Prisioneros de la «cultura del miedo»
Lo que hace de nuestra época el reino de la «cultura del miedo» es la carencia de sentido de la vida
Fue Juan Pablo II quien popularizó el concepto de «cultura de la muerte» para referirse a nuestras opulentas sociedades de la modernidad tardía. La consagración del aborto como un derecho, o incluso más, como algo sagrado e intocable, o la banalización de la eutanasia que se va extendiendo por Occidente le dan la razón a diario. Pero creo que podemos complementar aquella descripción con la de una nueva «cultura» que está encontrando su apogeo entre nosotros. Me refiero a la «cultura del miedo».
En efecto, nunca como ahora hemos vivido tan obsesionados por el miedo. No lo digo yo (aunque no hace falta ser un lince para percatarse de que los miedos nos abruman), sino Frank Furedi, el gran estudioso de la materia. En su recientemente publicado Cómo funciona el miedo, Furedi señala que el miedo es una realidad inherente al hombre y vinculada a la incertidumbre sobre el futuro. Bien, así ha sido siempre. Pero lo que hace de nuestra época el reino de la «cultura del miedo» son dos rasgos diferenciadores: la carencia de sentido de la vida y la producción fabril de miedo.
Los adalides del ateísmo nos prometían la desaparición del miedo una vez nos librásemos de Dios. Concebían el miedo y la idea de un ser divino como intrínsecamente unidas y, en buena lógica, pensaban que muerto el perro, muerta la rabia: desapareciendo Dios, desaparecería también el miedo. Furedi constata el fracaso de aquella profecía: «no ha sido así, al contrario, el miedo ha adquirido la forma de una ansiedad generalizada y un terror desnudo… Aparece un miedo descontrolado, amenazador, impredecible, el miedo se vive como una fuerza enteramente negativa y destructiva, imposible de controlar». Y concluye: «En todo menos en el nombre, el temor a Dios ha sido reemplazado por el temor a la vida».
Privados de sentido, náufragos a la deriva en este azaroso mundo, quedamos más expuestos que nunca al miedo. Frágiles e impotentes, intentamos mantenernos a flote entronizando la seguridad como máximo valor fundamental... provocando así más y más miedos: «asistimos a la constante inflación del rango de experiencias consideradas arriesgadas… Beber agua del grifo o tomarse una hamburguesa con queso son experiencias que ahora son objeto de alertas de salud, cualquier cosa que comas ha estado asociada en algún momento con el cáncer». Concluye Furedi: «Antes los rituales, la religión, la filosofía daban puntos de referencia sobre el futuro; ahora se teme lo desconocido porque el futuro es un territorio ignoto».
A esta situación se añade lo que Furedi llama «empresarios del miedo altamente profesionalizados». Hábiles promotores que han descubierto la utilidad política del miedo y la eficacia de los medios modernos para difundirlo. Su tarea es generar ese clima de miedo, sembrar el pánico y la angustia, dar a luz un régimen de ansiedad sin tregua. Como explica Furedi, «los medios son los responsables de proporcionar al público un guion en constante evolución sobre cómo debería percibir las amenazas globales y reaccionar ante ellas».
Es llamativo que todo esto lo escribía Furedi poco antes de la pandemia, en 2018. Desde entonces hemos asistido a una explosión de miedos que no tiene nada de espontáneo. Lo explicaba Niall Ferguson, una de las personas clave en las medidas que se tomaron en 2020 en el Reino Unido, especialmente los confinamientos indiscriminados. Los «expertos» tenían grandes dudas, temían la reacción de la gente… hasta que vieron que Italia decretaba un confinamiento absoluto y que su población, debidamente aterrorizada, lo aceptaba sin rechistar. Ferguson comenta que ese fue el momento clave, que entonces se dieron cuenta de que podían hacer cualquier cosa si previamente se había creado el clima de miedo adecuado.
Desde entonces vivimos de emergencia en emergencia. De la covid pasamos a la guerra, de la guerra a la subida de los precios energéticos, de ésta al desabastecimiento, de éste a la emergencia climática, de ésta a la viruela del mono, y de nuevo a la anunciada próxima ola de covid, y más guerra, y más escasez energética (este invierno nos calentaremos con hogueras mientras sobrevivimos, con suerte, a base de latas de conservas), y la subida de las hipotecas, y otra vez la covid o la siguiente pandemia que seguro que llegará… y así sin final. Los medios nos bombardean con el miedo del momento, dejando en el olvido el miedo de anteayer, hasta la próxima alerta que dejará en el olvido la de hoy. Si usted no le dedica mucho tiempo a los medios y se ha quedado rezagado, asustado por algún miedo en vigor hace unas semanas, pruebe a comentar la actualidad con un anciano (que son los que más consumen televisión) y podrá seguir al detalle la evolución de estos miedos inducidos.
Una sociedad donde impera la cultura del miedo lo justifica todo, porque todo se hace para protegernos de aquello que tememos. También saltarse las leyes, incluso la Constitución. No habrá consecuencias porque el poder arbitrario justifica su actuación por la necesidad de salvarnos de aquello que nos aterra… y con lo que previamente nos ha aterrorizado con gran esmero.
Esta dinámica, que ha alcanzado su paroxismo durante la pandemia y con la que muchos gobiernos parecen encantados, no tiene nada inocente. Nos manipula, juega con nosotros y anula nuestra libertad. Sólo una sociedad que haya recuperado un sentido trascendente de la vida, que crea que la vida tiene sentido más allá de la muerte y que no somos náufragos abandonados, sino hijos de un Dios que cuida de nosotros y nos guía hasta nuestro verdadero hogar, podrá sacudirse esa «cultura del miedo» que tan rentable sale a algunos poderosos sin escrúpulos.