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'San Hugo en el refectorio de los cartujos', de Zurbarán.

'San Hugo en el refectorio de los cartujos', de Zurbarán.

Una comida al día: el ayuno intermitente que ya inventaron los monjes hace 16 siglos

Todo empezó con los Padres del Desierto, que, en su búsqueda de acercarse a Dios, se apartaron del mundo para abrazar una vida de disciplina y ayuno, cimentando así las bases de la espiritualidad monástica en Europa

En los últimos años, el ayuno intermitente ha arrasado en el mundo del bienestar, convirtiéndose en la fórmula estrella para perder peso y mejorar la salud metabólica. Muchos lo ven como una revelación moderna, un método de 'resetear' el cuerpo y optimizar su rendimiento.

Sin embargo, pocos saben que esta tendencia no es tan nueva como parece. De hecho, lo que hoy se llama «una comida al día» (One Meal A Day –OMAD–) tiene siglos de historia. Y no cualquier historia, sino de una práctica que nació en el desierto de Egipto, en los primeros tiempos del cristianismo, cuando los monjes ya aplicaban esta disciplina para fortalecer tanto cuerpo como alma, tal y como recuerda un artículo del National Catholic Register.

De Egipto a toda Europa

Todo comienza con los Padres del Desierto, una serie de monjes cristianos que, a partir del siglo III d.C, se retiraron a los áridos y solitarios desiertos de Egipto. Estos hombres, guiados por el deseo de acercarse a Dios, decidieron abandonar las comodidades del mundo para sumergirse en una vida de ascetismo y oración. Siguiendo una 'disciplina' física y espiritual, adoptaron prácticas de ayuno, meditación y trabajo manual, buscando purificar cuerpo y alma.

El legado de los Padres del Desierto no se quedó en las arenas de Egipto. En el siglo VI, santos como Benito de Nursia o Juan Casiano, considerados los padres del monacato occidental, escribieron y transmitieron muchas de las prácticas que realizaron estos monjes, sistematizándolo en unas reglas de vida que serían seguidas por generaciones de monjes en Europa, como es la actual Regla de san Benito.

Monjes benedictinos de la abadía de Sainte Marie de la Garde

El espíritu de la Regla de San Benito se encapsula perfectamente en su lema central: 'ora et labora' (reza y trabaja)ABIKER SIMON

En estas disposiciones, la vida alimenticia de los monjes se caracteriza por la moderación y la disciplina. Los monjes comían principalmente una vez al día, con la comida principal a la hora sexta (alrededor de las 12 p.m.) o a la hora de vísperas (por la tarde), dependiendo del periodo litúrgico. Solo en ciertos momentos, como en la Pascua hasta Pentecostés, se permitían dos comidas al día, una al mediodía y otra al anochecer. El ayuno era habitual los miércoles y viernes hasta la hora nona (3 p.m.), y las excepciones se daban si los monjes realizaban trabajos pesados o el calor lo requería.

La alimentación también trataba de ser era un equilibrio entre simplicidad y moderación, pensada para nutrir el cuerpo sin caer en excesos. Cada monje recibía una libra de pan al día (unos 328 gramos), y si debían cenar, se reservaba una tercera parte de esa cantidad para la cena. En cuanto a los alimentos, se servían dos platos cocidos, y si se disponían de frutas o legumbres frescas, se añadía un tercer plato, pero siempre con la idea de mantener la sencillez.

Los laicos se apuntan al estilo de vida del monacato

Sin embargo, lo que muchos desconocen es que esta disciplina no era exclusiva de los monjes. Según el benedictino Dom Adalbert de Vogüé, en su obra Amar el Ayuno: La Experiencia Monástica, los laicos en los primeros tiempos de la Iglesia también adoptaron una práctica similar, especialmente durante la Cuaresma.

De Vogüé sostiene que el ayuno regular no era una imposición solo para los monjes, sino que se consideraba una forma de acercarse a Dios para todos los cristianos. De hecho, los laicos solían seguir una disciplina paralela, imitando el régimen monástico durante el tiempo de Cuaresma sin mayores dificultades, salvo algunas excepciones como los niños, los ancianos y aquellos que realizaban trabajos físicamente exigentes.

Cerrar una puerta para abrir una ventana

El ayuno, una práctica profundamente arraigada en la tradición cristiana, ha experimentado 'nuevas versiones' utilizadas principalmente con fines físicos, como la pérdida de peso.

Sin embargo, en sus orígenes, el ayuno no se concebía como una herramienta para esculpir el cuerpo, sino como un ejercicio espiritual destinado a fortalecer la voluntad, dominar los deseos y acercarse a lo divino. Los primeros monjes lo practicaban como una forma de templanza, abnegación y humildad, buscando trascender las necesidades terrenales.

A veces, el ayuno corre el riesgo de reducirse a un simple objetivo del cuerpo, perdiendo así su esencia más profunda, que bien podría encapsularse en esa frase de la escritora católica estadounidense Flannery O'Connor: «La gracia es un don gratuito de Dios, pero para poder recibirla es necesario practicar la abnegación». Una abnegación que no se trata solo de lo que se deja de comer, sino de lo que uno es capaz de sacrificar en su interior para abrir espacio a lo divino.

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