de la UE vote en contra de su partido europeo por una decisión de la presidencia que le afecte negativamente, y todo siga igual.

A mi juicio, el personaje del año que se va ha sido Felipe VI por la valentía, la humanidad y el compromiso con sus responsabilidades que representó su decisión de permanecer en Paiporta entre los ciudadanos afectados, y por ello cabreados, y el contraste con la cobardía de Sánchez. Y concluye otro año con Juan Carlos I en el destierro. Injusto y vergonzoso.

  • Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando
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