Oigo patria tu aflicción
Menos mal que luce en su cuadra al cafre vallisoletano que, fiel a su misión de «amparador del puto amo», vino a echarle un capote, intentando llevarse al toro contra querencia, a los terrenos de Javier Gerardo Milei, el «terror de la Pampa»
«…Lloras porque te insultaron, los que su amor te ofrecieron…» Las rimas de Bernardo López se me hacen estribillo obsesivo cuando intento escribir mi columna en el rincón mensual que este «pseudomedio» me brinda generosamente. Me siento muy orgulloso de ser humilde colaborador en este islote de libertad, ejemplo para quienes se afanan en mojar su pan en la escudilla de la sopa boba con la que les regala el poder. Y no resulta fácil, porque desde mi última colaboración han pasado tantas cosas que unas se comen a las otras y en pocas horas parecen antiguallas. Como decía un amigo mío portugués, cuando alguien le preguntaba por su vida amorosa «Ja faz tanto tempo que parece que nâo é verdade.» Y sin embargo… fue ayer mismo.
Recuerdo, y de eso sí que hace más años de los que quisiera, cuando, en mis años de facultad, comencé a «articulear» en la prensa; ya no había en aquel tiempo «censura previa», pero, por temor a caer en las garras del TOP u otro tribunal ad hoc, existía la «autocensura» más dañina, si cabe, que la previa. Quizá sea eso precisamente lo que ande buscando este faramallero gobierno con sus charadas. Pero gracias al cielo en los «pseudomedios» no nos va eso de mordernos la lengua.
Y es que en este tiempo he sentido vergüenza ajena, como pocas veces en mi vida, viendo a Pedro Sánchez, presidente aún por nuestros pecados, jugar a la gallina ciega buscando a quién pillar para tapar sus vergüenzas llegando a temer que, en cualquier momento –como en su día comentaron que hiciera el rey Enrique IV– se empeñara en lucir ante la corte sus atributos para desmentir su evidente impotencia. Pedro primero el impotente, que ya no sabe qué hacer para salir airoso del trance y, en su obsesiva insolvencia, decide emprender una cruzada contra los jueces y contra la prensa libre sin comprender que, pese a que pueda presumir victoria en alguna pequeña escaramuza, es una guerra perdida y además con deshonor. Ya no vale escudarse en la palabrería monclovita presidente, porque ya se te ve todo y no es como para alardear.
Menos mal que luce en su cuadra al cafre vallisoletano que, fiel a su misión de «amparador del puto amo», vino a echarle un capote, intentando llevarse al toro contra querencia, a los terrenos de Javier Gerardo Milei, el «terror de la Pampa», que embistió por derecho pasándose al cafre de pitón a pitón para acabar propinando un cornalón en el culo al mismísimo presidente, dejándole una vez más con las vergüenzas al aire, pero ahora ante el mundo entero que, gracias a su intervención y a la previa astracanada presidencial, se enteró cumplidamente de cuanto se decía por los mentideros de la Corte española y culebreaba por los tránsitos judiciales. Brillante gestión, ministro de la «movilidad sostenible», Puente hacia ninguna parte.
Y al hilo de todo ello la Fiscalía prosigue erre que erre en su empeño por alcanzar el desprestigio más absoluto y, justo ahora, cuando vuelve a plantearse la reforma que pondría en sus manos el poder de la instrucción del procedimiento penal, exhibe todas sus flaquezas de corporativismo, obediencia debida y falta de independencia. Suma y sigue.
Y para rematar la serie el ministro, diz que de Cultura y hasta Deporte, Ernest Urtasun Doménech, un guaperas pijo-progre verde de viejas raíces azules que tú bordaste en rojo ayer, describe en lo que parecía un genial autorretrato, una «actividad injusta, sádica y despreciable, que nada tiene que ver con la cultura». Pero, al parecer con tan ajustada definición no pretendía referirse a su actividad ministerial sino a la tauromaquia, declarada por ley Patrimonio Cultural de España y dependiente orgánicamente de sus reales. Tranquilo, Pío V, santo y papa, llegó a amenazar con la excomunión a quien autorizara o participara en fiestas de toros. Y aún debe andar rabiando en la corte celestial viendo torear a los ángeles gitanos.
Oigo patria tu aflicción, ante tanta estupidez, y escucho el triste concierto, que hace tocando el fullero, el bocazas y el follón.
- Alfredo Liñán Corrochano es licenciado en Derecho