Velas negras
Dicen que los piratas berberiscos utilizaban velas negras, para acercarse en la noche hasta las costas españolas sin ser vistos, y sorprender a los naturales del país, antes de que en las torres de vigilancia hubieran podido encender fuego de aviso, por lo que en los pueblos costeros vivían en permanente zozobra, oteando el horizonte por si podían vislumbrar las temidas velas y correr a ponerse a salvo. Pero, gracias sean dadas a los dioses, ahora ya nada de eso es necesario. Ahora las cosas han cambiado mucho y, desde el mismísimo porche de sus casas los ciudadanos de las costas del sur, pueden ver cómo las lanchas piratas del narcotráfico, o del humano-tráfico, se aproximan para desembarcar su mercancía con la tranquilidad que les da la impunidad absoluta de que gozan, gracias a los buenos oficios del antes Grande y ahora Marlaska que, de temido juez pasó a burlado ministro, con la misma pachorra con la que, sin descomponer la figura, transitó de la órbita del P.P. a la del sanchismo militante. La guardia civil, inerme, contempla el espectáculo dudando si echarse al agua con los patitos de goma oficiales o cambiar el saludo militar por un rotundo y marcial corte de mangas. Pero al final –viva el orden y la ley– se cuadran lanzándose a cuerpo descubierto.
Mejor no hacer nada. Mejor no ver las velas negras. Mejor hablar del novio de la Ayuso, del tal Rubiales, o resucitar el coco del tardofranquismo, que importunar a los «narcolanchantes» no sea que el vecino Comendador de la cosa tuerza el gesto y tire al fin de la manta. Mektub. Los ciudadanos honrados se sienten impotentes; abandonados a su suerte por las ¿autoridades? Y los otros, aprovechan para apuntarse al ejército de colaboradores -condes-don-julianes- por treinta monedas. Alguien pregunta por qué no se llama a La Marina para que patrullando nuestras aguas acabe con el asunto, pero le miran como si hubiera perdido la cabeza. «La Marina con un disparo de aviso y otro afinado acabaría con el problema», porfía el temerario y alguien pide otra ronda para callarlo. «Bebe y que te llenen Churruquito».
España tierra de promisión en la que puedan acogerse a sagrado cuantos bribones y bandarras lo deseen, siempre que vistan uniforme de okupas, narco-voladores, antisistema o, por supuesto, independentistas dispuestos a limpiarse la popa con la mismísima constitución. Y todo ello con la sonrisa complaciente de un gobierno que confunde convivencia con rendición, al que únicamente le faltaba adornarse con un perfecto barbaján que atiende por Puente y capitanea a un equipo de, buscadores de insultos. Pues ¡hala! a buscar en el diccionario, badulaques.
Mientras escribo salta la noticia de que el Senado -ese nido de facciosos desvergonzados que se atreve a cuestionar al gobierno legítimo, con calzador– aprobó– ¡pásmense ustedes! –una iniciativa para que guardias civiles y policías sean consideradas «profesiones de riesgo», con la abstención -encogimiento de hombros- del PSOE, Sumar, Juntos y PNV. Asombroso. ¿Riesgo? ¡Si, en definitiva, lo único que se juagan es la vida! Tontunas de la derecha, siempre dispuesta a meter el dedo en el ojo del amado líder y señora. Y cuentan, que alguien comentó por bajines: «Para profesiones de riesgo la del piloto del Falcon, que no para la criatura…».
Allá al fondo, mar adentro, hoy el agua se vistió de velas negras.