Entrevista a Álvaro Garrido, director de Comunicación del CARF
«Queremos sembrar el mundo de sacerdotes y sembrar la sonrisa de Dios en el mundo a través de ellos»
El Centro Académico Romano Fundación ha ayudado a casi 40.000 seminaristas, sacerdotes y monjas del Tercer Mundo a formarse en Roma y Navarra
Alas puertas del Centro Académico Romano Fundación (CARF) llaman todos los años decenas de obispos de países del Tercer Mundo solicitando una beca para que algunos de sus seminaristas puedan formarse en Roma o Navarra. Para sus diócesis resulta inalcanzable costear los 18.000€ anuales que cuesta mantener a un candidato al sacerdocio o a una religiosa, pero a la vez precisan de sacerdotes y monjas bien formados para que, cuando regresen a sus países, desempeñen un óptimo servicio a la Iglesia. Y aquí es donde entra el CARF, que busca los donativos que necesitan estos estudiantes para proseguir con su formación.
Álvaro Garrido Bermúdez (Madrid, 1970), licenciado en Comunicación por la Universidad de Navarra y PDD por el IESE, es el director de Comunicación, Marketing y Fundraising de la Fundación CARF.
— Detállenos más: ¿Qué es el CARF y qué persiguen?
— Es una institución que se dedica a promover a los sacerdotes en todo el mundo. Tenemos tres misiones. La primera de ellas es rezar por las vocaciones sacerdotales, para que los sacerdotes sean muy santos y no nos falten. La segunda es promover el buen nombre del sacerdote en todo el mundo, por eso tenemos la web en 27 idiomas, lo que permite que la gente de todo el mundo pueda conocer las aventuras de las personas a las que ayudamos. El tercer fin es conseguir que se puedan formar muy bien, tanto desde el punto de vista intelectual, como desde el humano y el espiritual. Lo hacen en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, en Roma, y en las facultades eclesiásticas de la Universidad de Navarra.
— ¿De dónde surge la idea de ayudar a los futuros sacerdotes del Tercer Mundo?
— Sale de san Juan Pablo II, que insta al beato Álvaro del Portillo a fundar una universidad en Roma. El beato Del Portillo, viendo que había tantas instituciones pontificias medio vacías en 1984, al principio se revuelve un pelín. Como san Josemaría Escrivá de Balaguer no había dicho nada de fundar ninguna universidad en Roma, tal vez le daba un poco de reparo. Pero, tras la insistencia de su amigo san Juan Pablo II, acaba haciéndolo. El Papa le pone muchas condiciones: tiene que ser una universidad donde pueda venir a estudiar cualquier persona del mundo, aunque no tenga recursos; abrir una facultad de comunicación social e institucional para que los sacerdotes aprendan a vender muy bien el mensaje del Evangelio y, por último, que los tendrían que alojar, dar de comer, de desayunar, de merendar, de cenar, si era necesario, vestirlos y, por supuesto, darles la formación más excelente.
—Entiendo que se han cumplido las expectativas...
— Sí: los estudiantes han llegado desde 131 países (el año pasado, por ejemplo, provenían de 80), y el CARF ha ayudado a casi 40.000 de ellos entre entre ambas universidades.
Hemos ayudado a casi 40.000 estudiantes de 131 países en 35 años
— Una cifra sorprendente en relativamente poco tiempo...
— Bueno, la fundación nace en 1989, cinco años después de iniciar la Universidad de la Santa Cruz. Ahora estamos celebrando nuestro 35 aniversario. Hemos ayudado a más de 400 congregaciones religiosas y cerca de 1.100 obispos han solicitado estas becas. Y, luego, nosotros nos ponemos a remar con la ayuda de muchos benefactores, de miles de personas buenas que donan, o hacen un testamento solidario, o nos legan parte de su patrimonio. Así vamos sacando adelante este gran proyecto donde ya hay 134 antiguos estudiantes que han sido ordenados obispos y, 3 de ellos, creados cardenales.
— Y, cuando regresan a sus diócesis, ¿notan, de algún modo, que están «mejorando» la Iglesia de esos países?
— San Juan Pablo II tenía muy clara la necesidad de formar muy bien en universidades europeas a todas estas personas. Son estudiantes que tienen mucha capacidad: tened en cuenta que son asiáticos, africanos; que vienen con una lengua distinta y que van a estudiar la teología, la filosofía o el derecho canónico en italiano o en español. Luego regresan a sus países y todos siempre suelen decir lo mismo cuando nos escriben y bromean: «¡Uf! Vivimos muy cansados y sobreexplotados por nuestros obispos, pero felices de poder volver a dar todo lo que hemos recibido».
No es «gratis total»
— Todos ellos retornan a sus países, por tanto.
— Sí, esa es otra de las condiciones: que vuelvan a sus diócesis. Además, no es gratis total, si no que, lo que le costaría a un obispo la formación de ese sacerdote en su país –en Haití a lo mejor son 5€; en Brasil, 120 ó 130€– eso es lo que el obispo tiene que poner. Hasta los 18.000 € que cuesta su manutención completa al año, ya buscaremos los fondos. Ninguna agencia de la ONU hace esto: formar muy bien a las personas y que esas personas a su vez formen en los seminarios locales, en las universidades locales, en los dispensarios médicos, colegios y todas las instituciones que la Iglesia mantiene en esos países. Imaginaos el bien tan grande que están haciendo.
—¿Y cómo llegan ustedes a esos 18.000 €?
— Lo primero, pidiendo a la gente que rece mucho, que es lo fundamental. Y, luego, pues desde las redes sociales, la web; saliendo a contar las historias de todas estas personas beneficiadas, y vamos recorriendo España explicando lo que lo que queremos hacer, que al final es sembrar el mundo de sacerdotes y sembrar la sonrisa de Dios en el mundo a través de ellos.
— Habrá infinidad de testimonios y anécdotas que le hayan llamado especialmente la atención en estos años...
— Hay cientos, pero voy a contar el de una monja de Benín que, después de terminar su doctorado, pretendía ir a cantarle las cuarenta al presidente de su país para que acabara con la corrupción. Los profesores le decían: «Madre, por favor, ¡sea prudente, que nos tiene que durar usted muchos años y no es la mejor manera de hacerlo!». Esta buena religiosa es ahora la general de su orden en su país y está haciendo un bien fantástico gracias a esa buena formación que ha recibido en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz.