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TribunaAlfredo Liñán

La otra manada

Esa es la otra manada, la más voraz, la más sangrienta, la que probablemente se camufle en tapizados y elegantes despachos en la City, allí donde no llegan los gritos de los ahogados, ni el llanto de los niños abandonados a su suerte

Actualizada 01:30

Escribir a la sombra hospitalaria de unos árboles plantados por mí mismo, hace más tiempo del que quisiera reconocer, es un privilegio que el verano, aún recosido por el cambio climático nuestro de cada día, sigue ofreciéndome, a despecho de profetas y voceros de la calamidad pendiente. Un año más, me acojo a sagrado en su sombra cuando la tarde cae a plomo alrededor, buscando el sosiego que el día a día me niega en titulares calentorros y plomizos.

Imagino que es el calor haciendo estragos, porque, a estas alturas, y a pesar de la torpeza inaudita del aún ministro del Interior en papel estelar de pelota número uno –a despecho del trilero mayor del reino Sr. Bolaños– la renombrada señora doña Begoña de su Sanchidad, me está empezando a caer bien. Quizá sea un empacho o un virus de verano, pero las presuntas trapacerías de la señora jugando a mover fichas a la sombra de su Pedro, el contemplar a tanto excelentísimo y magnífico señor y a lo más granado de la economía y la empresa brincando a su alrededor como caniches amaestrados han llegado a conmoverme. Gloria Fuertes lo hubiera bordado. «El perrito salta, Begoñita ríe y el niño travieso al fondo sonríe…» Pero ya vale. Alguien abrió las perreras y la manada convirtió la sospecha en linchamiento. Dejen al juez Peinado que aderece cuanto tenga que aderezar –usted también Sr. Marlaska– y que la política entierre a la política. Y que la muchacha pueda veranear un año más a costa del patrimonio, que es prerrogativa de socialistas venidos a más.

Gracias a los dioses, esta sombra de atardecer invita al sosiego, si no fuera por eso, caería en la trampa de preguntarme quién fue el nigromante que convenció a Santiago Abascal, cómitre de Vox, para montar su operación «ultimátum» frente a sus socios naturales del Partido Popular, en donde él militó en su día y a quien todos sus seguidores votaron hasta antes de ayer. ¿El mago Tezanos quizá? ¿El antaño omnipresente Iván de todos los bosques? ¿La meiga Yolandita al alimón con la diplomada Alegría? ¿El mismísimo Urtasun conocido como el brujo descolonizador? Hay incluso quien opina que fue un maquiavelismo del desahogado Borja Semper, enredado en el sofoco madrileño… No lo sabremos nunca probablemente. Pero algún estudioso de gabinete hubo de convencerle de que era la oportunidad de dar il sorpasso definitivo al PP incurso en el delito flagrante de aligerar a una provincia española de parte del peso al que la desdichada política migratoria de este gobierno había condenado. El problema es que, aunque a don Santiago le sorprenda, no es posible decir a esos chicos o no tan chicos: «hala, vete a casita y dile a tu papá que hable conmigo». Y que alguien le explique que el «efecto llamada» que tanto le preocupa y nos preocupa, no es cuestión de «menas» sino de una sociedad en la que, pese a rondar los tres millones de parados, no se encuentran camareros, ni camioneros, ni albañiles…y mucho menos si son naturales del país. Esa es la llamada, no el arbitrar una solución parcial en alivio solidario de una parte de España. Con estos amigos ¿Quién necesita enemigos?

Hasta mi refugio llega el son de mar. El mismo en el que las mafias embarcan cada día a cientos de personas en la burlería de llegar a la vieja, rica y cicatera Europa. Los movimientos migratorios son la misma historia de la humanidad desde que el primer homo-lo-que-sea se levantó en dos patas, gracias a los músculos del culo, y sigue siendo una entelequia el ponerle puertas al campo, pero al menos sí que se podría echar a patadas a quienes aprovechan la coyuntura para hacerse de oro, con desprecio absoluto de las personas y las leyes. Esa es la otra manada, la más voraz, la más sangrienta, la que probablemente se camufle en tapizados y elegantes despachos en la City, allí donde no llegan los gritos de los ahogados, ni el llanto de los niños abandonados a su suerte. Ni el miedo, ni el desarraigo, ni nada que no pueda lucir en un balance. Eso es lo vergonzoso, el resto… darle calor al verano.

  • Alfredo Liñán Corrochano es licenciado en Derecho
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