Fortalezas y debilidades de los beligerantes
Estos tres factores, juicio, pasión y fortuna (o racionalidad, irracionalidad y azar), inciden en cada hegemón de acuerdo a las propias debilidades y fortalezas que cada potencia tiene; lo que podríamos llamar su temperamento nacional
La Historia de la Guerra del Peloponeso del padre Tucídides, más padre que Heródoto, sigue siendo el mejor análisis (y vademécum) para entender las relaciones internacionales entre hegemones, y saber acomodar su comportamiento al bienestar de los propios hegemones. Tres factores, como tres estrellas o grandes planetas, condicionan y rigen los movimientos en la Tierra de las grandes potencias en conflicto tácito permanente: la gnômê, o capacidad para el buen juicio, la tychê, o azar, y la orgê, o la pasión cegadora, que entre hegemones puede llevar a la codicia/pleonexía y a la soberbia/hybris, que destruyan por completo la hegemonía. No controlar la insaciabilidad imperial ha supuesto siempre la ruina del imperio. Por lo que toca al azar, su poder es abrumador, y Tucídides nos señala que el papel de lo incalculable, una vez involucrados en una guerra, suele ser enorme, a veces definitivo. Del azar ninguna de las partes en un conflicto está libre. Afecta a todos por igual. En más de una batalla ha sido solo la fortuna, y no la inteligencia, la que determinó la superioridad. Por eso Napoleón seleccionaba a sus generales más por la suerte que llevaba encima cada uno que por su currículum intelectual o colección de medallas. Según Demócrito el azar nace de la resistencia (autoconciencia) que tiene cada átomo en seguir la línea vertical («foedera fati» o pactos del destino) en su dirección al suelo. Esta resistencia o autoconciencia crea una desviación o paráklysis de la línea recta que hace entrar a cada átomo en contacto con otros, con lo que las desviaciones crean el mundo caprichosamente. La paráklysis física en el hombre, que también es una estructura de átomos, produce una parékbasis moral, que crea la libertad y la autoconciencia. Somos libres en cuanto que nos desviamos por resistencia «natural», pero esa desviación de libertad interior tiene la contrapartida de ponernos ante el azar permanente y la incertidumbre. En la guerra, los hombres deben «seguir adonde les lleve la fortuna (tychê)».
Estos tres factores, juicio, pasión y fortuna (o racionalidad, irracionalidad y azar), inciden en cada hegemón de acuerdo a las propias debilidades y fortalezas que cada potencia tiene; lo que podríamos llamar su temperamento nacional. Por otro lado, es solamente el contexto el que determina que una cualidad nacional sea debilidad o fortaleza. Trasladado el «manual» inmortal de Tucídides al presente podríamos aventurarnos a ver hoy a los rusos, por ejemplo, como partícipes del temperamento espartano, y a los norteamericanos, como partícipes del ateniense. Así, Esparta/Rusia podría ser considerada en algunos contextos como constante, lenta y prudente, y en otros, estólida y rígida. Atenas/EE. UU. temeraria y codiciosa, en unos contextos, o emprendedora, rauda e inteligente en otros. Los espartanos/rusos suelen estar entrenados para ser valientes y sufridos en lugar de ingeniosos, e incondicionales en lugar de emprendedores.
Los espartanos consideraban que la gnômê o el buen juicio no debía ser embotada por un mal revés, y pensaban que aunque los hombres pueden sufrir reveses en la fortuna (tychê), sin embargo, los hombres valientes son siempre los mismos en el juicio (gnômê). La gnômê, en el sentido también del autocontrol que resiste a la desmoralización – determinación—, era esencial para el valor, y podía incluso, según los generales espartanos, divorciarse de la experiencia o la habilidad. Los espartanos se enorgullecían de declarar que su disciplina y su valor, y no la astucia y el ingenio característicos de los atenienses, eran la fuente de su fuerza.
La valentía y la sabiduría de los espartanos, argumentaba el rey Arquidamo, surgían de su «temperamento bien ordenado». Eran valientes en la guerra «porque el autocontrol (sophrosynê) es el principal elemento del sentido de la vergüenza y el sentido de la vergüenza, a su vez, es el principal elemento del valor» (1.84.3). El «temple» espartano no se basaba en la autosuficiencia inteligente, sino en el adiestramiento. De hecho, los espartanos eran sabios de consejo, según Arquidamo, por ignorancia, al haber sido «educados con demasiada rudeza para despreciar las leyes y con demasiado rigor de autocontrol para desobedecerlas» (1.84.3). El poder, el valor y la confianza espartanos se basaban en la educación y la formación. Los espartanos no «creían que el hombre difiera mucho de otro hombre, sino en que es mejor aquel que ha sido entrenado más severamente» (1.84.4). Arquidamo animaba a sus conciudadanos a no avergonzarse de su reputación de lentitud y dilación: «Este rasgo en nosotros bien puede ser en cierto sentido el más verdadero autocontrol (sôphrosýnê). Porque gracias a él no nos volvemos insolentes en la prosperidad ni sucumbimos a la adversidad tanto como los demás» (1.84.1-2). La resistencia espartana a las oscilaciones de la tychê, o azar, como también señalaron los comandantes en Rhium, no dependía de un ingenio inteligente, sino de un firme autocontrol. Y yo diría que en la guerra de Ucrania, Rusia ha sido Esparta y la OTAN la confederación ático-délica. Quien menos se mueve en las oscilaciones del azar gana.
- Martín-Miguel Rubio Esteban es escritor