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Jorge Soley

John Henry Newman al rescate

Newman nos regala las siete notas que deben poseer los desarrollos auténticos de la doctrina y que los diferencian de lo que no son más que corrupciones

Actualizada 04:24

La Tradición no es algo muerto, un fósil, es algo vivo, que se desarrolla y crece. Por eso podía decir Benedicto XVI, en una audiencia general en abril de 2006, que «La Tradición no es transmisión de cosas o de palabras, una colección de cosas muertas. La Tradición es el río vivo que se remonta a los orígenes, el río vivo en el que los orígenes están siempre presentes».

Esto lo sabemos bien los cristianos, pero al mismo tiempo es fácil sumirse en la confusión cuando esta verdad es utilizada por parte de diferentes teólogos y pastores para justificar todo tipo de afirmaciones, algunas incluso contradictorias entre sí. Un fenómeno potenciado por una concepción de la misión del teólogo errada e individualista, como si se esperara de este que fuera lanzando todo tipo de ocurrencias, que luego ya la Iglesia se encargaría de desacreditar (aunque en realidad esas «ocurrencias» suelen ir siempre en la misma dirección, la de la rendición ante el espíritu de cada época, el Zeitgeist) . Una visión que está en las antípodas de lo que se lee en el número 6 de Donum Veritatis. Sobre la vocación eclesial del teólogo, cuando afirma que el teólogo «tiene la función especial de lograr, en comunión con el Magisterio, una comprensión cada vez más profunda de la Palabra de Dios contenida en la Escritura inspirada y transmitida por la tradición viva de la iglesia».

En definitiva, que la teoría está muy bien, pero ¿cómo reconocer un sano desarrollo de un cambio que, por mucho que quienes lo presentan nos digan que está en consonancia con lo que siempre ha enseñado la Iglesia, en realidad se desvía y corrompe el Magisterio y la Tradición?

Cuestión compleja para el cristiano de a pie que, no obstante, puede encontrar en la obra de San John Henry Newman, Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana, una buena brújula con la que orientarse. Y es que este teólogo radical y honesto (tanto que tras años de estudio llegó a la conclusión de que su postura era análoga a la de los herejes de los primeros siglos de vida de la Iglesia) nos regala la «prueba del algodón», las siete notas que deben poseer los desarrollos auténticos de la doctrina y que los diferencian de lo que no son más que corrupciones. Una breve lista de valor incalculable a día de hoy:

1. En primer lugar, cita Newman lo que denomina «preservación del tipo»: «las partes y proporciones de la forma desarrollada, aunque alteradas, corresponden a las pertenecientes a sus rudimentos».

2. La segunda nota es la continuidad de los principios: «la continuidad o alteración de los principios sobre los que se ha desarrollado una idea es una segunda marca de distinción entre un desarrollo fiel y una corrupción».

3. La tercera nota es el poder de asimilación, que Newman explica así: «Se crece asimilando a la propia sustancia materias externas y esta absorción o asimilación finaliza cuando las materias apropiadas pasan a pertenecerle o entran en su unidad sustancial».

4. La cuarta nota es la sucesión lógica. Un proceso de desarrollo auténtico sigue las reglas de la lógica: «la analogía, la naturaleza del caso, la probabilidad antecedente, la aplicación de los principios, la congruencia, la oportunidad, son algunos de los métodos de prueba por los que el desarrollo se transmite de mente a mente y se establece en la fe de la comunidad». Lo que le hace decir a Newman que una doctrina será un desarrollo verdadero y no una corrupción, en proporción a cómo parezca ser el resultado lógico de su enseñanza original.

5. La quinta nota es la «anticipación de su futuro». Si existen «insinuaciones tempranas de tendencias que después son plenamente realizadas, es una forma de probar que aquellas realizaciones sistemáticas más tardías están de acuerdo con la idea original».

6. La sexta nota es la acción conservadora de su pasado. Escribe Newman que, «así como los desarrollos que están precedidos por indicaciones claras tienen una presunción justa a su favor, así también los que contradicen e invierten el curso de la doctrina que se ha desarrollado antes que ellos y en la cual tuvieron su origen son ciertamente corrupciones». Si un desarrollo contradice la doctrina anterior está claro que no es desarrollo, sino corrupción. Aquí Newman aclara que «un desarrollo verdadero se puede describir como el que conserva la trayectoria de los desarrollos antecedentes… es una adición que ilustra y no oscurece, que corrobora y no corrige el cuerpo de pensamiento del que procede».

7. Por último, la séptima nota es lo que Newman llama «vigor perenne»: «la corrupción no puede permanecer mucho tiempo y la duración constituye una prueba más de un desarrollo verdadero». Es lo que explica que «la trayectoria de las herejías siempre es corta, es un estado intermedio entre vida y muerte, o lo que es como la muerte. O si no acaba en la muerte, se divide en alguna trayectoria nueva y tal vez opuesta que se extiende sin pretender estar unida a ella… mientras que la corrupción se distingue de la decadencia por su acción enérgica, se distingue de un desarrollo por su carácter transitorio».

Queda así meridianamente claro que la reciente canonización de Newman, en octubre de 2019, ha sido providencial, un recordatorio de que en él podemos encontrar un poderoso auxilio para discernir con solidez y fundamento.

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